Los jóvenes que laboran en el taller afirman que el lutier debe poseer sensibilidad, paciencia y voluntad. Autor: Roberto Morejón Guerra Publicado: 21/09/2017 | 05:15 pm
La dedicación, el tesón y la laboriosidad son las premisas que guían el quehacer de los trabajadores del Taller de lutería de la Oficina del Historiador de La Habana; ciudad que justamente este miércoles está cumpliendo 492 años de fundada.
En la planta alta del inmueble ubicado en San Ignacio número 368, en la Plaza Vieja, se halla un templo donde se rinde culto a la precisión, el rigor y la sensibilidad artística de un oficio que acumula varios siglos de historia.
Para conversar con los jóvenes que allí asombran con las obras que salen de sus manos, llegó JR a esa sede, un local donde se entremezclan el aroma de la madera y los barnices con el murmullo de un silencio laborioso.
Como parte de una voluntad orientada al rescate de los oficios, en enero de 2010 comenzó a radicar en ese sitio el Taller de lutería, gracias al apoyo de una organización no gubernamental belga llamada Luthiers sin fronteras (LSF), y a los esfuerzos de la Oficina del Historiador, explicó Andrés Martínez, jefe del centro.
Anteriormente, con el mismo auspicio, desde 2003, el taller funcionaba en un espacio en el Convento de San Francisco de Asís, aunque allí no permanecían a tiempo completo, como nos explicó Martínez, quien proviene de la Escuela Taller de La Habana.
Continuidad de un oficio
La promoción de la lutería y la formación de jóvenes en este oficio —prácticamente al borde de la extinción—, devino acicate para hacer una captación de nuevos estudiantes que reunieran conocimientos entre la música y las manualidades.
El Taller de lutería de la Oficina del Historiador está conformado por 11 miembros. Según señaló Andrés Martínez, son cinco los trabajadores oficiales del centro —de ellos, tres músicos profesionales graduados del Instituto Superior de Arte (ISA)—, los seis restantes (cinco de la capital y uno de Santiago de Cuba) todavía estudian.
Actualmente todos están inmersos en el proyecto Gestión y difusión del patrimonio musical de Cuba y Latinoamérica: lutería, investigación y docencia, que desde marzo de este año ha propiciado la preparación de lutieres en un curso de dos años y medio de duración.
«Como parte de ese proyecto tendremos la visita continua de lutieres a La Habana para nuestra formación», puntualizó Martínez. En estos momentos cuentan con la presencia de Sandrine Boget, especialista francesa.
De igual forma, una joven del taller viajó a Bélgica a adiestrarse en el tema de los arcos, ya que la arquetería y la lutería constituyen dos oficios que vienen de la mano.
Para la lutier Boget, estar en nuestro país compartiendo su saber con jóvenes cubanos ha resultado una experiencia enriquecedora en todos los sentidos, pues se trata de revitalizar un oficio que exige dedicación y demanda esmero.
El avance es meritorio, como afirmó a JR el encargado del taller. «Se evidencia no solo en la reparación o restauración, sino también en la fabricación de algunos instrumentos. Los resultados hasta ahora son muy buenos, así lo han manifestado destacados músicos como los cubanos Alfredo Muñoz y Evelio Tieles; y el reconocido violinista japonés Ryu Goto, quienes han visitado el centro.
«En este curso, con un plan de estudio que incluye clases de musicalidad y solfeo, así como materias relacionadas con la física de la madera y conocimientos acerca de los barnices, los jóvenes han podido perfeccionar aún más las habilidades y potenciar su sensibilidad artística».
Beneficios y resultados
Desde la inauguración del nuevo taller, se han reparado hasta la fecha 141 violines, 26 violas, 98 cellos, 25 contrabajos y 162 arcos. Asimismo se han construido tres violines y una viola.
Con sus servicios se han beneficiado agrupaciones como el Conjunto de Música Antigua Ars Longa, Camerata Romeu, Orquesta Sinfónica Nacional y Solistas de La Habana; así como escuelas de música como Guillermo Tomás y Manuel Saumell, entre otras. Y es precisamente ahí donde radica una de las principales tareas del taller: la atención especializada a esos centros de enseñanza artística.
—¿Qué relación mantiene el taller con las escuelas de música?
—Nuestra labor se ha expandido a instituciones escolares más allá de las fronteras del Centro Histórico. Luego de haber realizado la coordinación previa con la dirección de esos planteles, efectuamos visitas para evaluar las necesidades. Posteriormente, los instrumentos se trasladan al taller, donde los reparamos, siempre respetando los patrones correspondientes.
Al referirse al estado de los instrumentos que llegan, Martínez comentó que en un inicio era lamentable. Las mayores complejidades que enfrentamos —subrayó— están dadas por la menor calidad, resultante del trabajo en secuencia que se hace en algunas fábricas del mundo.
«Se advierte una mejoría, aunque tenemos mucho por hacer. Los instrumentos pasan de mano en mano y no todos los estudiantes se esmeran por igual en su protección».
Por eso en el taller se tuvo la idea de crear un pequeño plegable dirigido a estudiantes, padres y personal docente, con algunos consejos acerca de los cuidados pertinentes.
«No se trata de entrometemos en el proceso formativo de las escuelas, eso lo respetamos. Pero desde nuestra modesta posición podemos ayudar brindando conocimientos útiles, lo cual facilita la labor, de modo que cuando el instrumento llegue a nuestras manos no tengamos que enfrentarnos a problemas que pudieran evitarse con una simple advertencia».
Ajuste y precisión
La lutería se debate entre el oficio y el arte. Podría afirmarse que resulta una combinación. Constituye un elemento medular que, en su desempeño, el lutier aprenda a conocer el instrumento, para que pueda imprimirle su sello y crear con su estilo una sensibilidad particular.
Se puede definir como una cuestión de ajuste, manifestó Andrés Martínez.
Los jóvenes Roberto Pedraza y Juan Carlos Padrón, de 20 y 22 años respectivamente, consideran que este es un oficio lleno de sorpresas, de constantes desafíos y del cual se aprende a diario.
Muchos de los integrantes del taller convinieron en que las claves de su buena dinámica radican en la integración. Los que saben más de música comparten sus conocimientos con los otros que poseen mayores destrezas en las manualidades, y así se crea un híbrido que tributa a la perfección del trabajo. Todos nos complementamos, aseguraron.
Sin embargo eso no significa que individualmente la exigencia sea menor, todo lo contrario. Félix Manuel Pérez es músico profesional y se enorgullece de haber realizado su propio violín. Para él la preparación debe ir en aumento, pues los errores son imperdonables. Winnie Magaña, graduada del ISA en viola, confesó que la construcción de su instrumento ha sido el reto más grande que ha enfrentado en este desempeño, pero la satisfacción de tocar la obra que ella misma concibió con sus manos es especial.
Todos los jóvenes del Taller de lutería coincidieron en que la persona que se dedique a este oficio debe tener sensibilidad artística, paciencia y voluntad. No es fácil fabricar un instrumento que reúna todas las condiciones estéticas y acústicas. Están conscientes de que no existe la perfección, pero se trata de acercarse lo más posible a ella.
Por la cuerda de la historia
La lutería es un arte que consiste en la reparación o construcción de instrumentos musicales, principalmente cordófonos.
Entre los lutieres más reconocidos a nivel mundial se encuentran Nicola Amati, Guiseppe Guarneri y Antonio Stradivari, maestros italianos de los siglos XVII y XVIII. A este último se le considera el máximo representante de este oficio. Sus instrumentos, conocidos como Stradivarius, gozan de fama internacional.
Según se refleja en el texto La magia del lutier, ponerle el alma al sonido, que publica la revista Opus Habana en su versión digital www.opushabana.cu, la referencia más antigua que se tiene del oficio de lutier en Cuba data del año 1796, en un anuncio publicado en el Papel Periódico de la Havana.