Lázaro Medina (el segundo sentado de izquierda a derecha) y sus «papeleros» han encontrado en el proyecto un espacio para crear, para crecer y formar una familia. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:12 pm
Cerca de la Plaza Vieja hay un hombre que hace maravillas con objetos diversos y papeles que echamos a la basura. Las tiene en su propia casa, dijeron unos. La voz se corrió y allí fueron… ellos y otros muchos.
Al principio pensaron que estaban soñando. Les resultaba increíblemente asombroso que en aquella céntrica calle del municipio habanero de Centro Habana, alguien decorara la fachada de su casa con objetos reciclados y papel periódico.
Era grande la curiosidad y también los deseos de formar parte de aquella magia. Razones más que suficientes para que aquellos niños decidieran ir tras los pasos de su creador.
«Mi prima y unos amiguitos se le acercaron a pedirle ayuda para un trabajo de manualidades de la escuela y al ver las cosas lindas que había en su casa, quedó encantada. Objetos diversos y papeles «inservibles», de repente parecían como nuevos. Me lo dijo y ya éramos dos las que quisimos hacer lo mismo», relató Dayana Cabello, de 9 años.
Entonces Lázaro Medina abrió las puertas de su casa, en la calle Soledad No. 156, y las del mundo del arte, ese que había «atrapado» a los pequeños y que hoy es la razón por la que desea ver su hogar convertido en un espacio mayor, para poder acoger sin límites a todos los que deseen formar parte de él.
«Cuando vi la motivación que sentían por las piezas que hacía, por las disímiles formas que toman aquí cosas sacadas de la basura, y que luego volvían a ser bellas y útiles, surgió en mí la idea de crear un taller. Digamos que un espacio de intercambio de ideas con los niños de la comunidad, gracias al cual vieran, aprendieran, hicieran… o sea, desarrollaran sus habilidades y sueños, a través de las artes manuales. Quise que apreciaran participando, creando sus propias obras», contó el artista de formación autodidacta.
Así surgió el proyecto pioneril Granma, que con solo medio año de creado reúne a 30 niños de esa comunidad de Centro Habana, y que encuentran en la casa de este artista de la plástica un mundo para explorar.
Todavía en ciernes, la iniciativa ya ha mostrado sus resultados en el Evento Internacional de Proyectos Comunitarios y en el Festival Proposiciones.
Cosas de niños
«Lo que más me gusta del proyecto es que nunca dejamos de hacer muñecos, figuras gigantes y piezas diferentes, porque los materiales que se necesitan para hacerlos son fáciles de encontrar. No hace falta mucho dinero, sino deseos de buscar, porque con latas, cartones, pomos, botellas y periódicos podemos hacer maravillas», expresó Mercedes de la Caridad Valdés, de 11 años, una de las que, según confiesa, lamenta que el tiempo pase tan rápido mientras está en casa de Lázaro.
Los infantes aprenden con facilidad, apunta María Rosa Izquierdo, una joven soñadora que junto a Medina también disfruta enseñarles las potencialidades que pueden desplegar con un poco de harina, hilo, goma de pegar y periódicos.
«Al principio hacíamos las estructuras de las figuras y ellos las rellenaban con periódicos viejos, que es nuestra principal materia prima. Aprenden la técnica de papel maché de manera paulatina, junto a los trucos que como artista «mañoso» Lázaro domina. Ya son capaces de hacer grandes cosas en muy poco tiempo», agregó María Rosa.
La mejor prueba estaba ante los ojos de estos reporteros.
Todos juntos organizaron la exposición Noticia, en la Plaza Vieja del Centro Histórico de La Habana, como parte de las celebraciones por el Día Internacional de la Juventud. En esta se mezclaban creaciones individuales del maestro con las que, en conjunto, sus pequeños alumnos habían creado.
Figuras caricaturescas que asemejan ratones, perros y gatos inundaban la plaza junto a una gigantesca piñata de la paz en forma de martillo, una guataca, una pala, un hacha y un rastrillo de grandes dimensiones, en homenaje al pueblo trabajador.
Los «Papeleros», como se hacen llamar, ya son una familia. Así piensa Dayana Machín, de 12 años, quien conoció del taller mientras observaba desde el trabajo de su mamá la creativa fachada de la casa de la calle Soledad.
Según ella, «no solo aprendemos cómo hacer estas cosas con papel y otras con barro, como nos está enseñando el profesor hace poco. Mientras trabajamos también escuchamos música, conversamos, nos vamos conociendo mejor entre todos, hacemos nuevas amistades y compartimos ideas que nos permiten estar unidos como familia y como artistas que estamos creciendo».
Aprendemos el valor real de cuanto se hace con las propias manos, añade la niña, que reconoce que no sabía cómo ponerle un precio a aquel ciervo de papel que llevó para el trabajo de su mamá y que tanta gente quiso comprarle.
«No vendemos ni compramos nada. Los recursos para trabajar los obtenemos de las cosas que algunas personas creyeron que no podían tener más utilidad», explica Medina.
Lo que hacemos es para el disfrute de todos, sin el ánimo de comercializar, y el tiempo que estamos juntos lo aprovechamos para cultivar valores como la amistad, la honestidad y la solidaridad entre los niños, acota el profe, quien reconoce que esta es la mejor edad para fomentar habilidades que en la adultez pueden convertirse en un pasatiempo o en la profesión de algunos de ellos.
«Estar en el taller es el mejor momento del día», nos había dicho la niña Dayana Machín. Y le creemos. Allí están Lázaro y sus «Papeleros», trocando lo sucio en oro, como dijo el poeta.