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La gran lección de Girón

Hubo un antes y un después en la vida del combatiente David Connor Connor quien, a sus 81 años, confiesa haber aprendido en las arenas de Girón a no tener miedo a tomar decisiones y a no confiar jamás en el enemigo

Autores:

Yanela Gómez Pérez
Lourdes María Mazorra López

CAMAGÜEY.— «La vida nos cambió de la noche a la mañana. De tener el fusil en la mano para las prácticas, pasamos a empuñarlo para salvarnos. Tenía 31 años, era de los más viejos, porque en Girón había muchachos de 14.

«Combatí con el nombre de David Cano Cano, que son mis verdaderos apellidos, aunque ahora estoy registrado con los de Connor Connor, y esto lo digo, porque siempre en la historia hay confusión.

«Estaba en Matanzas y pertenecía a la Segunda Compañía, de las seis que había en la Escuela de Milicias. El 17 de abril a todos los camiones que pasaban por la carretera los mandaban a desviarse y entrar a la escuela. Nos reforzamos con proyectiles, tomamos el fusil y nos montamos en los camiones sin saber aún qué pasaba. Todo fue en minutos.

«No tuvimos idea de lo que estaba ocurriendo. De la nada un avión enemigo B–26 voló encima de nosotros y no le tiramos porque traía la señal de los nuestros. Tuvimos que romper filas y refugiarnos porque el avión planeó la carretera. Si fuera ahora otro sería el cuento, porque tenemos la experiencia.

«Estábamos desprotegidos, éramos carne de cañón, y hasta en las raíces de un árbol nos protegimos, huyéndole a las ametralladoras. Allí cabían tres o cuatro de nosotros.

«Pasó el primer avión y le tiramos, entonces salí y vi que venía el segundo y traté de esconderme nuevamente, pero otro compañero ya había ocupado mi lugar. Rápidamente recosté mi fusil y me puse, como quien dice, a torear el avión, que no paraba de tirarnos, tanto en vuelo en picada como en ascenso.

«Igual que yo había un compañero, Manuel Martínez Lastre, tirando sin protección ninguna, y le dije: “Oye, quítate de ahí”. Él lo hizo, pero el problema era que estábamos aún sorprendidos, como jóvenes que éramos teníamos miedo, pues no sabíamos lo que era el fuego abierto en un combate.

«Me salvé en tablita porque me tiraron bombas incendiarias por los dos lados, aunque otros no corrieron la misma suerte.

«Cuando empezamos a avanzar hacia Playa Larga, tuvimos que retroceder y esperar la artillería que venía de Pinar del Río porque había un nido de ametralladoras y un tanque en la entrada, que nos dejó el sabor amargo de varios heridos y muertos. Cuando llegó el refuerzo comenzó el combate cuerpo a cuerpo.

«Un grupo logró llegar a Bahía de Cochinos y nosotros a Playa Larga, donde acampamos hasta el día 18. En medio de la oscuridad, lo que nos permitió reconocer quién era uno de los nuestros fue el santo y seña que teníamos. Decías “papá” y el que no te respondía “Argüelle”, era del bando opuesto, y de esta manera capturamos a varios mercenarios.

«Cada vez que veía caer a un compañero, era como ver morir a un hijo. Por ser de los más viejos muchos me veían como un padre o el hermano mayor que en ese momento necesitaban, y eso fue lo que me mantuvo sereno. Fueron momentos muy tristes.

«Recuerdo a un muchacho, casi un niño, con un overol y sin camisa que estaba a cargo de una ametralladora cuatrobocas y le hacía gestos al avión B-26. Me sentí orgulloso de él y de su atrevimiento.

«Para que tengan idea de cómo estábamos, hoy no recuerdo ni cómo llegué a Playa Girón ni cómo regresé a la escuela después de la victoria. Era mucha la presión. Hablar de Girón y estar allí son cosas muy diferentes.

«En una guerra se aprende de todo. La estrategia militar te abre caminos dentro del combate, y recuerdo algunas anécdotas que aún me sorprenden y me hacen pensar en lo determinante que es la certera guía y el ejemplo de los líderes.

«El Gallego Fernández, con su picardía, supo utilizar a mercenarios en función de nuestros objetivos. Capturó al que daba los partes del combate al enemigo y logró que pidiera refuerzos, así los cogimos a todos mansitos. ¡Bien pensado por el Gallego! Fue toda una estrategia militar. Llegó a sacarle por dónde iban a entrar, la ubicación, tipo y cantidad de armamento. Llegamos a saberlo todo.

«También recuerdo cómo, en las entrevistas a los mercenarios, Faure Chomón reconoció a uno de ellos y le dijo enérgicamente: “¡Ah!, ¿qué tú haces aquí?”, este le respondió: “Embarca’o”; y él lo cuestionó: “Oye, no seas mentiroso, tú sabías muy bien a lo que venías, para eso te prepararon y te pagaron allá, ¡ahora vas a decir que vienes engañado!”.

«Y lo del Comandante en Jefe Fidel nunca se me olvidará. Allí supe de cerquita la clase de líder que teníamos y de su certera visión, que aún nos guía en las peleas. Al llegar donde estaba concentrado el armamento enemigo, él, de mirar na’ ma’, notó la ausencia de una ametralladora calibre 50, que estaba en los informes capturados al enemigo, pero nadie hasta ese momento se había dado cuenta. De inmediato salieron a buscarla y la encontraron.

«De verdad que nadie escapó del miedo a morir porque éramos “niños de teta” en medio de la guerra. Pensé de todo y en todos, en mi esposa y mi mamá Anita, que vivían junto con toda la familia en el antiguo central Lugareño, aquí en Camagüey. Ambas estaban preocupadas porque no tuvieron más noticias de mí hasta que terminó la guerra. El Comandante Fidel me graduó de teniente de milicias, al igual que a otros compañeros.

«Pero nada se compara con la cantidad de municiones que trajeron esos “cabrones” pa’ Cuba; podíamos caminar por arriba de los casquillos que dejaron sus tiros, y hasta llenar camiones. Imagina cómo fue aquello.

«Hubo un antes y un después de Girón en mi vida y en la de todos, pues el cambio fue radical: gané en responsabilidad y madurez. Aprendí que hay que echar pa´lante, no tener miedo a tomar decisiones y a no confiar jamás en el enemigo. Esa fue la gran lección que me dio Girón.

«Lo importante es que estoy vivo y puedo contarles a todos la historia. Siempre he dicho que si hay que volver a Girón o a cualquier otra pelea pueden contar conmigo, aunque tenga 81 años».

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