Manuel Escobar Almaguer tenía 22 años cuando combatió en Playa Girón. Autor: Juan Morales Agüero Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
LAS TUNAS.— El aullido de los aviones de combate entona en el cielo la sinfonía de la muerte. ¡Sssssss…! La balacera parece tener el don de la ubicuidad. Caen a tierra las bombas con sus vientres repletos de metralla. ¡Pumm… pum…! Y los gritos de los heridos. Y las órdenes a viva voz de los oficiales. Y los milicianos que disparan contra el agresor. Y los tímpanos rotos por las explosiones. Y los ojos como ascuas por los fogonazos. Y la moral alta… «¡No pasarán, carajo!».
El tunero Manuel Escobar Almaguer conserva a prueba de amnesia en su recuerdo aquellas épicas jornadas de Playa Girón, donde el imperialismo norteamericano se llevó su primera derrota en América. Por su mente desfilan ahora las hazañas, el valor, la entereza, el compromiso de un pueblo decidido a defender con uñas y dientes la justicia verde olivo llegada desde la Sierra Maestra.
Todo comenzó el 15 de abril de 1961, cuando aviones B-26 bombardearon tres aeropuertos cubanos. «Yo tenía entonces 22 años de edad y ahora tengo 72 —expresa Manolito con una pizca de nostalgia, mientras les suelta las riendas a las remembranzas para que galopen a su gusto—. Fue una suerte que lo de Playa Girón me atrapara en Cienfuegos. Sí, porque soy tunero de pura cepa. Eso me dio la oportunidad de defender a mi Patria en la primera línea de combate. Pero antes debo decir qué hacía yo por allá».
Antes de Girón
Manolito era adolescente cuando debutó en la lucha clandestina contra el batistato. Fue arrestado por los sucesos de la Huelga de abril. Lo liberaron por falta de pruebas y por las relaciones de su padre, pero su situación en la Victoria de las Tunas de la época se volvió insostenible. En junio de 1958 decidió alzarse.
«El 5 de octubre mi grupo me envió junto a otros compañeros a la Sierra Maestra en busca de armas —recuerda—. Hablamos con Fidel: “Las armas que necesitan están en los cuarteles —dijo—. Tienen muchas. ¡Quítenselas!”. Luego tomamos café y se fumó un tabaco que le llevamos de regalo.
«Nos envió para Minas del Frío, a la escuela de reclutas —agrega—. Yo tenía solo 19 años de edad. Allí permanecí hasta el 8 de noviembre, cuando él pidió 250 hombres para que partieran a Guisa, en cuya batalla tuve el honor de participar».
Al triunfo de la Revolución, Manolito integró un destacamento de seguridad en el aeropuerto de Santiago de Cuba. Un día llegó Fidel en un helicóptero. «¿Qué haces?», inquirió, al recordarlo de la Columna 1. «Me dejaron aquí», respondió. Propuso que fuera para La Habana y se presentara en Ciudad Libertad. Para allá fue. A los pocos días matriculó en un curso de Topografía. Cuando lo terminó, lo asignaron al Cuerpo de Ingenieros del Ejército Rebelde (CIER).
«Eso fue en octubre de 1959 —precisa—. Me asignaron a un grupo encargado de rehabilitar bateyes azucareros. Concretamente, hacer levantamientos para futuras viviendas para los trabajadores, que vivían en barracones. En esa labor recorrí ingenios de Holguín, Santiago, Guantánamo, en fin…».
Regresó a la capital en diciembre. Una nueva encomienda lo aguardaba: Cayo Largo, donde se acometía un estudio topográfico para fomentar el turismo. Cumplió la tarea. De nuevo en La Habana, esta vez como trabajador del Instituto Cubano de Cartografía y Catastro (ICCC). Allí se superó y… en mayo lo mandan para Colón.
«En Colón alterné la cartografía con la persecución de bandidos, pues por esa zona se alzó el primero de todos, al que le decían Campito —asegura—. Cuando eso todavía no había bandidos en el Escambray. Al terminar el trabajo cartográfico, ¡para Caibarién, a lo mismo! En noviembre de 1960 pidieron una tropa de choque para Cienfuegos. Y así fue como caí allí y me cogió lo de Playa Girón.
Mayoría de edad
Expiraba marzo de 1961 cuando comenzaron a regresar a sus lugares de origen los más de 50 000 movilizados en la Limpia del Escambray. Los alzados habían sido derrotados y la CIA sufría un revés en sus planes de derrocar a la Revolución. En Cienfuegos, Manolito se incorporó a la medición de tierras para entregarlas a los campesinos. «El 15 de abril, luego del ataque a los aeropuertos, Fidel dispuso movilizar a todas las unidades de combate del Ejército Rebelde y de las Milicias Nacionales Revolucionarias —precisa—. Me presenté a toda prisa en la jefatura, radicada en el aeropuerto de Cienfuegos. Allí comencé a cumplir misiones en la organización del personal de los batallones que se alistaban para ejecutar la orden de Fidel.
«A las 2:00 a.m. del 17 de abril me dieron la voz de alarma —acota Manolito—. Se había recibido una llamada de la jefatura del batallón 339, de Cienfuegos, desde el central Australia. Notificaban que había un desembarco mercenario por Playa Larga y que los milicianos combatían ya al enemigo.
Añade el entrevistado que su destacamento salió de la terminal aérea con 130 hombres a bordo de tres camiones. En el puerto abordaron un lanchón para cruzar la bahía rumbo al Castillo de Jagua.
«Al rato de desembarcar, localizamos tres camiones sin barandas, propiedad de una empresa henequenera —continúa—. Tomamos para la zona de operaciones por un camino pésimo, cercano al litoral. Llegamos a Yaguaramas a las tres de la tarde, luego de recorrer 38 kilómetros. En el trayecto no dejamos de hacer exploraciones. Teníamos información de que el enemigo podría haber avanzado por allí».
En Yaguaramas encontraron al comandante René de los Santos y al capitán Emilio Aragonés, jefes de la dirección Yaguaramas-San Blas, de unos 44 kilómetros. Los oficiales enrumbaron al grupo hacia Horquita, con la advertencia de que marchara en infantería, pues era peligroso seguir en los camiones, blancos fáciles desde el aire.
«En Horquita supimos del desembarco aéreo enemigo de esa mañana, que pretendía bloquear el paso de nuestras unidades de combate —añade Manolito—. Pero el batallón 117 los hizo replegar de las posiciones ocupadas rumbo a San Blas, un caserío construido para los carboneros por la Revolución, donde los mercenarios tenían batallones con ametralladoras pesadas, morteros, tanques y cañones sin retroceso.
«Desde esa posición dominaban las vías de acceso desde el central Covadonga y Yaguaramas. Esa noche debíamos estar listos para impedir el avance enemigo. En la mañana del 18 avanzamos con cautela por el terraplén, que a pocos kilómetros se adentraba para cruzar los pantanos de la Ciénaga. Contábamos ya con la protección de la artillería antiaérea, además de la fuerza aérea, que el día anterior había derribado varios B-26 mercenarios y neutralizado sus incursiones sobre el territorio de operaciones.
«Por la tarde llegó al central Covadonga el comandante Pedro Miret. Venía al frente de un grupo de artillería, con cañones de 122 milímetros. Las baterías hostigaron esa noche las posiciones del enemigo que había ocupado San Blas, Bermeja, Helechal y Cayo Ramona. A las nueve de la mañana del miércoles 19 de abril se fijó la ofensiva final hacia San Blas por la carretera de Yaguaramas, en coordinación con las fuerzas que avanzaban desde Covadonga».
Escobar agrega que las fuerzas las comandaba el capitán Aragonés: una compañía con ocho tanques, otra en camiones y la infantería detrás. Estaban a tres kilómetros de San Blas. Los invasores no esperaban un ataque por ahí. Casi a las 11:00 a.m., San Blas fue tomado por ambas direcciones (Covadonga y San Blas). Los mercenarios abandonaron sus posiciones con muertos y heridos hacia Playa Girón, donde estaba su jefatura. Prosiguió el avance hacia Helechal, a seis kilómetros de Girón. A este lugar, tan cercano al enemigo, llegó Fidel.
«Eran alrededor de las 4:00 p.m. del 19 de abril —recuerda, emocionado, Manolito—. Se subió a un tanque T-34 y explicó la táctica para el ataque final sobre Playa Girón y evitar así el reembarque del enemigo. Organizó el orden de avance y les pidió a los conductores que no pararan hasta que sus esteras no se mojaran en las aguas de la playa.
«La victoria fue explosión de alegría —rememora con ojos brillantes—. Pero, aunque desmoralizados, quedaban mercenarios en la manigua y la ciénaga. Estuvimos en la zona tras ellos hasta el 30 de abril. Los capturamos hasta disfrazados de carboneros.
«El papel de la juventud en Playa Girón fue extraordinario. Casi todos los que participamos éramos muy jóvenes. Pocos pasaban de 30 años de edad. Y la mayoría sin preparación militar. Aprendieron en el fragor del combate».
Manolito Escobar deja para el final uno de los honores más importantes que recuerda de aquellos días gloriosos:
«Fui seleccionado para desfilar en La Habana con el batallón 339, que fue la primera unidad en trabar combate con el enemigo —rememora orgulloso—. Ese fue el 1ro. de mayo de 1961. Fidel y toda la dirección de la Revolución estaban en la tribuna».