Miguel Ángel Muñoz en el proceso de ensamblado de ventanas. Autor: Maylí Estévez Pérez Publicado: 21/09/2017 | 04:56 pm
CAIBARIÉN, Villa Clara.— A la entrada de esta ciudad, hombres metidos de lleno entre el ruido y la grasa se afanan a diario por moldearles un útil destino a largas planchas de metal.
Muchos de los que laboran en la parte industrial de la empresa Heriberto Mederos conocen de técnicas que garantizan buena productividad y que se aplican aquí por el ejercicio de una conciencia colectiva sustentada desde hace varios años en la racionalidad y el saberse necesarios.
Fundada en 1964 por el Che como fábrica de bicicletas, esta entidad, ahora dedicada a la carpintería de aluminio y zinc galvanizado para el programa de la vivienda, atesora una historia productiva escrita durante más de cuatro décadas a base de constancia y sudor obrero.
Manos callosas como las de Ortelio Arce Rodríguez, quien desde 1983 anda por estos lares, dan fe de una persona entregada con pasión a lo que forja, y que experimenta alegría cuando camina por entre las viejas maquinarias, muchas ya obsoletas.
«Me siento conforme al lado de un torno, en medio de todo este sonido, aun cuando pueda tener alguna que otra insatisfacción con lo que internamente se hace y con la forma en que se hace; pero echar parte de mi vida en este lugar y haber estado aquí desde mi juventud ha despertado en mí mucho sentido de pertenencia y pensar en ello me hace sentir emocionado».
De cara a las faenas cotidianas todavía quedan fundadores de la entidad, otrora jóvenes cargados de entusiasmo que llevan las vivencias de aquel momento inaugural en que se inició el esfuerzo por producir desde este rincón costero de Cuba.
Emilio Martínez Concepción, actual director general de la empresa, explicó a JR que el centro se concibió para producir, ensamblar y comercializar biciclos, triciclos y velocípedos, así como mobiliario clínico, equipos gastronómico, hotelero y de oficina y estanterías y carpintería de aluminio.
«Durante la etapa 2007-2008 se logró aportar más de cuatro millones de pesos a la economía nacional, al cubrir la demanda de ventanales y puertas requeridos para la reparación de policlínicos, hospitales y escuelas de buena parte de la región central».
Sin embargo, el colectivo compuesto por cerca de 160 trabajadores reclama nuevos bríos para los talleres de esta fábrica, pues si bien el aparato económico de la entidad está compuesto mayoritariamente por jóvenes, hoy son pocas las caras mozas que se cruzan día a día en las áreas interiores de la industria.
«Muchas personas inician su vida laboral aquí, pero luego se van para otros puestos. La fuerza joven en las áreas de fabricación fluctúa demasiado. Hay quienes solo ven el trabajo en este lugar como un trampolín para insertarse más tarde en otras ocupaciones», comentó el Director.
Con poco más de 12 meses de labor en el centro, Miguel Ángel Muñoz, de 22 años y graduado de técnico de nivel medio en Contabilidad, confiesa que el trabajo es agotador.
«No creas que es fácil estar todos los días taladrando y haciendo fuerza, pero creo que aquí me necesitan y soy útil. En el proceso de ensamblaje de ventanas, lo mismo pongo el balancín que los lados laterales».
Otra vez el ruido vuelve a dar señales de producción, tras un diálogo entre las generaciones al pie de un torno. De nuevo las armazones de hierro han echado a andar para seguir fabricándoles un destino de valor a largas planchas de metal.