Los trabajadores de Vigilancia y Lucha Antivectorial en tierra santiaguera necesitan mayor apoyo. Autor: Odalis Riquenes Cutiño Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Cuando está en riesgo la salud humana, cualquier esfuerzo es poco; máxime si se trata del bienestar de un territorio donde la circulación de todos los serotipos de la enfermedad pone en elevado riesgo, de desatarse una epidemia, a las tres cuartas partes de su población, según estudios especializados.
A pesar de esta realidad, que reiteran los expertos, los elevados niveles de infestación por el peligroso mosquito que persisten hoy en la provincia comprometen seriamente la salud de los habitantes de este lado cubano.
Los últimos ciclos de trabajo, según informes de las autoridades sanitarias, promedian índices de infestación por encima del uno por ciento, y en algunas manzanas de la cabecera provincial se elevan hasta el cinco por ciento. Además de la ciudad de Santiago, que presenta la situación más compleja, los niveles de dispersión alcanzados por el vector lo llevan hasta otros municipios como Palma Soriano o Songo-La Maya, entre otros.
Sin escatimar un centavo, a pesar de las dificultades económicas, el país garantiza los recursos materiales necesarios para un exitoso enfrentamiento. Semana tras semana la máxima dirección política y administrativa de la provincia, al frente de un equipo multidisciplinario, precisa hasta el más mínimo detalle en aras de cortarle cuanto antes el paso al Aedes.
Con un ejército de más de 3 000 personas vinculadas a la Vigilancia y Lucha Antivectorial en la provincia —independientemente de las insuficiencias que son de manera severa castigadas—, el tratamiento focal y el suministro del abate dentro y fuera de los hogares se intensifican de la mañana a la noche, todos los días de la semana, sobre todo en las manzanas y áreas de mayor riesgo epidemiológico.
En las áreas de salud se realiza el pesquisaje de los casos febriles y se acentúan las acciones de educación comunitaria.
Un alto número de trabajadores ha sido movilizado a tiempo completo para apoyar los quehaceres en áreas de riesgo; en los centros de trabajo se constituyen brigadas para el autofocal y se adoptan medidas que van desde multas hasta separaciones del cargo de los administrativos en las entidades estatales que conviven con el vector.
Sin embargo, los focos continúan apareciendo. De la mano del descuido y la irresponsabilidad, el Aedes aegypti continúa su vuelo en tierra santiaguera.
Mosquitos en el centro de la ciudad
«Yo tuve que vivir esta experiencia para sentir lo malo que es». Todavía con la inapetencia y los malestares lógicos después de casi una semana de ingreso hospitalario por fiebre alta, hipertensión y otros síntomas, Marina Chang sostiene que ha sido una dura lección.
Mientras recibe los deseos de pronta recuperación de sus vecinos de San Félix 279, en el Consejo Popular Los Maceo, en el mismo centro de la ciudad, intenta encontrar respuestas a la difícil situación de su barrio, donde abundan hoy los ingresados con síntomas parecidos a los suyos.
Y es que a pesar de que en la capital santiaguera, como en toda la provincia, se le ha declarado una guerra sin cuartel al agente transmisor del dengue, el alto grado de infestación que mantienen los tres consejos populares del centro, hace que el riesgo se cierna sobre la salud de sus habitantes y de toda la provincia.
Quien recorre hoy las áreas y penetra en muchas de las viviendas del centro histórico de la ciudad, se percata de que, a pesar del esfuerzo del país, en la ligereza y superficialidad de mentes acostumbradas a convivir con el mosquito, siguen estando las grietas por las que escapa el perseguido vector.
«La mala calidad técnica del trabajo de muchos operarios y el pobre apoyo de los moradores de las viviendas, que no contribuyen a mantener el trabajo que nosotros realizamos, son causas poderosas que inciden en que no baje la focalidad en esta área», dice Adis Puente Castellanos, supervisora del control de la calidad en el área de salud del Policlínico Carlos J. Finlay.
«La población no ayuda lo suficiente, no hay percepción del riesgo», abunda Imilsy González, quien cursa el quinto año de la Licenciatura en Higiene y Epidemiología vinculada al control de la calidad en esta área de salud; también los operarios tienen dificultades con su trabajo, no es que no sepan lo que deben hacer, pero en ocasiones la fuerza no es la más idónea ni tiene la debida conciencia y estabilidad».
«En el caso de los operarios, la exigencia del control por parte de la cadena de mando ha fallado bastante y esa es la razón de estos problemas —insiste Adis Puente—; si el operario no se siente controlado, presionado por un jefe de brigada que controle correctamente la realización de su trabajo, por supuesto que se relaja, se riega».
Mientras esboza la estrategia de su recorrido por las manzanas del Consejo Popular Los Maceo, el mayor y más difícil de los tres que pueblan el corazón de la urbe, Martha Corona Calderón, jefa de brigada del control de la calidad, no deja de enfatizar: «Este es el Consejo con más problemas y en el que menos cooperan los moradores».
Más allá de las complejidades que entraña la atención y supervisión de más de 6 000 viviendas, muchas de ellas con los problemas constructivos propios de inmuebles vetustos y donde los alargados ciclos de abasto de agua y el mal estado de las redes de sistemas hidráulicos aún sin rehabilitar constituyen poderosas amenazas, la joven muchacha insiste en que las trabas que enfrentan a diario en el trato con los moradores muchas veces predisponen a los operarios y acaban dando al traste con la calidad de su labor.
«Nos cuestionan y obstaculizan nuestro trabajo en múltiples ocasiones, reitera Corona Calderón. Si los visitas por la mañana, te dicen que es demasiado temprano y se acaban de levantar; si vas al mediodía, pues trabajamos hasta la una, es el horario de almuerzo; si vas por la tarde, hay que dormir y ver la novela… en fin, ningún horario les cuadra. Yo he llegado a decirles a mis moradores: “voy a venir por la madrugada”. Así, por mucho amor que tú quieras dedicarle a tu trabajo, la calidad se limita».
«Es importante que la población comprenda que solos no podemos, insiste Ibis Centray Barrientos, operaria del control de la calidad. En ocasiones te cansas de tocar a las puertas, te están mirando desde las aceras y no te abren, tampoco realizan el autofocal familiar, te limitan la entrada a los cuartos, no lavan bien los depósitos, los tienen mal tapados, sucios, los patios mal saneados… Todo eso frena el trabajo.
Cecilia Morazeira Texidor, también operaria del control de la calidad, alerta sobre lo que es otra constante en la batalla antivectorial en el área de salud del Finlay: el elevado estado de deterioro de los depósitos.
«Hay tanques —explica— que están completamente llenos de hoyos, pero la población está resolviendo su problema del agua con ellos y uno no puede obligarlos a botarlos. La gente dice: “aunque tenga focos, pero tengo agua”.
«Ahora en el área se están vendiendo tanques nuevos. El camión vino y se fue lleno, pues todo el mundo no está en disposición de pagar 168 pesos por un tanque, cuya calidad, según ellos, no es la mejor. Hay que buscar alguna vía que facilite a la población el cambio de sus depósitos, pues mientras el tanque esté deteriorado se van a seguir detectando focos», enfatiza.
La otra cara del tema es esbozada por vecinos del área, quienes hablan de la falta de profesionalidad de algunos operarios que todavía realizan inspecciones formales o emplean incorrectamente los productos.
Por otro lado, y aunque la dirección del Partido y el Gobierno en la provincia ha diseñado una estrategia que ponga fin de forma definitiva a las insuficiencias en el saneamiento higiénico-ambiental, y en las zonas de riesgo se acrecientan las labores de higienización y la eliminación de microvertederos, todavía en los barrios se precisa de un accionar más ágil, persistente y coordinado de organismos como Comunales y Recursos Hidráulicos, en la recogida de desechos y escombros.
Todo esto es aprovechado por personas indisciplinadas que vierten su basura en estas áreas, propiciando la aparición de microvertederos en sitos inadecuados, como las zonas donde se trabaja en la rehabilitación del Acueducto o cualquier esquina o acera.
El alto número de tanques elevados de difícil acceso que se quedan sin inspeccionar, las dificultades con las tapas de los depósitos y las demoras en la poda de árboles que pueden servir de perfecto hogar a los mosquitos, son cabos sueltos señalados por vecinos como Lerida Hechavarría.
Más allá de la baja percepción de riesgo entre una población acostumbrada a convivir con el mosquito, por encima de las deficiencias de las fuerzas especializadas y los obstáculos organizativos, Santiago de Cuba emplea hoy toda su fuerza y experiencia para derrotar al Aedes.
Pero tanto empeño no alcanzará el éxito si no echa raíces entre su población aquella frase que insistentemente nos reiteró Rafael Lorenzo Carbonell, operario adulticida del área de salud del Finlay: «Este es un trabajo de conjunto, este es un problema de todos». Y es que definitivamente la salud humana es un asunto demasiado importante para dejarlo solo en manos de expertos.