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El Batallón 227 frente a los mercenarios

A 48 años de la invasión norteamericana por Bahía de Cochinos, los entonces jóvenes integrantes de las Milicias Nacionales Revolucionarias, rememoran las vivencias del Batallón 227 en la ciénaga matancera

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Al regresar la paz a los pantanos de la ciénaga yumurina, los milicianos hicieron prisionero a un capellán que había integrado la brigada 2506. «Lo montamos en un yipi y por un micrófono y unos altoparlantes el cura le pedía al resto de los mercenarios que se entregaran y lo hicieron», así lo recuerda el combatiente Amado Delgado Armada, uno de los 508 jóvenes del batallón 227 que, al amanecer del lunes 17 de abril de 1961, avanzaron desde Unión de Reyes hasta la Ciénaga de Zapata.

Hacía apenas nueve días que habían regresado de la Sierra del Escambray, donde desandaron las elevaciones villaclareñas para combatir a las bandas contrarrevolucionarias. Aquella madrugada del 17 de abril, los más jóvenes se despidieron de sus padres, y los que ya lo eran besaron a sus hijos y esposas, tal vez con la certeza de no regresar. En las calles se oía decir que fuerzas enemigas bombardeaban la Ciénaga de Zapata, pero no fue hasta que llegaron al cuartel del batallón que la jefatura les informó con precisión lo que sucedía.

Cuenta el combatiente Clemente de la Torre Castillo, que salieron de Unión de Reyes en dirección a Jagüey Grande, para de allí seguir hacia Playa Larga. Desde varias regiones del país se desplazaban fuerzas armadas con el fin de impedir el avance de las tropas invasoras. El 227 era uno de esos tantos batallones. Ya lo habían hecho el 339, de Cienfuegos; la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas; los batallones 111, 113, 114, 116, 117 y otros.

Por ello es que Fidel, en el segundo aniversario de la victoria de Playa Girón, en el teatro Chaplin, de Miramar, el 19 de abril de 1963, expresó: «...desde el día 17, mucho antes de que ellos supieran que estaban fracasados, ya nosotros teníamos una cabeza de playa del lado de allá, y ya teníamos varios batallones avanzando por todos los trillos para cortarles todos los caminos de comunicación entre ellos. Y de esa forma, ni con 100 ni con 1 000 aviones habrían podido mantener la cabeza de playa».

Denme un arma

Clemente recuerda que la población de las localidades de Bolondrón, Güira de Macurijes, Pedro Betancourt, Jovellanos y Jagüey Grande, al verlos pasar sobre los camiones les pedían a gritos que no dejaran vivo ni a un solo mercenario. «Al llegar a Jagüey Grande —cuenta— nos encontramos con dos camiones que venían de Playa Larga con muertos y heridos. Es increíble que a ninguno de nosotros nos diera por tirarnos y no ir al combate, después de ver cómo venían destrozados aquellos hombres. No se nos aflojaron las piernas y teníamos milicianos de 14 y 16 años».

La sangre dejaba una huella en el camino. Se escuchaban los disparos de los cañones y todo olía a pólvora. La fuerza aérea mercenaria hacía sus estragos. De aquellos angustiosos días hay una imagen que perdura en los recuerdos de Clemente. Al evocarla, dos lágrimas le humedecen los ojos. Controla sus nervios y cuenta que al salir del central Australia vieron en la carretera a un campesino con los pantalones deshechos, quien imploraba a los combatientes que le entregasen un arma para combatir, porque la aviación había bombardeado su bohío y le había asesinado a toda su familia.

Avanzar bajo el fuego

Amado Delgado Armada relata que bajo el fuego llegan a Pálpite, donde tienen una escaramuza con los paracaidistas que se posicionaban en esa zona. Los combatientes del 227 desandaron a pie por dentro del monte, en ocasiones avanzaron entre el mar y el mangle para así bordear Playa Larga y continuar hacia Playa Girón. Amado confesó que aquella primera noche en la ciénaga fue terrible, allí hasta le perdió el miedo a los cangrejos. Al amanecer siguieron por la carretera y nuevamente la aviación arremetió contra ellos. Se refugiaron en huecos que estaban al borde del camino. «Al poco rato vimos cómo venía un batallón de guaguas. Era de La Habana. Salimos a decirles que no podían continuar hacia Playa Girón. Ellos pensaron que estábamos escondidos por cobardes, no nos hicieron caso y siguieron en las guaguas para Girón. La aviación y las cuatro bocas comenzaron a atacarlos. Les achicharraron cuatro guaguas y tuvieron unos cuantos muertos y heridos».

Fusiles de cañabrava

A Amado Delgado no se le olvida el encuentro del Batallón de la Policía Nacional Revolucionaria con el 227 de Unión de Reyes. Aún se acuerda de la conversación que sostuvo el entonces Comandante Efigenio Ameijeiras Delgado, jefe del Batallón de la Policía, con ellos. «El armamento que teníamos eran fusiles M 52, BZ y subametralladoras, armas que podían hacer muy poco frente a la artillería enemiga. Ameijeiras nos dijo que no podíamos ir en la avanzada porque teníamos “fusiles de caña brava”. Después se decidió que nos desplazáramos juntos».

Bajo los disparos, en la tarde del 18 de abril, Justino Baró, comisionado del gobierno en Unión de Reyes, llegó en un yipi al sitio donde estaba el batallón. Baró entró en el teatro de operaciones militares sin consulta previa, corría el riesgo de ser ametrallado. «¿Cómo usted cree que yo no iba a ver a esos muchachos que estaban combatiendo? A mí me correspondió despedirlos cuando salieron para la limpia del Escambray, lo hice en la madrugada del 17 de abril y cuando iban para la zafra o alguna otra tarea, siempre yo iba a verlos. Es cierto que no lo consulté y pudo haber sido una locura, pero fui a verlos».

Frank Carrillo Carreras, jefe miliciano del batallón, recuerda que al anochecer del 18 de abril se aproximan a Playa Girón y que toda la madrugada fue bajo los tiros. «Al amanecer del 19 hubo una tregua, después supimos que habían comenzado a replegarse para reembarcar. Durante todos los combates tuvimos dos bajas: Pablo Prado Rodríguez, de 22 años, y Juan D. Mata Reyes, de 17».

Pero las acciones no solo fueron los días 17, 18 y 19 de abril, sino que permanecieron en la Ciénaga de Zapata hasta el mes siguiente.

La encomienda de Fidel

José Manuel Tejera Romero, quien en 1961 fue combatiente, pero un tiempo después se dedicó a la actividad periodística, rememora la llegada, en un Cadillac negro, de Fidel, Osvaldo Dorticós, Carlos Rafael Rodríguez y Osmany Cienfuegos, al Club de Playa Girón. Por esas horas arribaban periodistas de agencias internacionales de prensa, y se hacía necesario demostrar que la invasión había sido organizada y financiada por el gobierno de Estados Unidos. «Allí recibí la orden de Fidel de llevarle una carta al Comandante Humberto Castelló, que estaba en el central Covadonga, en la que Fidel le solicitaba el envío de las armas ocupadas a los mercenarios. La intención era colocarlas en el Club de Playa Girón para que la prensa extranjera las viera. Castelló estaba muy molesto porque se le había formado un arroz con mango. Los mercenarios se habían vestido de paisanos, para que así no los hicieran prisioneros. Leyó la carta y entregó las armas. Allí había lanzallamas, cuatro bocas, morteros de 120 mm y un fusil de mirilla telescópica. Todos tenían la inscripción Made in USA».

El segundo jefe de la invasión

Juan Fajardo Falcón, otro de los combatientes, evoca con precisión que a las 4 y 55 de la tarde del 19 de abril les encomendaron tomar la carretera que une a Playa Girón con Cayo Ramona, para así comenzar la captura de invasores que estaban escondidos en el monte. «Poco a poco salían los mercenarios. La Columna Uno del Ejército Rebelde y nuestro batallón, con la ayuda de otros, hicimos un cerco. El hambre, los mosquitos y el pantano hicieron que se fueran entregando».

Junto a otros combatientes, a Clemente de la Torre le correspondió custodiar a los 68 prisioneros entre los que se encontraba nada más y nada menos que Manuel Artime Buesa, segundo jefe del contingente mercenario. «Allí llegó en un helicóptero el Comandante Terry. Traía un documento en el que había un listado de mercenarios. Abrimos la puerta del local que servía de calabozo y Terry pidió que se pusiera de pie el prisionero que había venido de segundo jefe de la invasión. Nadie se levantaba. Entonces Terry dijo: ¡Caramba! ¿Cómo es posible que alrededor del segundo jefe de la invasión no haya nadie con valor? Parece que eso le picó a Artime, quien se paró poco a poco y dijo: Yo soy el segundo jefe de la invasión. Entonces Terry le dijo: ¡Y lo fácil que usted se dejó agarrar por los milicianos!».

Romero cuenta, con precisión de historiador, que el 20 de abril estaban en la búsqueda de mercenarios y él vio dentro del monte a un hombre que vestía un pulóver blanco y le ordenó que levantase las manos. Era un mercenario, le retiró el arma y el cuchillo comando. «Lo sentamos encima de una piedra y comenzamos a hablar con él. Nos dijo que era natural del Mariel, que se había ido para Estados Unidos hacía muy poco tiempo y que lo habían engañado porque le dijeron que al llegar a Cuba el pueblo iba a apoyar la invasión y en pocas horas tomarían el poder. Le dimos agua y comida. En Girón comían primero los prisioneros que nosotros».

En el discurso del 19 de abril de 1963, Fidel expresó: «Si las batallas de la lucha contra la tiranía hicieron posible la conquista del poder revolucionario y cambiaron el curso de la historia de nuestro país, la batalla de Playa Girón impidió que la historia de nuestro país diese marcha atrás, y salvó la Revolución».

El 7 de mayo de 1961, bajo un primaveral aguacero, regresaron a sus hogares aquellos jóvenes del batallón 227. Solo dos no besaron la cálida mejilla de la madre, pero, ninguno de ellos, sobre el diente de perro, los pantanos cenagosos, y bajo el fuego de la artillería y la aviación enemiga, se replegó ni una pulgada.

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