En el año 2005, Carlos Lechuga recibió el Premio Nacional de Periodismo José Martí. Foto: Calixto N. Llanes La modestia era una de sus cualidades primeras; tal vez por eso Carlos Lechuga Hevia se haya ido sin concretar el adiós de sus Memorias.
No le gustaba hablar de sí y cuando accedió en los últimos años a alguna entrevista parecería que lo hiciese, más que todo, por consideración hacia el colega. Nunca habría hecho un desplante a quien no lo merecía.
Debió resultarle ineludible afrontar que había sido testigo —y a veces protagonista— de algunos de los capítulos más importantes de la historia de Cuba y del hemisferio. Legar aquellas vivencias era una responsabilidad hacia la Revolución a la que consagró su vida.
Entonces accedía al diálogo con la misma pasmosa ecuanimidad con que aceptó el reto de saltar de las redacciones y del set de Telemundo a la silla que después, virtualmente lanzó el día que nuestro país se retiró de la OEA.
Fue ese, probablemente, el único ademán brusco y duro que se le haya visto públicamente; pero en aquel gesto iba la dignidad del agredido pueblo de Cuba.
También eran sus atributos la sencillez, y esa humildad afable con que trataba de pasar inadvertido en los grandes espacios, aunque no lo consiguiera.
Su fe en el triunfo y la audacia del reportero, lo convirtieron en el periodista que anunció a Cuba y al orbe la huida del dictador Batista y la victoria de Fidel y los barbudos, el Primero de Enero.
Antiimperialista raigal, su voz llevó al escenario internacional las verdades de la Isla para destejer los entuertos tramposos y agresivos del Imperio. Junto a Raúl Roa fue gestor de una nueva diplomacia que no se estudiaba, se hacía.
De aquellos hechos Carlos deja dos libros que constituyen referencia obligada para los analistas: Itinerario de una farsa y En el ojo de la tormenta.
Al fin, siempre reconoció que el suyo era el mundo de las teclas y las letras aunque haya llegado a él de manera fortuita cuando, todavía casi adolescente, soñaba hacerse a la mar.