Hoy hace 105 años que el escritor ruso Leon Tolstoi (1828-1910) inició una afectuosa correspondencia con una joven de Guanajay, actual provincia de La Habana, a principios del siglo XX, siete años antes de morir.
Mundialmente conocido por sus grandes novelas La Guerra y la Paz (1869) y Ana Karenina (1876), intercambió cartas con la joven guanajayense Manuela Inda Rodríguez, como lo prueba una tarjeta que le envió con su firma el 25 de octubre de 1903. A partir de ese día se intercambiaron misivas.
La noticia salió publicada en la sección Bazar, a cargo de Gilda Guimeras, de la revista Guanajay, dirigida por Pablo Noa Noa y dedicada al aniversario 350 de la fundación de esa ciudad, la segunda más antigua de la provincia de La Habana y la decimoctava del país.
Con el subtítulo «Tolstoi en Guanajay», la curiosa información se dio a conocer en la página 27 de dicha revista. Además, el hecho aparece consignado originalmente en un viejo número de la Gaceta de Cuba.
Manuela Inda Rodríguez poseía una gran predilección por lo ignoto, lo cual la llevó a cartearse con numerosas celebridades de la cultura cubana y mundial.
Es igualmente interesante conocer que Juan Marinello dio cuenta en una ocasión de que Tolstoi recibió 15 misivas de cubanos con tarjetas que el escritor nunca firmó, pero la enviada por Manuela regresó a sus manos con la rúbrica del extraordinario escritor y así comenzó el grato intercambio.
Pero hay otros elementos noticiosos de no poco interés. En la misma publicación se habla de la visita a Guanajay del cineasta de origen húngaro Lazlo Benedek, director de filmes como La muerte de un viajante o El salvaje, y que dirigió Árbol de fiebre, una de cuyas escenas fue filmada en el parque de la localidad, en agosto de 1956, hace 52 años.
Se añade a estas curiosidades el hecho de que también por allí estuvo un descendiente de Cristóbal Colón, José María Gómez-Colón, quien trabajó como Teniente Gobernador en Guanajay a fines del siglo antepasado.
Además, sin tener aeropuerto ni estar cerca de alguno, la ciudad recuerda dos accidentes aéreos: uno en 1932, en el que murieron Roberto Bello, estudiante de Medicina, y el piloto, teniente José Manuel (Tuto) Vázquez, al sobrevolar sus predios en un aeroplano Pittinger, que se precipitó a tierra.
El otro siniestro le ocurrió al español Ramón Boluda, en una avioneta de la empresa Crusellas, que cayó en la finca San Francisco, a principios de 1920.