Trabajadores eléctricos laboran para restablecer el servicio en Camagüey. CAMAGÜEY.— «Cuando restablecimos la corriente en el entronque de Siboney, los vecinos casi nos cargan. Aún tengo en mi mente cómo una muchacha, cargando a su hijo de meses, nos agradeció llorando de la emoción, por tener nuevamente luz eléctrica en su casa después de nueve días», recordó Israel Agüero, liniero matancero con 40 años de servicio en este sector.
Lo contado por Agüero describe no solo el agradecimiento de los habitantes de esta tierra a tanto esfuerzo amigo, sino que también es muestra de los largos días y noches que aún viven muchas familias camagüeyanas, que desde la visita de Ike no poseen corriente eléctrica.
«Cuando veníamos de Matanzas y observamos los destrozos en el municipio de Florida, se me erizaba la piel. Aquella situación nos permitió imaginarnos a lo que nos enfrentaríamos», comentó el joven Rolando Pérez, quien cataloga a los desastres de Camagüey como «únicos» al compararlos con otros huracanes.
Y es que un ciclón entra y sale de tierra firme rápidamente, digamos que en pocas horas, pero aquí en la barriga del verde caimán, 12 no le fueron suficientes a Ike, que logró fatigar y tumbar torres, árboles, postes y casi todo cuanto estaba a su paso.
«Los más de 80 matanceros que estamos acá, aunque hemos vivido otros ciclones, no hemos visto ninguno que haya dejado tanto desastre», afirmó Félix González, quien ni tras el huracán Michelle (noviembre de 2001) trabajó con tanta presión y urgencia sobre sus hombros.
Los carros entran en caravana a los lugares de difícil acceso y los atraviesan con destreza. No hay tendido eléctrico que se resista al empeño colectivo por reponer lo que el viento dejó en el piso.
El pueblo los espera, aunque saben que la tarea de estos hombres no resulta nada fácil.
«Desde que escuché la noticia me preocupé, pues yo sé que en Camagüey no hay cultura de ciclones como en otras provincias. Imaginé por segundos lo que ahora estamos restableciendo », comentó Yoel Rodríguez Cardoso, el jefe de la Brigada de Perico, en Matanzas.
A él, quizá como a ningún otro de sus compañeros, le llega muy de cerca lo que este territorio ha experimentado. «Soy camagüeyano como gran parte de mi familia, solo que ahora vivo en Matanzas. Después de dos años sin venir, no es fácil ver desde arriba de los postes cómo quedaron los sembrados, muchos hogares y techos y cientos de kilómetros de cables en el suelo», dijo emocionado.
Experiencias hay muchas para contar en solo una semana de trabajo de los 84 matanceros que laboran en la tierra de los tinajones.
Sin embargo, entre tantas anécdotas de retribuciones por parte del pueblo agradecido y de las que nacen en la propia exigencia del quehacer diario, la que protagonizan los hermanos Cuesta Peñalver ha rebasado el límite de lo insólito.
Resulta que Alexis y Henry no se bajan de los postes ni para tomar agua. «Nos gusta trabajar en la altura y desde aquí arriba hasta pueden entrevistarme», dijo Henry muy risueño, pidiendo, «dame más cable».
Mientras, su hermano Alexis prefirió, desde los más de siete metros de altura del mástil, enviar un fuerte beso a sus retoños Lianet, Diana y Leydi: «Cuídense y pórtense bien, que yo desde aquí arriba las estoy mirando».
Estos hermanos no son los únicos que han dejado atrás, solo por un tiempo muy necesario, a familiares, amigos y conocidos, pues en Camagüey hay una gran caravana de hombres de alturas proporcionando un verdadero «corrientazo» de solidaridad.