Foto: Roberto Suárez LAS TUNAS.— La leyenda de las amazonas es tan antigua como la propia historia de la humanidad. Según la mitología clásica, eran mujeres guerreras que no admitían hombres en su entorno. Ellas —dicen— hacían ocasionalmente el amor con individuos de otras comunidades, pero solo con el propósito de quedar embarazadas. Si parían varones, los mataban en el acto; y si hembras, las adiestraban como arqueras y les amputaban después el seno derecho para facilitarles la tensión del arco. Amazonas, precisamente, significa en griego «sin pecho».
El mito, obviamente, era ya conocido por los españoles cuando mojaron las proas de sus carabelas en las cálidas aguas del Nuevo Mundo. Por esa razón bautizaron con el nombre de Amazonas a un opulento río sudamericano, en cuyas orillas el conquistador Francisco de Orellana enfrentó la tenaz resistencia de una casta femenina que, armada de arcos y flechas y encabezada por su reina Calafía, defendió palmo a palmo su territorio ante el acoso feroz de los invasores.
La historia de Cuba, aunque no necesita recurrir a ese mito para demostrar el fabuloso aporte de sus mujeres a la lucha por la independencia, es pródiga en amazonas auténticas. Desde la fundación de nuestra nacionalidad, las féminas criollas han luchado junto a los hombres en las más diversas circunstancias: manigua, prisión, clandestinidad, exilio y la lucha guerrillera... Hay referencias para escoger: Mariana Grajales, Brígida Zaldívar, Haydee Santamaría, Celia Sánchez, Melba Hernández, Vilma Espín, Teté Puebla... En cada nombre subyace una proeza.
La primera unidad de combate netamente femenina fue fundada por Fidel en la Sierra Maestra en 1958, y llevó el nombre legendario de Mariana Grajales. Aquella decisión encontró detractores entre varios miembros del Ejército Rebelde. El propio Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz lo reconocería el 23 de agosto de 1960, después de la victoria, en el acto de fusión de todas las organizaciones femeninas revolucionarias. Dijo:
«En la mentalidad de numerosos compañeros, aquellas mujeres no podrían jamás combatir; en la mentalidad de algunos compañeros era un error entregarle un arma a una mujer, cuando sobraban —según decían— hombres para combatir. Sin embargo, los hechos demostraron una verdad: que aquellas mujeres combatieron contra los soldados de la tiranía, y le hicieron al enemigo una proporción de bajas mayor que las que le habían hecho los hombres en otros combates».
Y agregó: «Las mujeres pueden ser útiles en todos los sentidos; las mujeres pueden manejar las armas, y pueden combatir. (...) Solo hay que organizarlas y prepararlas, y constituir también sus unidades de combatientes, para que no piensen que se les relega solamente a otras tareas. Debe dárseles oportunidad en todos los órdenes, y deben estar preparadas para todas las tareas (...) Por eso contamos con la mujer cubana, ¡la Revolución cuenta con la mujer cubana!».
En Las Tunas, un representativo grupo de muchachas recién egresadas de las aulas de la Enseñanza Media están llevando a la práctica, entusiastas y convencidas, aquellas reflexiones de Fidel.
Génesis de una iniciativaTodo comenzó en el año 2004, en las sesiones del VIII Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas. Allí, durante un intercambio con delegados y cuadros de la organización, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, por entonces Ministro de las FAR, habló sobre la importancia de que la mujer participara en las tareas de la defensa de la Patria.
La idea del Servicio Militar Voluntario Femenino (SMVF) prendió en los predios tuneros. Así, en los años 2005 y 2006 organizaron un proceso de captación, pero solo consiguió sumar nueve muchachas. En 2007, con más poder de convencimiento, 35 jóvenes firmaron el compromiso y se alistaron en unidades militares de las FAR en Las Tunas y Holguín, lo cual convirtió a la provincia en la mejor del país en el cumplimiento de la tarea. Este año piensan triplicar la cifra. El municipio de Jobabo, por ejemplo, ya tiene comprometidas a casi 40 de sus estudiantes. Y otros como Manatí y Amancio no le van a la zaga.
«Hemos salido adelante por la buena comunicación que tenemos con la Región Militar y sus sectores en cada municipio —admite Maikel Rondón, miembro del Buró Provincial de la UJC, a cargo de la esfera educacional. Eso nos permite que las captadas visiten y recorran las unidades militares, para que superen prejuicios y aprecien de primera mano cómo se vive allí. También llevamos a las escuelas a muchachas que ya cumplieron su SMVF para que les hablen a las indecisas sobre sus experiencias. El tema fue recurrente en los congresos municipales de la FEEM».
El SMVF es hoy uno de los procesos políticos priorizados por la FEEM tunera, a partir del principio de la voluntariedad. La estrategia es que la organización trabaje políticamente desde el aula con las muchachas que muestren disposición en los preuniversitarios, los llamados pre pedagógicos y en la Enseñanza Técnico-profesional. También se visita a las familias de las captadas para explicarles por qué la encomienda constituye un honor y un deber con la Revolución.
«Hemos tenido casos muy interesantes —asegura Jorge Cano Pérez, flamante presidente de la FEEM en Las Tunas—, como el de Liliet, una estudiante del municipio de Majibacoa cuyos padres se negaban a que ella se incorporara el SMVF. La muchacha lo planteó en una asamblea. Acordamos ir a su casa a razonar en colectivo y nos aparecimos allá hasta con un equipo del Telecentro Provincial. Los padres entendieron que las FAR no dañan a las mujeres, sino que las enaltecen. Y al final dieron su visto bueno. El trabajo se publicó en la televisión territorial y contribuyó a que otras familias también comprendieran».
El valor del ejemploGretel Tamayo. Gretel Tamayo fue hasta el pasado curso escolar la presidenta de la FEEM en la provincia. Durante el tiempo en que desempeñó el cargo, empleó parte de su tiempo en explicar, comprometer y persuadir a las alumnas del duodécimo grado acerca de la necesidad de que se incorporaran al Servicio Militar Voluntario Femenino. Por su formación ideológica, con Gretel no funciona aquello de «capitán araña», de quien se afirma enviaba a sus soldados a misiones difíciles mientras reservaba para sí un cómodo sitio. Por eso hoy me la encuentro de completo verde olivo en una unidad militar tunera.
«Cuando me tocó, no vacilé —asegura esta futura estudiante de Periodismo, carrera que ya le fue asignada. Soñaba con marchar a la Brigada de la Frontera. Pero, para mi pesar, me dijeron que no era posible porque mi aval de aptitud para las FAR tiene recomendaciones médicas por mi otitis crónica».
Aun así, Gretel insistió en cumplir su compromiso con la Patria. Por sus condiciones, la jefatura de la Región Militar la autorizó a quedarse en la Sección de Organización y Personal, donde es muy apreciada su ayuda en la creación de la base de datos sobre las inscripciones en el Registro Militar. Ella, además, colabora en el control de los exámenes médicos y la preparación previa de los reclutas, con quienes suele conversar y mantener al día del acontecer noticioso.
«Pasé las cinco semanas de la preparación básica en una gran unidad de las FAR en Holguín. Hice de todo como todos: arme y desarme del fusil, preparación física y táctica, instrucción política, clases de infantería, prácticas de tiro... Escuché el ruido de mi AKM y sentí su culateo al disparar. En algún momento me sentí agotada, pero me sobrepuse. Fui la instructora política del concentrado, con alrededor de 700 jóvenes, casi todos varones. Demostré que las mujeres podemos. Y ahora aquí, en la Región Militar, trato también de confirmar nuestra valía. Tengo la mejor opinión de las FAR. Sus miembros son gente sensible y valerosa... Trabajan mucho por nuestras conquistas. Se merecen todo nuestro respeto».
Otras protagonistasEn un Regimiento de Tropas Especiales de Las Tunas la disciplina y el orden interior le salen al paso al visitante tan pronto se franquea su puerta de acceso. Me recibe el mayor Freddy Cruz Delgado, jefe del organismo político. Me ofrece las mejores referencias acerca de las muchachas que cumplen allí su Servicio Militar Voluntario. «La estancia de las combatientes en las FAR es algo necesario —afirma. Ellas demuestran gran seriedad y responsabilidad en las tareas. Y les dan un toque estético a las áreas e instalaciones de la unidad».
En efecto, cuando las veo venir hacia mí desde un área cercana, maquilladas con discreción, debidamente uniformadas, con sus emblemas correspondientes y con una sonrisa a flor de labios, me convenzo de que no hay como el alma femenina para alegrar la cotidianidad.
Yaniselys Borrero (18 años, municipio Las Tunas): «Al principio mi familia no quería que viniera. Pero yo estaba decidida y me salí con la mía. Creo que fue una buena decisión. Fíjese que voy a renunciar a la carrera que ya tenía asignada, para optar por la escuela de cadetes. Definitivamente me gusta la vida militar. Me ha enseñado disciplina y, sobre todo, a amar más a mi país».
Yeidis Licea (18 años, municipio de Manatí): «Vine segura, no por embullo. Ahora quiero optar por una carrera militar. Aquí tomé la decisión. Me motivó lo que he visto. Defender la Patria es algo muy grande».
Yanicelys Rodríguez (18 años, municipio de Majibacoa): «Vine porque me parece importante estar preparada militarmente para defender la Patria ante una agresión. Nunca pensé ser militar. Y mire, ahora quiero ser oficial de las FAR».
Cuando me retiro de la unidad militar comienza a caer la tarde. De pronto, entra en mi campo visual una bandera cubana. Miro hacia atrás y le devuelvo el saludo a las tres muchachas que, en nombre de otras cientos como ellas, han jurado defender ese emblema a cualquier precio. Entonces recuerdo a las amazonas de la leyenda. Y me digo que la autenticidad de las nuestras nadie puede ponerla en entredicho.