En la mañana del 20 de noviembre de 1958, un convoy del ejército batistiano inicia viaje, como era habitual, desde Guisa. Poco después de la salida de ese poblado, ubicado en las estribaciones del norte de la Sierra Maestra, una lluvia de balas rebeldes sorprende a la pequeña caravana. Comienza así la Batalla de Guisa, a solo 12 kilómetros del Puesto de Mando de la Zona de Operaciones (ZO), ubicado en las afueras de la ciudad de Bayamo.
Nueve días antes, Fidel había salido de la Comandancia de La Plata, iniciando una marcha indetenible hacia el este con su escolta y un grupo pequeño de combatientes.
El 19 de noviembre los rebeldes llegan a Santa Bárbara. Para esa fecha son aproximadamente 230 combatientes. Fidel reúne a sus oficiales para organizar el cerco a Guisa.
Inicia la batallaEl jefe rebelde ordena colocar una potente mina en el puente de Monjarás, sobre el río Cupeinicú. Esa noche los combatientes hacen campamento en Hoyo de Pipa, y en la madrugada toman el sendero que se extiende entre la loma del Heliógrafo y la de Mateo Roblejo, donde ocupan posiciones.
En el encuentro del día 20 el ejército pierde una camioneta, un ómnibus y un jeep, y se le hacen seis muertos y 17 prisioneros, de ellos tres heridos.
Sobre las 10:30 horas, el Puesto de Mando militar situado en la ZO en Bayamo envía un refuerzo compuesto por la Co. 32, más un pelotón de la Co. L y otro pelotón de la Co. 22. Esta fuerza no consigue avanzar por la resistencia de los rebeldes.
Fidel ordena minar otro puente sobre un afluente del río Cupeinicú. Horas después el ejército envía un pelotón de la Co. 82 y otro pelotón de la Co. 93, apoyados por un tanque T-17.
Al cruzar el puente sobre un afluente del río Cupeinicú, el tanque T-17 fue volado por una mina rebelde y quedó ruedas arriba. Foto: Archivo Bohemia Al cruzar el puente, el tanque es levantado por la explosión de la mina y cae ruedas arriba. En ese enfrentamiento el ejército sufre 14 muertos, 18 heridos y 23 prisioneros, y se le capturan 29 fusiles, dos ametralladoras calibre 30 y armas del tanque.
Mientras tanto, por el oeste, siguiendo el camino de El Corojo hacia el puente de Monjarás, que para entonces ya está inutilizado, la dictadura envía un pelotón de infantería. También es rechazado. Hay varias bajas y seis prisioneros.
El 21 de noviembre Fidel decide habilitar en Santa Bárbara una cueva como hospital y establecer su Puesto de Mando por la vereda del Cupeyal, en la loma de San Andrés.
A media mañana de esa jornada, el ejército batistiano envía otro grupo apoyado por un tanque Sherman. Este refuerzo penetra en Guisa, refuerza con un pelotón a la guarnición del cuartel del lugar y se retiran a la ciudad de Bayamo.
Previendo que el enemigo atacará con más recursos, Fidel ordena reorganizar las posiciones rebeldes y recoger el parque que tiene en diversos sitios de la Sierra Maestra.
El 23 de noviembre una Compañía del ejército trata de forzar las posiciones por el camino de El Corojo a Santa Bárbara, pero es violentamente rechazada y se le ocasionan numerosas bajas.
Aunque la tiranía concentró en Guisa una importante cantidad de soldados y medios de combate, el Ejército Rebelde le asestó una derrota de la cual no pudo recuperarse. El Jefe de Operaciones del ejército traslada hacia Bayamo las compañías 105, 22, L y EC, 81, 101, más un pelotón de tanques Sherman M4, una batería de obuses de 75 milímetros, la Co. de jefatura del Bon 26 y la jefatura del Bon 24.
Desde la localidad de Estrada Palma —hoy Bartolomé Masó—, el ejército mueve hacia Bayamo al Bon 25, las compañías 52, 63 y 82 y un pelotón de tanques; mientras que desde el poblado de Yara traslada la Co. 41, la Jefatura de las Compañías 43 y 44 y las 62 y 31, preparándose para dar un golpe contundente.
Se intensifica el combateA través de una proclama, Fidel pide a la población civil de Guisa que abandone el pueblo. Ocupa la posición al este de la carretera y, por el oeste, se encuentran las fuerzas del capitán Coroneaux, que se extienden hasta la cima de la loma del Heliógrafo. También tienen ocupadas otras dos elevaciones, conocidas como la loma del Cementerio y La Estrella.
De nuevo el ejército trata de penetrar por el camino de El Corojo, y es rechazado en el sector de Monjarás sufriendo bajas y cuatro prisioneros.
Luego inicia otro avance usando como punta de vanguardia un tanque T-17. Las tropas se mueven en 14 camiones. El convoy cruza junto a la tanqueta destruida días antes, pero los rebeldes han colocado otra potente mina a poco más de un kilómetro del puente.
La mina explota casi bajo el tanque, lo inmoviliza y los soldados y el convoy quedan paralizados. Tras el estallido comienza el ataque rebelde desde las lomas que rodean la vía. Los soldados se riegan tratando de guarecerse de los proyectiles, pero sus bajas son sensibles y pierden al capitán que venía al frente del convoy y a un teniente de la Co. 32.
Avanzada la mañana el Jefe de la ZO envía a las compañías 82 y 52, una sección de tanques pesados Sherman M-4 y la batería de obuses de 75 milímetros. También pide urgente apoyo aéreo con todos los aviones disponibles.
En la madrugada del 27 de noviembre uno de los tanques T-17 del refuerzo, al tratar de salir por la cañada del río Cupeinicú, queda atrapado por la pendiente y el fango. Los rebeldes baten al enemigo con el fuego del mortero 81 y con las ametralladoras calibre 30.
Fidel ordena un ataque nocturno; al amanecer se retiran a sus posiciones y el refuerzo del ejército llega, esta vez precedido por dos tanques pesados Sherman M-4 y los obuses.
Se combate durante todo el día, uno de los tanques M-4 logra sacar a remolque la tanqueta T-17, pero la otra se queda abajo.
De La Habana envían cuatro bombarderos B-26. Unidos a otros aparatos que tenía el ejército, suman diez y ametrallan constantemente la zona.
En lo más álgido del combate, la posición del capitán Braulio Coroneaux es localizada por un tanque M-4, que la cañonea sin cesar. Un disparo del blindado destroza la trinchera donde mueren heroicamente el capitán y otros combatientes.
Ataque nocturnoFidel dirigió personalmente la batalla. En la imagen, junto a Raúl Castro (izquierda) y Camilo Cienfuegos. Fidel ordena otro ataque nocturno. El ejército combate, y comienza a retirarse con sensibles pérdidas. El líder rebelde, entonces, ordena colocar una emboscada entre El Horno y el cruce sobre el arroyo Manegua.
El enemigo descubre parcialmente la emboscada y se desvía a la izquierda en una zona pantanosa. Aunque un tanque T-17 bate la posición y ocasiona dos muertos y un herido, el certero fuego rebelde pone en fuga a los soldados, que abandonan tres camiones con más de 20 000 balas calibre 30,06, un radio y 13 fusiles automáticos.
Con el botín de guerra capturado se arman nuevos reclutas y la acción se destaca como una gran victoria para las fuerzas rebeldes. El enemigo sufrió 160 bajas, se ocuparon unas 35 000 balas, 14 camiones, un tanque T-17 en perfecto estado y 300 mochilas completas junto a otros pertrechos.
Fidel está seguro de que el mando militar no se recuperará tan pronto del fracaso, y ordena a sus hombres descansar y si es posible enterrar a los muertos, pero manteniéndose alertas a cada movimiento del ejército. Esa noche reconoce el campo de batalla, inspecciona el tanque abandonado por los soldados y consigue sacarlo de donde está atascado. Con una tripulación improvisada, decide usarlo para atacar el cuartel de Guisa, donde queda un grupo grande de soldados.
Por la inexperiencia, el tanque cae en una zanja y muchos de sus disparos se van por arriba del edificio del cuartel. Pero el enemigo se repone y lo inutiliza de un tiro, obligando a sus tripulantes a abandonarlo.
Ante tanto descalabro, el enemigo reorganiza sus fuerzas y medios. En la dirección Santa Rita-Guisa organizan un batallón especial con el fin de avanzar por el este hacia Guisa. Además, crea la Agrupación Táctica A con una dotación de 1 800 soldados. Otros 1 600, mientras tanto, operarían por el oeste de la carretera de Guisa con tanques y artillería. La correlación, en ese momento, es aproximadamente de seis soldados por cada rebelde.
Plan operacional enemigoEl ejército previó avanzar con dos batallones por el camino de Payarés hasta la región de Monte Oscuro. El Bon 25 trataría de desalojar a los rebeldes que ocupaban las lomas de San Antonio y Loma de Piedra, mientras el batallón 14 avanzaría en dirección a Los Mameyes, saliendo a orillas del Cupeinicú. Detrás de él avanzaría la Co. 91. A la altura de Monte Oscuro, los vehículos de esta tropa se desvían por el camino que conduce a Monjarás pero son sorprendidos por fuerzas rebeldes que logran herir gravemente al jefe enemigo. El resto se retira hacia Bayamo.
En la mañana del 30 de noviembre la aviación ametralla y bombardea las posiciones rebeldes. Los tanques y la artillería tratan de avanzar mas no lo consiguen. Desplazándose entre el lomerío, el Batallón Especial sale después de mediodía a un costado de la loma de El Matadero, que en ese momento no tiene vigilancia pues la fuerza rebelde está enfrentándose con la Agrupación Táctica.
Así, el Batallón Especial logró entrar a Guisa y cubrió el escape, por el camino de Los Pajales, de los soldados del cuartel, sus familiares y personas comprometidas con la dictadura. Moviéndose a campo traviesa, ese grupo sale a la Carretera Central y sigue rumbo a Bayamo.
En la noche, el ejército comienza a retirar el resto de sus tropas, y después de algunas escaramuzas con fuerzas rebeldes, llegan a la carretera. A las 21:00 horas Fidel y el grueso de los combatientes penetran en Guisa. Para entonces, han rechazado nueve contraataques enemigos y ejecutado con éxito 18 misiones, sufriendo ocho muertos, siete heridos y un prisionero.
Tras la batalla, el gobierno de Batista solicitó un informe urgente sobre las unidades que participaron y el material de guerra que se perdió. La jefatura de la ZO en Bayamo, en cifrado secreto, expuso detalladamente lo sucedido para evacuar a la Co. M, rodeada y sujeta a una fuerte presión del enemigo, pero minimizó las pérdidas en vidas y armamento.
Durante los días en que Fidel y su tropa se trasladaron de la Comandancia de La Plata hasta Guisa y durante el desarrollo de la batalla, se manifestaron sus dotes de estratega, su visión política y su valor personal, que condujeron a los rebeldes a la victoria.
El triunfo de la Batalla en Guisa fue un golpe irreparable para las tropas del tirano. A partir de ella, oficiales y soldados quedaron plenamente convencidos de su futura derrota.
* Investigador de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado