Foto: Angelito Baldrich «Los televidentes se fijan en el bolígrafo, en la ropa, si me peinaron bien o no. La gente repara en todo eso. También me dicen que soy la que más respondo. Y no es verdad. Eso depende de muchas cosas, porque a veces uno sabe la respuesta ya, pero en el orden le toca hablar a otro».
Para el pueblo cubano la doctora María Dolores Ortiz es un personaje muy popular. Durante 37 años ha sido la única mujer del panel de Escriba y Lea, uno de los programas de más larga historia en la televisión.
Fina, sonriente, de hablar suave y pausado, con una memoria envidiable, esta mujer, madre de dos hijas y abuela de varios nietos, se desempeña como asesora del Ministro de Educación Superior y es presidenta del Movimiento Amigos del Libro.
—Usted ha dicho que perdió la cuenta de cuántos libros ha leído en su vida. ¿Cuántos lee actualmente?
—Más de uno por semana.
—¿Quién le inculcó ese hábito de lectura?
—Yo nací y me crié en Holguín, que no era capital en aquella época. No había ni siquiera biblioteca pública, y nadie le daba importancia a la lectura. Institucionalmente, quiero decir. Mi familia jugó un papel decisivo. Mi padre era abogado y mi mamá fue maestra en su juventud, cuando soltera, porque a él no le gustaba que ella trabajara.
«El no leer lo suficiente limita el vocabulario de las personas. Por eso hay quien emplea siempre las mismas palabras, porque no tiene otra forma de expresarse. Tal vez nuestras clases de materias humanísticas en la escuela no desarrollan estas habilidades suficientemente. Habría que revisar qué se hace con las clases de Español, de Literatura, de Historia...».
—¿Qué estudió usted?
—Soy doctora en Filología. Estuve impartiendo clases hasta hace muy poco tiempo, cuando empecé a padecer de la garganta. Ejercí durante más de 40 años. Empecé antes de 1959, en un colegio privado, dando clases de Español a alumnos de bachillerato y comercio. Luego pasé a la Universidad de La Habana.
UNA GUAJIRITA EN LA CAPITALLa doctora Ortiz vino a La Habana como tantos jóvenes en aquella época, en busca de un título Universitario. Llegó a la Universidad en octubre de 1953, a solo meses del asalto al Cuartel Moncada. Un hecho que la marcó para siempre.
«Eso definió mi vida como revolucionaria. Decidí entonces que a donde fuera Fidel iría yo».
—¿En su casa se hablaba de política?
—Mi papá era un hombre muy aficionado a la política. Él no era político, incluso le hablaron varias veces para que se postulara y nunca quiso. Pero cuando yo era chiquita él me llevaba a los mítines de los partidos, me acostumbré a leer periódicos, a oír las conversaciones de los mayores. Eso me encantaba.
—¿En algún momento se involucró en la lucha revolucionaria?
—Fui combatiente de la clandestinidad. Vendía bonos, conseguía medicinas para la Sierra, confeccionaba materiales que se imprimían en distintos lugares para luego repartirlos.
«En una ocasión tuve que ir con otra compañera a alquilar un apartamento en el Vedado, que luego sería utilizado como casa clandestina. Fueron cosas como las que hizo tanta gente. Nada fuera de lo común».
—¿Cómo fue que su papá la dejó venir sola para La Habana a estudiar?
—Todo el mundo venía. Bueno, el que podía pagarlo. A mi hermana y a mí, desde que tuvimos uso de razón, se nos inculcó que vendríamos a estudiar a la capital. Mi papá había estudiado aquí, y esa fue siempre su aspiración.
«Él no tenía capital, era abogado y profesor. Mucha gente lo criticó en Holguín, porque en lugar de dedicarse a adquirir bienes, como tenía la idea de mandar a sus dos hijas a estudiar a La Habana —para eso se necesitaba tener un dinero— compró la casa donde vivíamos cuando éramos pequeñas para no tener que pagar alquiler, y entonces dedicarse a darnos muy buena vida, pero siempre con la mira puesta en que había que estudiar en la Universidad, que costaba un ojo de la cara y la mitad del otro. Y con dos hijas, figúrate.
«Él decía que la herencia que nos quería dejar era un título universitario a cada una. Luego, si no teníamos necesidad de usarlo —que en aquellos tiempos eso quería decir hacer un buen matrimonio, con un hombre acomodado— no importaba. Pero si teníamos necesidad, esa era la forma de garantizarnos una vida más cómoda».
—¿Cuándo terminó su carrera?
—Después del triunfo de la Revolución, porque estaba a la mitad cuando se cerró la Universidad.
—¿Hace algún tipo de ejercicio para tener la memoria tan «en forma»?
—No. Puede que sea innato. Mis padres eran personas de muy buena memoria. Tal vez hay un componente genético. Pero por ejemplo, en el colegio donde estudié se hacían muchas cosas para ejercitar la memoria, aunque la enseñanza no era memorística. Era muy buena escuela, con un claustro excelente, pese a estar en una ciudad tan lejos de la capital. Tengo el mejor recuerdo de todos mis profesores.
«Ninguno me enseñó nada de memoria, pero sí otras cosas, tanto de la llamada educación formal como de la instrucción. En aquella época uno no estudiaba por la libreta, como hacen ahora, sino por los libros de texto.
«Recuerdo que en la primaria había muchos concursos de ortografía en los que participaban todos los alumnos. Había que aprender un determinado número de palabras que luego te iban a dictar en un párrafo, y había premios y estímulos para los niños de mejores resultados.
«También concursos de declamación, con poemas muy largos, como Los zapaticos de rosa. Se incluían tanto autores cubanos como latinoamericanos. Creo que todo eso contribuyó a poseer una buena memoria».
—También domina varios idiomas...
—Hablo inglés, francés y portugués. Como no los he practicado mucho en los últimos tiempos, los leo. Con el alemán fue diferente. Fui muy buena alumna en los dos años en que lo estudié, pero es una lengua muy difícil. Casi lo olvidé.
LA SONRISA DEL PANEL—¿Quiénes fueron los fundadores del programa Escriba y Lea?
—Los doctores Dubouchet, Galis-Menéndez y yo. Y como moderador Cepero Brito. Luego vino Daranas. Pero hemos tenido muchos otros. Este programa requiere de un moderador especial, porque tiene que prepararse muy bien.
«Además, hay que pensar en que este es un programa que no se ensaya. Lo que ustedes ven en la televisión fue lo que pasó. No se puede ensayar, porque entonces sabríamos la respuesta».
—Ahora que el programa se graba será más fácil su realización.
—¡Qué va...! Cuando se hacía en vivo terminábamos más rápido. Los adelantos técnicos tienen sus ventajas, pero también sus desventajas. Por ejemplo, si el relojito con que Calderón marca los desaciertos se rompe, tiene que venir el técnico a arreglarlo. Si no, hay que inventar una toma en que no aparezca el reloj, para después editarlo. Es muy complicado. Puede ser un micrófono que no funciona, una luz que no está bien colocada, o una planta que nos tapa la cara.
—¿Por qué usted se ríe cuando dice «posterior a la Edad Media»?
—No es solo en ese momento. Yo trato de sonreír bastante, porque creo que es una manera de demostrarle al público que me siento feliz de trabajar para ellos, que me estoy divirtiendo, y quiero hacerlos partícipes de mi estado de ánimo.
«Creo que a mí, como mujer del panel, tal vez me puede estar permitida alguna licencia que a lo mejor no sería igual en un hombre, como esa sonrisa, o el decir algo que aligere un poco el programa, que no sea solo la cosa académica».
—¿Nunca se ha repetido un tema?
—Durante muchos años, una regla básica era no repetir los temas. Pero un día nos plantearon que había que hacerlo, porque habían salido muchas preguntas importantes y ya había pasado más de una generación de televidentes. Entonces se acordó repetir algunos.
—¿Alguien lleva la cuenta de los aciertos y desaciertos?
—Nadie.
—Hay programas en que ustedes responden todo, por tanto, nadie se lleva el libro de premio. ¿Por qué de todos modos no estimulan a ese televidente por haber enviado la pregunta?
—La idea original era que todo el que enviara una pregunta y fuera seleccionada, recibía un libro a vuelta de correo. Por eso el programa se llama Escriba y Lea, porque usted escribía y después leía un libro.
«Pero vino la crisis económica, y eso se limitó. Hoy los organismos que nos proveen los libros no pueden asumir eso».
—¿Son muchos los temas que les mandan?
—Hasta de la Florida. Allá ven el programa por Cubavisión Internacional.
—Hace poco usted estuvo ausente del programa. Supimos que se tuvo que operar y dejar de fumar.
—Es verdad que yo fumaba, y naturalmente lo dejé. La voz mía ha sido extremadamente usada, he estado casi 50 años dando clases, conferencias y charlas.
«En realidad la culpa no fue solo del cigarro. El médico lo diagnosticó como una enfermedad profesional. Me recomendó que no diera más clases regulares. A los maestros nos debieran dar clases, como a los actores y locutores, para aprender a colocar bien la voz. Nosotros hablamos a veces más que un locutor, y nos hacemos daño».
—Durante años ha usado el mismo bolígrafo con una cadenita. ¿Es un talismán?
—No. Que conste que no soy supersticiosa. Ese bolígrafo me lo regalaron hace tiempo, y como es bonito pensé que se vería bien en la televisión. Solo lo utilizo para el programa, pero no creo en esas cosas de la buena suerte.
Una vida consagrada
La doctora María Dolores Ortiz ha obtenido la Orden Carlos J. Finlay y las medallas de Combatiente de la Clandestinidad, 250 Aniversario de la Universidad de La Habana, 40 Aniversario de las FAR, XV Aniversario de la Unión Árabe de Cuba y la José Tey.
Además, la distinción La utilidad de la Virtud, que otorga la Sociedad Cultural José Martí a personalidades, colectivos e instituciones exponentes del ideario martiano.
La también presidenta del Movimiento de Amigos del Libro, ha publicado varios títulos, entre ellos, La educación superior en Cuba (1984), En virtud de cien caminos (artículos y ensayos del 2002), el Tomo III Testimonios de la Colección Obras y Apuntes de Camila Henríquez Ureña (Compilación y prólogo, publicado en República Dominicana, 2004); folletos, monografías y diversos artículos para Cuba y el extranjero.