DOS RÍOS, Granma.— El suceso siempre nos asalta con un signo de aflicción, sobre todo cuando meditamos que el combate de aquella tarde, en las cercanías de Contramaestre, fue el primero de Martí, el «Presidente», como le habían llamado respetuosamente en esos días lluviosos.
Imaginamos al hombre de versos, vestido con pantalón claro, saco oscuro y sombrero de castor, galopar con su fogoso caballo hacia la línea de tiradores españoles y caer casi en las narices de sus enemigos.
Imaginamos el rostro lloroso de quienes, horas antes, lo habían escuchado y aplaudido con felicidad en Vuelta Grande. Porque el 19 de mayo de 1895, hasta el mediodía, había sido fecha de dicha: la esperada tropa de Bartolomé Masó, de unos 300 hombres, llegaba al fin a las inmediaciones de Dos Ríos. Y allá, en la Vuelta... se respiraba la fiesta por el encuentro y por las palabras de «magia» del Delegado.
«¡Qué guerra esta! (...) que al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento», diría Máximo Gómez en su Diario de Campaña para reflejar cómo la alegría se trastrocó en pena.
Muchos acababan de conocer al líder y otros llevaban apenas días con él; y, sin embargo, todos sintieron aquella pérdida terrible. No solo porque había caído el organizador de la contienda sino, por encima de todo, el hombre de carne y hueso que cautivaba con la acción y la palabra.
Una prueba grandiosa de que el Maestro despertaba simpatías enseguida, está en la sentencia de Rosalío Pacheco, el prefecto de Dos Ríos, quien apenas lo conocía: «Por usted doy mi vida». O en el acto de Emilia Sánchez, la esposa de este, que, según la tradición de los pobladores de Dos Ríos «enterró una botella con la sangre de Martí en el sitio exacto donde él cayó» como señal de veneración.
DÉCIMAS AL HÉROE
En las proximidades de Dos Ríos, Martí pasó los últimos diez días de su vida, en campamentos como los de Travesía 1, Travesía 2, Vuelta Grande, La Jatía... Y ese tiempo bastó para que se ganara la admiración de los moradores de la comarca y la de los soldados insurrectos de la tropa de Jiguaní.
Por eso, la tragedia del 19 de mayo hizo nacer décimas de indignación en la zona, como esta que en 1983, con 109 años, nos memorizara el mambí Jesús Pérez Maldonado, quien vivió hasta los 111 en las inmediaciones de La Yaya: «¡A esgrimir el machete insurrecto/ ¡Guerra a muerte a la pérfida España!/ Cuya inmensa ambición, cuya saña/ Nuestro edén en brutal convirtió/ No haya tregua... luchad con denuedo/En maniguas, ciudades y llanos.Ya no pueden caber los tiranos/ Donde el noble Martí sucumbió.
Esa composición poética no es la única por estos lares. La tradición oral ha recogido fragmentos de otros versos de pueblo que, sin mucho lirismo y con imperfecciones literarias, se refieren al Héroe Nacional.
Los pobladores de Dos Ríos han guardado también en su oralidad versiones sobre el día fatal, como aquellas que recuerdan que «Martí se mojó mucho al cruzar el río Contramaestre», crecido en esas fechas y que se fue solo «con un joven al combate».
Otras evocan cómo aquella botella con sangre, escondida por Emilia Sánchez, sirvió para levantar lo que es hoy el monumento de Dos Ríos. Porque en el propio 1895, narran los de allí, se clavó después en tierra una cruz de caguairán y se enterró una botella con un acta.
Un año más tarde, Gómez y su tropa, según cuenta Enrique Loynaz en sus Memorias de la guerra, colocaron piedras del río alrededor de la cruz, las que quedaron incrustadas en la base del actual obelisco, de diez metros de alto y 16 metros cuadrados, inaugurado el 20 de mayo de 1913, aunque desde entonces ha sufrido algunas modificaciones.
DOS HÉROES
Poco ha hablado nuestra historiografía de dos hombres ligados a los últimos instantes de Martí: Ángel de la Guardia Bello y Francisco Blanco (Bellito).
El primero fue el joven de 20 años a quien el Maestro conminó al combate. No murió de casualidad, pues su caballo fue abatido por los proyectiles españoles y en medio de la balacera espantosa no pudo rescatar el cuerpo del Héroe.
Nacido el 16 de febrero de 1875 en Jiguaní, se hizo maestro a los 13 años junto a su padre, Miguel de la Guardia Góngora, y no vaciló en alzarse en armas junto a Bartolomé Masó en las cercanías de Manzanillo, en febrero de 1895.
Conoció a Martí la noche del 18 de mayo de 1895, en la que trabaron amistad. De modo que horas después del primer encuentro estuvo dispuesto a dar la vida junto al Apóstol. Cayó con los grados de coronel, en la toma de Las Tunas, el 30 de agosto de 1897, a los 22 años. Fácil era adivinar que iba a ser general antes de los 30.
Mientras, Francisco Blanco (Bellito) es el único libertador que muere en las acciones mediante las cuales se intenta rescatar el cuerpo exánime de Martí, cinco días después del holocausto de Dos Ríos.
Natural de la zona de Bayamo, hizo vida en Jiguaní y alcanzó por su arrojo los grados de coronel. El Héroe Nacional, en el primer encuentro, el 10 de mayo, lo describe así: «Viene Bellito, el coronel Bellito de Jiguaní, que por enfermo había quedado acá. Lo adivino leal, de ojo claro de asalto, valiente en hacer y en decir. Gusta de hablar su lengua confusa, en que en las palabras inventadas, se le ha de sorprender el pensamiento».
Quiso la suerte que estos dos héroes reposaran juntos, en el cementerio de Manzanillo. A principios del siglo pasado el alcalde de esa ciudad, el puertorriqueño Modesto Tirado, por más señas amigo de Martí, organizó una singular expedición para dar sepultura honrosa a los cuerpos de cientos de libertadores que se habían enterrado en distintos parajes. Y así ambos fueron trasladados con honores a ese camposanto costero.
EPÍLOGO
Martí no está solo en Dos Ríos ni en la admiración cultivada con hálito de novela en los pobladores de esa zona.
Vive más allá del rosal del monumento y más allá de los recuerdos o de las voces que lo llamaron con razón Presidente.
Vive en una carga a caballo, en el río cercano hecho mar de pasiones, en la palma sembrada sin ortigas, en la décima transfigurada en lluvia, en los ranchos cubanos donde escribió una carta inconclusa, en la verdad del tiempo, dibujado como un hombre que no reposa sino que se levanta con el Sol.