Momento del desplazamiento de la caravana. La pequeña Zelma junto a Fidel. GUANTÁNAMO.— Aquel hombre irrumpió de súbito en un jeep descapotable. Le impresionó verlo tan cerca y observó unas gotas de sudor muy finas, que parecían perlas, adornando su rostro. Eran exactamente las 3:25 de la tarde del 3 de febrero de 1959.
Isabel Luisa Borges Giró (Cuchita), de 86 años de edad, rememora ese día en que Fidel visitó por primera vez a Guantánamo y todos querían atisbar aunque fuera una pizca de la figura del ya legendario líder rebelde.
«De uno y otro lado de las calles aledañas al parque central José Martí, las personas se aglomeraban para seguir el recorrido hasta el lugar de concentración, la otrora Escuela de Comercio.
«Las integrantes de la Brigada de Primeros Auxilios del Movimiento 26 de Julio en Guantánamo teníamos la misión de recibir a Fidel frente al parque central José Martí», recuerda Cuchita, con sorprendente lucidez.
«Cuando el auto estuvo frente a nosotros recité una poesía dedicada al Comandante y a Raúl: “Con mujeres como ustedes cualquier pueblo se libera”, nos dijo Fidel. Entonces entonamos las notas del Himno Nacional, y los ¡Vivas! a él se hacían interminables. Aquella ola humana era realmente gigante».
SUJÉTATE DE LA CANANAA su niña Zelma, de nueve años, le dieron un ramo de gladiolos rosados para obsequiárselo a Celia Sánchez Manduley. Sobre el hombro del teniente del Ejército Rebelde José Antonio Borot evadió Zelma la multitud y alcanzó el auto del Comandante.
—Estas flores son para Celia —refirió la niña. Y al imponerla alguien de la comitiva de la ausencia de la Flor de la Sierra Maestra, entregó el ramo a una secretaria de Fidel. Entonces éste percibió su gesto. La alzó y le pidió que hiciera el recorrido con él.
—¿Y tu mamá?
—Allí —señaló la pequeña a pocos metros del carro, a la aludida, nada menos que la «poeta» del recibimiento, quien terció de inmediato:
—Oiga Comandante, cuídemela bien.
Durante el desplazamiento de apenas diez cuadras, y que duró muchísimos minutos porque había gente por doquier, «estaban llenas las calles, había personas en los techos de las casas, e incluso encima de un poste del tendido eléctrico alcancé a divisar a uno», evoca Zelma Carvajal Borges.
«Fidel, preocupado por mi seguridad, me dijo: “Sujétate de mi canana”. Y acto seguido puso mi mano sobre el objeto, dando por sentado que yo no había entendido la indicación.
En otro momento se dirigió a mí y me pidió: «“Saluda, saluda al pueblo”. Pero yo solo reparaba en aquella figura de la que mi madre me hablaba, en su uniforme verde olivo intenso, en su rostro angelical, las barbas negras... Estaba hechizada con su imagen y todo cuanto acontecía».
Zelma relata que después llegaron a la Escuela de Comercio y ocupó un lugar en la tribuna, muy cerca de Fidel. «Terminó el acto y no pude despedirme de él. Un jeep militar me llevó a casa, donde esperaba mi madre. Y ese momento jamás lo he olvidado. Vuelve a mi memoria cada vez que lo veo por televisión o escucho sus discursos».