Z.G: Tuve la primera relación a los 18 con mi gran amor. Estuvimos juntos dos años y medio hasta que ella decidió separarse sin darme explicaciones. Desesperado, salí para distraerme y conocí a una chica atractiva que no me gustaba, pero probé porque ella se me tiró encima. Sorprendentemente, no pude llegar ni siquiera a excitarme. La pena se apoderó de mí a pesar de su comprensión. Díganme qué hacer.
Lo mejor es evitar implicarte en un intercambio amoroso que no deseas. Mucho menos si lo que sientes es pena. No es posible quedar bien con otros sin ir en contra de nosotros mismos. En tales casos, es más atinado aceptarnos como somos, asumir lo que sentimos y si es posible, sincerarnos con la otra persona y esperar que nos disculpe. La peor opción es esforzarnos desestimando lo que se vivencia.
Nuestro cuerpo no es un instrumento que se deje utilizar caprichosa e ilimitadamente. Cuando lo sobrecargamos de tareas empieza a enfermar. Al exigirle placer sin que el deseo lo estimule, se resiste. El organismo siempre señala el bienestar o malestar que experimenta y debe ser atendido en correspondencia. Si lo ignoramos, protesta.
No importa lo atractiva o amorosa que pueda ser la otra persona si no logra despertar el erotismo, que no es solo una representación mental sino también una vivencia corporal. Cuando alguien estimula el deseo erótico el cuerpo vibra y demanda proximidad físico-subjetiva, contacto íntimo, conjunción profunda. Entonces, cada beso avanza hacia el deleite embriagador que pide más y no culmina hasta el clímax orgásmico, una experiencia donde se va más allá de los límites conocidos. Nada de esto puede ocurrir sin que el deseo teja la red que ensarta mente y cuerpo.
Respetar nuestros procesos emocionales es importante para protegernos. El fin amoroso suele provocar un dolor inhibidor. A la vez, reclama un tiempo de introspección, autocomplacencia y recuperación que se debe respetar. El amor retornará con todo su brillo solo cuando estés preparado para recibirlo. No te violentes.