Cada laboratorio está equipado con 15 modernas máquinas para los alumnos y una para el profesor. MANZANILLO.— La escuela parecía, en su inmensidad, demasiado lastimada por el tiempo. Estaba carcomida, sin nada de qué pavonearse.
Empero, hace 18 meses una revuelta de hormigón y pintura comenzó a trastrocarle el talante y aquel edificio tullido, que antaño formó maestros, se colmó de adolescentes ansiosos por «tragarse el mundo» a través de una computadora.
Hasta el propio Fidel habló sobre ese coloso transformado y sobre «la reparación capital de sus instalaciones», en el discurso del 26 de Julio en Bayamo.
Hoy, los 1 694 estudiantes del Instituto Politécnico de Informática (IPI) Rubén Bravo, de Manzanillo, aprenden, en medio de la mampostería retocada, los entresijos cibernéticos.
Sin embargo, lo portentoso de esta historia se afinca —más que en el cambio de rostro de la institución— en las anécdotas de los muchachos, germinadas en ese proceso de enseñanza.
Osmar Videaux, es un ejemplo para sus compañeros. Muchos llegaron desde regiones escondidas del mapa. Algunas apenas se veían físicamente sobre la tierra. Otros, como Osmar Videaux —a quien le falta una pierna—, tuvieron que domar los arrecifes impuestos por la naturaleza.
«Nací así, con este problema... y siempre supe sobreponerme en los estudios. Llegué aquí procedente de la escuela especial Solidaridad con Panamá, que está en la capital del país. Aunque ya sabía de la vida interna, el Instituto no iba a ser igual», dice este vecino de Pilón mientras bosqueja la mitad de un guiño.
Y enseguida, con el candor de sus 15 años, desviste los secretos que lo han amparado en el curso: «Me he adaptado rápido por la ayuda de mis compañeritos y por el amor que le tengo a la computación».
Ese mismo ardor por los monitores y teclados es el que mantiene al Rubén Bravo en ebullición durante las madrugadas, porque aun en esas horas las lecciones informáticas no acaban...
HASTA QUE SALGA EL SOL«Este fue uno de los tres mejores institutos de su tipo en el país el curso pasado. Aquí ellos no paran, tienen los laboratorios las 24 horas», nos expresa la subdirectora docente para la formación general, Mayelín Vega Díaz.
La joven de 32 años se refiere a la fecunda agenda de los muchachos en el IPI, que va más allá de los nueve turnos de clase y del autoestudio nocturno.
Se ha fijado un tiempo de máquina después de las diez de la noche y «muchos terminan al amanecer, en la ejercitación frente a la máquina», señala ella.
Fue precisamente en horario de lunas en el que, por ejemplo, Wilder Díaz Suárez, de segundo año, construyó una interesante multimedia, la cual se utiliza en los turnos de Preparación Militar Inicial (PMI).
«Contiene sonido, imagen... texto. La concluí un día a las cuatro de la mañana», comenta este bayamés imberbe.
Su coterránea Edelmis Ramírez, una de las 770 muchachas del centro, explica algo parecido: «A veces casi se forman colas porque muchos aprovechan ese horario para hacer tareas de las asignaturas técnicas y avanzar en las creaciones propias».
Mayelín, la subdirectora, revela que —quizá por esa fiebre— los progresos son inmensos. «Tienen un interés tremendo. Después de los tres años de estudios, ellos podrán hacer software sin problemas. Para eso reciben materias como arquitectura de computadora, lenguaje y técnica de programación, operador de micro, tratamiento gráfico, diseño...».
Agrega que actualmente funcionan 14 laboratorios, cada uno con 15 máquinas modernas para los estudiantes y una para el profesor. «Hay, además, 47 aulas y en cada una se ha situado una computadora».
En el futuro, según precisa «la matrícula también debe crecer hasta llegar a los 2 100 estudiantes. Esta cifra hará aún mayor a este gigante, que ahora cuenta con 499 trabajadores, de ellos 225 docentes.
INFORMÁTICOS DEL MONTECuando JR escarbó levemente en busca de la procedencia de estos jóvenes, enseguida encontró nombres de parajes serranos o del llano rural, aunque el grueso de la matrícula viene de Bayamo y Manzanillo.
«Aquí hay gente de El Macho, La Presa, Corralillo... La Nenita», nos manifiesta Dannier Rosabal Espinosa, oriundo de Monjará, en la Sierra Maestra.
Él bien puede asegurar, a sus 14, que tiene diez años, pues acaso figura como el más pequeño de la escuela. «Pero eso no me impide nada; ya creceré y si no, no importa: seré informático. Mi gran ilusión es entrar a la Univercidad de Ciencias Informáticas», dice con una sonrisa pícara.
Otra de las que anda con sueños largos es Daima Rodríguez, de El Maicito, caserío situado a unos 15 kilómetros del poblado cabecera de Pilón. «Estoy embullada, porque en el instituto he aprendido diez veces más».
Así, espoleados por la computación, también viven Leanne Ramírez y Yordanis Martí, de Buey Arriba, o decenas de mozalbetes de Bartolomé Masó, Media Luna, Guisa...
Mayelín Vega recalca, no obstante, que uno de los desafíos de la institución radica en motivar a los educandos en las asignaturas que no pertenecen al área técnica.
«Algunos vienen de la Secundaria Básica con lagunas en su formación general; por eso los profesores de Matemática, Español, Historia, etc. tienen un doble reto».
No se debe olvidar —añade— que el instituto tiene un triple propósito: formar bachilleres generales, técnicos medios en informática con capacidades para una vida laboral inmediata, y docentes que ayuden en esta propia rama de la ciencia.
Es fácil adivinar, entonces, cuánto intelecto retoñará en estas aulas.