Foto: Roberto Morejón Cuando llegaron todo estaba preparado. Era para acordarse del cuento El Caballo de Coral, de Onelio Jorge Cardoso. «El hombre tiene dos hambres. Una es la del pan y la otra es la del alma», murmuraba el protagonista de la historia, recostado sobre el piso de la goleta.
Y de esa última hambre, la más necesaria, es la que se podía saciar en la Escuela de Instructores de Arte Eduardo García Delgado, la villa del IV Congreso de los Pioneros, convertida en una verdadera casa de príncipes.
Globos, payasos y canciones aguardaban por las sonrisas infantiles de los delegados, que aunque cansados del viaje, no se dieron por vencidos.
En medio del bullicio de la llegada, Darío Izalgué, máximo responsable del lugar, dijo a JR que todo está garantizado para que los delegados tengan una estancia feliz.
«Están creadas todas las condiciones para que se sientan bien, descansen y disfruten. Sus familiares pueden estar tranquilos, ellos están como ‘en casa’», enfatizó.
Darío mencionó que cuentan con un hospital con servicios de urgencia y un gabinete de Estomatología. «Nuestros médicos tienen una reseña de las patologías de cada muchacho, y están garantizados los servicios médicos y los medicamentos para cada caso.
«Las habitaciones tienen aire acondicionado, y con la alimentación estoy seguro que van a estar muy satisfechos. Hemos tratado de complacer los gustos de los muchachos, no solo aquí, sino en todos los lugares donde van a estar».