Fotos: Luis Carlos Palacios y Archivo del Quinteto Rebelde
BARTOLOMÉ MASÓ, Granma.— Escuchándolos después de tanto tiempo, uno se moja de batallas, de truenos, barbas guerrilleras y aun de nostalgias verde olivo.
Soplan algunas de sus letras al viento (Hay que cuidar a Fidel o Procura respetar al Che Guevara) y enseguida estalla la curiosidad por conocer cómo y cuándo surgió la idea de llevarlos, guitarras en mano, al frente de batalla en la Sierra Maestra.
Pronto se capta el empirismo atrevido de cada nota, pero también el palpitar de una leyenda en sus voces incólumes al cabo de 48 años.
Agrupados estos hombres, se dieron el nombre de Quinteto Rebelde, y así son conocidos en Cuba aunque no haya sido bien estudiada la hondura de su historia.
Los nombres y perfiles individuales descubren la conexión sanguínea, la impresionante robustez física: Rubén La O Zamora (70 años y voz principal), Alejandro Medina Muñoz (67 años, guitarrista), Alcides La O Zamora (68, tresero), Eugenio Medina Muñoz (65, tresero), Alcibíades Medina Muñoz (54, bongó) y Damián Medina Antolín (39, marimba).
Los cuatro primeros son considerados fundadores y pueden hablar mejor de la epopeya, aunque ninguno está ajeno a los acontecimientos entre balas.
Viven todos a la vera de la carretera hacia El Caney de Las Mercedes en un asentamiento con calificativo original: Punto Nuevo Número Dos.
Allí, en cinco casas contiguas, casi idénticas, reconstruyen las anécdotas del día en que conocieron a Fidel, en 1958; y de la ocasión en que saltaron medio asustados a los altavoces de Radio Rebelde, el 14 de mayo de aquel año, fecha que consideran fundacional.
Cuentan que se vieron obligados a abandonar las tierras semirealengas de Contramaestre, donde crecieron, para asentarse en plena serranía, más allá del Alto de Naranjo, lugar que a solo 950 metros sobre el nivel del mar aparenta una cercanía increible con las nubes.
«Teníamos un grupito de música campesina para los guateques, dirigido por nuestro padre, Osvaldo Medina. Llegó una escuadra de rebeldes a la casa y le tocamos alguno de nuestros números. Veinte días después nos presentaban al Comandante en Jefe y a Celia. Nos dejaron en la tropa con el objetivo de radiar canciones que le “tiraran” a Batista», relata Eugenio, devenido ahora historiador y líder del conjunto.
Se ríen por lo bajo, sentados en un coro de taburetes, y con la hilaridad germinan otras confesiones: como eran casi analfabetos y no podían componer canciones, se volcaron entonces a la parodia, con la ayuda de los locutores de Radio Rebelde.
Surgieron así estribillos pegajosos como Que se vaya el Mono (Batista), Cuando la Revolución de Julio, Eso que tiene Fidel, y otros.
Explican en retahíla la paradoja lingüística: sumaban seis, y sin embargo se denominaban «quinteto». «Inicialmente éramos cinco, mandamos a buscar al cantante y crecimos; sin embargo, Celia razonó: “Deben quedarse con el primer nombre, ya fueron presentados así y Cuba los conoce así”», rememora Alejandro.
Narran, también con gestos cómplices, que aunque acompañaron a los guerrilleros en aquellos cinco meses finales de la contienda y les amenizaron las noches bélicas, lo mejor de su historial es haber participado directamente en dos combates: Santo Domingo y El Jigüe, en los que le cantaron las 1 500 al enemigo.
«Nos pasaban los tiros fu, fu, fu, por la cabeza, cuando estábamos en las trincheras y alguno pensó que lo habían herido porque tenía la ropa mojada. Pero no era sangre, era otro líquido», recuerda Rubén en medio de un charco de carcajadas.
Caen, en la retrospectiva, en un episodio que tal vez no debió ocurrir: en 1959, apenas unos días después del triunfo de Enero, decidieron disolverse. La mayoría regresó a las crestas, a un paradero distinto: Santana de Nagua. Y volvieron como labriegos comunes al café y a otros sembrados, sin pedir nimbos o medallas.
Mas un día de 1981, 22 años después de la separación, sucedió lo impredecible. Varios dirigentes de Granma, incluyendo a Roberto Damián Alfonso —en ese momento primer secretario del Partido en la provincia— decidieron reencontrarlos para que actuaran ante Fidel, quien inauguraría el campamento de pioneros exploradores de Santo Domingo.
Fue la fecha más venturosa de sus existencias. «Le cantamos y él se animó muchísimo con la sorpresa del reencuentro. Y aquí está el Quinteto Rebelde hasta el sol de hoy», señala Eugenio con los ojos centelleantes.
Viene una pausa en la conversación mientras «gotea» un mango en el patio. Surge, a la sazón, otro tema: en 1983 actuaron en diversos rincones de Nicaragua y en 1985 en Angola.
«Fueron experiencias difíciles, pero incomparables con las de la Sierra», sentencia Alcides.
En todo este lapso, estos músicos campesinos han grabado apenas dos discos, aunque han tenido trofeos espirituales como el Premio provincial de Cultura Comunitaria, ganado en julio de 2004.
Se quejan sin aspavientos de no poseer medio de transporte para trasladarse a las comunidades a llevar su música. «No obstante, tocamos donde haga falta», expresan casi a coro.
Reconocen que las tribunas abiertas y la Batalla de Ideas, los sacaron un poco del silencio involuntario.
Sus mayores recompensas están ligadas a los encuentros con Fidel. «Nos vimos en el IV Congreso de la FEU en diciembre de 1990 y fuimos muy felices».
El Quinteto Rebelde actúa en La Habana, en los albores de la Revolución La sonrisa les retorna de inmediato. Sueñan con escribir un libro, en el que quieren volcar las experiencias guerreras y sus misiones internacionalistas, sobre todo para que las nuevas generaciones conozcan «cuánto costó todo esto».
Se despiden con gracia, sin despegarse del uniforme verde olivo, entonando una muletilla mordaz y contagiosa de este tiempo: «Mi aporte al imperialismo… ¡un tiro en el corazón!».