La tecla del duende
Ese será el tema principal de nuestra décima cita ocurrente en Guaracabulla, Placetas, Villa Clara, el próximo 10 de julio. Allí, en el pueblito cuya mítica ceiba divide justo al medio el caimán antillano, conversaremos sobre los múltiples significados del tiempo: esa dimensión que todo lo envuelve. Nos abrazaremos otra vez románticos de muchas partes de Cuba con anfitriones de lujo liderados por la incansable Katy.
Hablando de tiempo, estamos en tiempo de mango, así que les regalo tajadas de una deliciosa crónica del periodista cienfueguero Pancho Navarro sobre esta excepcional fruta.
La exuberancia en la belleza física, tanto femenina como masculina recibe ahora el calificativo de mango. De manera que si usted oye decir que María es un mango, traduzca enseguida que la cubanita es una mezcla tropical de Angelina Jolie, Monica Belluci y Halle Berry./ Sus razones tendría el habla popular, tan sabia siempre que elude el camino de la chabacanería, con ese bautizo frutal a las beldades criollas./ Aún sin blasonar del linaje real de la piña, bien mirado, el mango es una fruta con la cual la madre Naturaleza fue pródiga, tanto por fuera como por dentro. Porque mucho antes de hacer la fiesta del paladar más exigente, enamora la vista con esa combinación de amarillo, rojo, verde y negro, tan cerca de la perfección que parece salida de la paleta de Cézanne./ El mango hace más sufrible esta temporada de calores diabólicos. Lo mismo un jugo que unas tajadas frías resultan la vida misma. Capaces por unos momentos de hacernos olvidar el bochorno de un hábitat encaprichado en hornearnos a fuego lento con el contubernio de la capa de ozono agujereada y sin pespuntes./ Pero las dos variantes de refrigerio son exquisiteces de adultos. Porque la verdadera poesía del mango estaba en esos niños que fuimos, cuando a pedrada limpia hacíamos bajar los frutos desde sus alturas de atalaya campestre y los chupábamos como si esa fuera la única fruición terrenal./ Tal práctica podría ser considerada tan alimentaria como deportiva, porque la sana competencia en pos del fruto más alto y codiciado solía premiar al de mejor brazo y puntería. Por lo general un chiquillo que ya se pintaba como futura estrella del box./ (…) Con las mangas amarillas o peludas, las más humildes de la especie, hacíamos una «chivita». Muy sencillo el método. Primero se apolismaba el fruto bien maduro y luego de una perforación a mordisco limpio en la punta, ya teníamos el jugo de mango en el más natural de sus estados. Envasado en cáscara y sin necesidad de pitillo. Mucho mejor que una cajita de Tropical Island, Río Zaza o como se llame./ (…) Sumo al caudal de mis añoranzas aquellas tardes de camisas sucias y un pegajoso líquido resbalando desde la mano hasta el codo…
IH: ¡Qué importa la edad si nuestros ojos aún son niños! AL