La tecla del duende
Mi amigo y colega Jesús Jank Curbelo ya no firmará más, a partir de hoy, como estudiante de Periodismo. Su tesis, consistente en un portafolio de textos publicados en las páginas vecinas de Granma, lo catapultó con excelencia a la otra carrera, interminable, que significa el oficio de la prensa. Como Jank además de escribidor incansable es un amantísimo papá, le pedí una crónica suya para regalarla a todos los padres casi a punto de su domingo de fiesta.
Es un pequeño yo con rizos rubios acuclillado en el suelo con un carro. De plástico. Un desorden en la casa. Un caos que es un caos vivaz. Es esos ojos llenos de todo lo sincero y limpio que pudiera ocurrírseme. Es hermoso. Es la articulación de las palabras que comienza a aprender.
Mi niño es eso que me hace responsable. Es la masa en las manos de un artista que comienza a moldear. Juega, transcurre. Pide agua y un tete y que le abracen. Come frente a la máquina mirando Masha y el oso, encima de mis piernas. Y el regazo en mis piernas es entonces el cobijo que quiero que lo salve de todo. Y yo hago todo porque sea feliz.
Mi niño es eso que deberían ser todos los niños. Los huérfanos, los mustios, los que lloran, los que trabajan, los desprotegidos, los lánguidos, los que no tienen parques, o globos, los que viven hacinados, los que quedan en las salas de parto, los delicados, los que esperan siempre.
Miro a mi niño y me luce tan frágil que no puedo evitar pensar en esos que no son él.
Entonces agradezco a las personas, a las circunstancias que colaboran en que hoy sea el pícaro pilluelo que es. Y lo agradezco todo. Desde las enfermeras y las seños hasta el carnicero del vecindario, que levanta el teléfono para avisarme que le llegó el pollo. Desde el que alguna vez cedió su asiento en la 27 hasta el tío que viene semanalmente y se sienta en el suelo a rodar carritos; hasta el vecino amable que me pregunta «cómo está mi chama».
Y se me ocurre que todos los niños debieran tener seños, enfermeras, un carnicero, un vecino, unos tíos…
Mi niño come encima de mis piernas. Se baja al suelo. Juega con pelotas, con carros plásticos, con monigotes. Luego se chupa el dedo, abraza a la madre, da diez vueltas, duerme. E irremediablemente se me ocurre que nadie debería estar tranquilo sin hacer algo mínimo, o tremendo, que contribuya al bienestar de un niño. Que haga que un niño ría antes de irse a dormir.
Los ocurrentes holguineros se encontrarán este sábado, a las 10:00 a.m., para homenajear a los padres. Con igual sentir, pero a las 2:00 p.m. del propio día, nos veremos en La Habana, en La Fragua martiana.
Papá: Todo lo que no decimos a veces habla más que los discursos. ED