La tecla del duende
El mar embotellado de hoy llega desde Sancti Spíritus. Mi amiga y colega Dayamis Sotolongo sabe reír una crónica como escribir una sonrisa. Dice que piensa y vive en contrapunto. Y a uno le surgen deseos de saborear ese doble filo...
Dos amigas. Tengo dos amigas. O no, me equivoco, son más —para que ninguna se me ponga celosa—, pero a dos de ellas les ajustan estas líneas. Les escribo por equidistantes y divergentes. Si no fuera porque una me adoptó como hija, desde hace casi cinco años, y a la otra la asumí como una de las hermanas que nunca tuve, pudiera asegurar que entre ellas también existe ese parentesco filial. (...) Una ha estado a punto de contraer hasta la influenza o la mononucleosis infecciosa (denominada comúnmente la enfermedad del beso), pues saluda a todos, aunque no sea correspondida, a miles de kilómetros de distancia; y la otra —pese a que lo disimule con más acierto— pensando reconocer a alguien puede lanzarse a los brazos de los desconocidos en medio de una concurrida parada. En definitiva, las dos padecen la Caricariencia, traducida al argot popular como excesivas muestras de cariño para con sus semejantes. Mi madre adoptiva casi ha llegado a ser canonizada como la Madre Teresa de Calcuta y mi hermana —solo de lazos afectivos que me he atribuido—, aunque tiene un buen corazón, no llega a tanto, porque según ella misma afirma: «Sabe dar patadas con dulzura». En ese paralelismo se rozan, incluso, en su devoción por las largas distancias. Náufragas ambas de yutonges pudieran escribir un libro con sus crónicas de viaje. Mi progenitora ha llegado a ser confidente —y también confesada, pues no se resiste a mantener en secreto sus controversias interprovinciales y su experiencia marital sobre ruedas— de cuanto viajero le ha tocado en el asiento contiguo (...).
La otra, en cambio, no comparte sus intimidades, pero puede preguntar a voz en cuello en medio de cualquier guagua: ¿A quién se le perdió este billete de 50? y regalárselo al primero que levante la mano. No obstante, en lo que más se asemejan es en la potencia estomacal: ambas pueden degustar, felices, el más feroz picadillo de huevo de toro como si disfrutaran de un suculento bistec de mummm… puerco...
(Fragmentos tomados del blog Contrapunto digital)