La tecla del duende
El imán de una buena historia suele estar, muchas veces, en su arranque. En esas primeras líneas que tanto nos cuestan se captura definitivamente al lector o se le pierde sin remedio. ¿Qué les parece si hoy repasamos algunos de los inicios que han hecho incombustible a ese muchacho colombiano de 87 años llamado Gabriel García Márquez?
El amor en los tiempos del cólera. Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, a donde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
El general en su laberinto. José Palacios, su servidor más antiguo, lo encontró flotando en las aguas depurativas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y creyó que se había ahogado. Sabía que ese era uno de sus muchos modos de meditar, pero el estado de éxtasis en que yacía a la deriva parecía de alguien que ya no era de este mundo.
Crónica de una muerte anunciada. En el día que lo iban a matar, Santiago Nassar se levantó a las 5 y 30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.
El coronel no tiene quien le escriba. El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con el óxido de la lata.
Cien años de soledad. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. (Tomados de Gabriel García Márquez Periodista, de José Luis Díaz-Granados)
Abuelos y nietos estaremos de tertulia. Mañana, en la galería de arte Oscar Fernández Morera (Sancti Spíritus), a las 2:00 p.m., la invitada será la periodista Mileyda Menéndez. El sábado, en la Facultad de Comunicación (G e/21 y 23), también a las 2:00 p.m., conversaremos sobre los ídolos deportivos.