La tecla del duende
La historia de hoy, tomada de un libro de meditaciones, la envía Marino, alguien con la inocencia para conmoverse y reír desde la auténtica sinceridad.
Durante el siglo XV, en una aldea alemana próxima a Nüremberg, vivía una humilde familia de numerosa prole. Para garantizar el pan, el padre, Albretch Dürer (Durero, en español) trabajaba más de 12 horas diarias en las minas. Dos de sus pequeños hijos, Albretch y Albert querían desarrollarse como artistas, pero sabían que su padre jamás podría enviarlos a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al otro. Al terminar, el ganador costearía los estudios al que quedara en casa… Albretch Dürer ganó y se fue a estudiar a Nüremberg. Albert comenzó el peligroso trabajo de minero, donde permaneció por cuatro años para sufragar la enseñanza de su hermano. Los grabados, tallados y óleos de Albretch, llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y rápidamente comenzó a ganar considerables sumas. Cuando el artista regresó a su aldea, la familia se reunió para una cena en su honor. Al cierre de la velada, Albretch, de pie, propuso un brindis por su hermano… Sus palabras finales fueron: «Y ahora, Albert, hermano querido, es tu turno. Puedes ir tú a Nüremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti». Todos los ojos se volvieron hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado en lágrimas… Finalmente, Albert se puso de pie y dijo: «No, hermano, no puedo. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de ellas se ha roto más de una vez, y, últimamente, la artritis en la derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis… Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino, o manejar la pluma ni el pincel. No, hermano… para mí es tarde». Más de 450 años han pasado desde ese día… Las obras de Albretch Dürer, uno de los grandes del Renacimiento, se exhiben en museos de todo el mundo. Pero existe entre ellas una particularmente conmovedora. Albretch dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta obra simplemente: Manos.... Si alguna vez la observas, permite que te sirva de recordatorio de que nadie, nunca, triunfa solo.
Mi chukulita: Menos mal que existe el infinito para poder medir lo que siento por ti. Te «kiero». Tu chukulito
Colegiala: Cuando te atrevas a confirmar que tus alas pueden volar, seré el viento. LGMD
No hay mejor medida de lo que una persona es, que lo que hace cuando tiene completa libertad de elegir. William M. Bulger