Los que soñamos por la oreja
No logro explicarme del todo las razones para el auge del cover en todas partes. No se trata solo de algo que esté ocurriendo en Cuba. En otros sitios del mundo he sido testigo de algo similar. Incluso, las proporciones del fenómeno son de tal magnitud que existen bandas especializadas en hacer nota por nota el repertorio de agrupaciones famosas aún activas.
A nivel teórico, ya existe una amplísima bibliografía en torno a las disímiles formas en que hoy se presenta el cover. Al parecer, mi buen amigo, el Doctor Mario Masvidal, tenía razón cuando hace varios años publicó un artículo en la edición 322 de la revista El Caimán Barbudo titulado Jurassic Park, y donde escribió lo siguiente: «La nostalgia y la ironía constituyen, según ciertos saberes, las marcas fundamentales de la estética contemporánea de occidente. De acuerdo con este criterio, toda acción artística del presente está signada por el sabor —¿y el dolor?— de lo pasado y por la imposibilidad de su recuperación».
Es en semejante contexto en el que se inscribe el accionar del trío sueco denominado Dirty Loops, unos músicos que descubrí hace poco, gracias al doctor Michel Betancourt, un melómano como su padre, mi buen amigo Darío Betancourt. Confieso que al escuchar la propuesta de la banda, sencilla y llanamente me quedé sorprendido.
Hacía rato no me topaba con un trabajo así, en el que el verdadero concepto de lo que es hibridar diferentes géneros y estilos está todo el tiempo presente. Por momentos uno no sabe bajo qué término englobar la propuesta de Dirty Loops, si dentro de los parámetros del pop, en el universo del jazz o como un trabajo de electro dance music.
Sin hacer mucho ruido, Suecia se ha convertido en uno de los países que más está apostando por el quehacer musical en sus diferentes formas de expresión. Ello guarda estrecha relación con un plan educativo que allí pusieron en marcha varios lustros atrás y por el cual, de forma masiva, niños y niñas reciben una formación en el mundo de los sonidos ordenados. El resultado de semejante esfuerzo ya está dando sus frutos y son numerosos los instrumentistas de ese país que se destacan por los días que corren.
Dirty Loops deviene una propuesta heredera de tal sistema formativo, que contribuye no solo a la aparición de numerosos músicos, sino a lo que es todavía más importante, la creación de un gusto ecuménico por la música en un sentido que no establece las convencionales fronteras genéricas y estilísticas.
Formados en 2008 en la ciudad de Estocolmo, este power trío está integrado por el pianista y cantante Jonah Nilsson, Henrik Linder al bajo y el baterista Aaron Mellergårdh. Desde sus comienzos, ellos se pusieron como meta el principio de evidenciar que en música no hay temas malos, sino intérpretes que poco o nada tienen para decir. De ahí que sin el menor tipo de prejuicio, incorporen a su repertorio piezas de las que cualquiera pudiera catalogar como descartables y expresión de lo puramente comercial, carente del hálito de lo artístico y perdurable.
Por ese camino, el trío versiona cortes al estilo de Circus, de Britney Spears, pero lo somete a un proceso de «deconstrucción» que lo hace diferenciarse ciento por ciento del original. El cover resultante, como todos los interpretados por Dirty Loops, parte de la idea de desmontar los códigos de la composición que se versiona y convertirla en algo por completo disímil del referente, pero sin desvirtuar la línea melódica del tema. Lo mismo ocurre cuando hacen suyo Just Dance, de Lady Gaga, o algún tema de los archipopulares de Adele.
Si como instrumentistas los tres dejan claro que no son segundo de nadie y que dominan a sus anchas las técnicas de improvisación, también hay que decir que la voz de Jonah Nilsson se mueve con total soltura por los terrenos del funk, el R&B y el soul, como si fuera un afroamericano. Todo ello se puede comprobar al escuchar la ópera prima de la banda, el álbum titulado Loopified, publicado a través del sello estadounidense Verve, subsidiaria de Universal Music, y bajo la producción del célebre David Foster.
Cortes como Hit me, Sexy girls, Sayonara love, Wake me up y Die for you son de esos que, en virtud de la inteligente mezcla que realizan entre elementos de jazz, funk, soul, R&B y pasajes de electro dance, le cargan las pilas a uno. No exagero en lo más mínimo y les aseguro que los de Dirty Loops son músicos impresionantes. Lo que hacen suena «brutal» y, dado su juventud, de seguro en el futuro mucho se hablará sobre ellos.