Los que soñamos por la oreja
Lamentablemente entre nosotros todavía no hemos logrado que la relación cultura y gastronomía funcione como un matrimonio estable. Incontables son las historias de proyectos artísticos que han sucumbido en virtud del fracaso en el modo de interactuar entre ambas esferas. De ahí que cuando una iniciativa en dicho orden ha logrado funcionar durante años, hay que felicitar a sus artífices. Tal es el caso de la peña que todos los días de la semana se desarrolla en el patio bar de la Egrem desde 2009.
Por largo tiempo, el espacio ubicado en San Miguel 410 entre Campanario y Lealtad, Centro Habana, solo era usado para la venta de discos, así como para el expendio de fiambres y bebidas. Nunca he sabido con precisión cómo surgió lo que se llama El Jelengue de Areíto. Recuerdo que todo comenzó como parte de las celebraciones por el aniversario 45 de la Egrem, pero no tengo claro si ello se le ocurrió a Jorge Rodríguez, el productor general del espacio.
La semana pasada estuve por allí en un par de ocasiones. Primero, el miércoles, en la peña que la gente de El Caimán Barbudo llevamos en el lugar desde el comienzo del proyecto. En esta oportunidad disfrutamos de un excelente concierto de Gerardo Alfonso, concebido para inaugurar el encuentro de trovadoras organizado por Heidi Igualada y Marta Campos. Mi segunda visita al Jelengue ocurrió el domingo y tengo que decir que recibí una muy grata sorpresa.
Ese día se presenta en el patio bar de la Egrem El Millo e Iyerosun, con una propuesta que abarca tanto el complejo de la rumba como distintas expresiones musicales de origen afrocubano. Para quienes no saben acerca del quehacer de esta agrupación, puedo decirles que Iyerosun fue fundada por su director Esmidio I. Merencio Blanco (El Millo) en el año 2010. El vocablo africano iyerosun significa polvo de adivinación o aché de Orumila. A partir de lo antes expuesto, se deducirá con facilidad que la propuesta de este colectivo tiene como objetivo central la defensa de nuestras raíces patrimoniales de origen yoruba, bantú y abakuá, camino por el cual también asumen como discurso artístico el guaguancó, la columbia y el yambú.
En las funciones que cada domingo El Millo e Iyerosun desarrollan en El Jelengue, con buen gusto ellos interpretan un repertorio con las características descritas, es decir, arman todo un espectáculo durante la primera parte de la función e integran de manera orgánica el canto, los toques, la danza y la actuación. Lo que más me cautivó en dicho sentido es la autenticidad con la que actúan, sin el menor vestigio de ese folclorismo barato y orientado al turismo internacional que tanto encontramos por doquier.
Tras un intermedio en el que los asistentes, si lo desean, pueden bailar al ritmo de música cubana de la mejor de cualquier tiempo, en la segunda parte del espectáculo la agrupación interpreta varios temas del complejo de la rumba. Aquí es cuando la cosa se pone caliente de verdad, al punto de que por momentos el público se enardece más de lo debido y habla demasiado alto, con lo que impide escuchar apropiadamente a los intérpretes.
En ese sentido, añoro que en nuestro contexto alguna vez funcionen las reglas del juego que he apreciado en locales semejantes en otros lugares del mundo y en los que cuando alguien se pone a hablar en voz alta mientras los músicos hacen su trabajo, gentilmente algún representante de la institución se acerca al infractor para solicitarle silencio y en caso de no acatar el pedido, un agente de seguridad conmina al indisciplinado a marcharse del sitio. Ojalá alguna vez ello también funcione así entre nosotros.
Sucede que no es justo que por bulla de unos pocos se perjudique la correcta audición de una propuesta artística como la de El Millo e Iyerosun, sobre todo cuando técnicamente el audio es impecable, como ocurría el pasado domingo, por obra y gracia del quehacer del sonidista José Pérez Lerroy, uno de los fundadores de las peñas de la Egrem desde marzo de 2009.
Otro de los aciertos de la presentación en la Egrem de El Millo e Iyerosun fue que en el segmento de la actuación dedicada a la rumba, ellos incluyeron varios temas del que es su primer fonograma, el álbum titulado Patrimonio. Contentivo de 12 cortes, en el CD, como se dice en una nota promocional al respecto, «abordan esencialmente la rumba a la manera más tradicional».
Un rasgo que me llama la atención es el eficaz modo en que se apropian de conocidos temas de la música popular cubana y los convierten en deliciosas rumbas, a tono con una tradición del género. Tales son los casos de Cuba, qué linda es Cuba (Eduardo Saborit) y Pensamiento (Rafael Gómez, Teofilito).
Con piezas como A los rumberos caídos, Rumbero soy, Suenan los cueros (uno de mis favoritos de la grabación y donde interviene además Emilio Frías, el Niño) o la muy sabrosa columbia Tú descargas pa’tra, recomiendo tanto la adquisición del álbum, así como la visita a la peña que El Millo e Iyerosun desarrollan cada domingo en la Egrem. De seguro, no se van a arrepentir.