Los que soñamos por la oreja
«Dice un poeta del sol que su abuelo habló con Martí, digo yo que hablé y canté al poeta del sol, si no qué hubiera sido de mí». Lo anterior es un breve fragmento de la canción El poeta del sol, un tema nuevo de Raúl Torres y que está dedicado a rendir tributo a nuestro eternamente presente Santi Feliú. Dicha pieza fue una de las que el pasado sábado 23 pudimos escuchar los asistentes al Centro Pablo de la Torriente Brau, con motivo de la más reciente emisión del espacio A guitarra limpia, proyecto calificado por Raúl como un recinto sagrado de la trova cubana.
Aunque ya han transcurrido casi 30 años, me parece que fue ayer cuando en la sala Avellaneda, perteneciente al Teatro Nacional, de la mano de Pablo Milanés y junto a la también recordada Xiomara Laugart, Raúl Torres se presentaba en un histórico concierto y en el que su tema Atrapando espacios fuese uno de los más aplaudidos por los que repletábamos el lunetario de la instalación frente a la Plaza de la Revolución.
Tengo el privilegio de conocer la obra del bayamés (devenido matancero) Raúl Torres, desde aquellos tiempos. Mi primer escrito a propósito de su quehacer, publicado a fines de los 80 durante la primera etapa de esta columna Los que soñamos por la oreja, lo hice a raíz de esa memorable función denominada Conciertos amigos y acontecida en 1989, en la que Pablo Milanés, Xiomara Laugart y Raúl Torres interactuaron en singular cofradía en el Teatro Nacional.
Aquel acontecimiento marca el inicio de la carrera artística de quien por entonces llamábamos Raulito, alguien que desde su debut se revelaba como un cronista de su tiempo. El suceso también le abría las puertas al reconocimiento internacional, sobre todo desde el rol de destacado autor de hermosos temas que han trascendido fronteras para devenir obligados referentes de la cancionística cubana de los últimos decenios.
Este concierto de Raúl Torres en el patio del Centro Pablo de la Torriente Brau, concebido en un formato acústico y desde el vínculo entre guitarra y voz, con la intervención del guitarrista César Ochoa y de Luis Alberto Barbería como invitado improvisado en el tema Te quiero bien, se me antojó una suerte de serenata de corte íntimo y cercano. No faltaron en la función piezas harto populares de su repertorio, como Candil de nieve, Se fue, Regrésamelo todo, Fénix de cristal, El regreso del amigo o Frío.
Empero, el peso de la presentación recayó en piezas menos conocidos o en estrenos. Tales fueron los casos del ya citado El poeta del sol, Saving rhapsody, Me voy, 20 canciones de amor y un poema desesperado, Café bombón, Insondable María y Clementine, corte este que por su temática acerca de los dementes que nos encontramos en las calles fue el que más me llegó del nuevo material del trovador.
Este reencuentro con la obra de Raúl permitió corroborar que en su repertorio no han dejado de estar presente las canciones representativas del costado lírico y romántico del cantautor, que siempre ha apostado por composiciones que no son de letras fáciles, sino que persiguen llegar a los detalles más profundos de las relaciones humanas. De ese modo, nos hallamos ante una poética que rebusca dentro del mundo interior del hombre como especie, quizá a partir de un momento dado con un cierto aire canalla o una mirada deliciosamente cínica e irónica, que mucho le debe a los decires de Joaquín Sabina, figura con la que Raúl ha compartido varias presentaciones.
Con algo más de 12 discos a su haber (el último de ellos lleva por título Nítida fe), la obra autoral de Raúl Torres, pletórica en canciones que al escucharlas me emociono como la primera vez que las oí, reconoce la idea de que una auténtica visión cultural tiene que ir más allá de constreñirse tanto a un estrecho nacionalismo como a los efluvios imperiales. Son veleidades de las que por igual hay que huir, en pro de metabolizar las más disímiles tradiciones y con ello producir una cancionística que siga siendo cubana, pero concebida desde un lenguaje universal.