Los que soñamos por la oreja
No son pocos los creadores cubanos que, al margen de su notable talento y de tener una obra artística de alta valía, son desconocidos para el público general del país. Tal es el caso de la güinera Ana María García, trovadora ya con una larga carrera y con presentaciones en escenarios de países como España, Alemania, Bulgaria, Suecia, Noruega y Colombia.
Ana María es alguien que retoma la vieja costumbre que tuvieron nuestros bardos de la trova tradicional en cuanto al hecho de asociarse a poetas, a fin de que estos escriban los textos para sus canciones, práctica que fuera habitual en el contexto cubano de hace ya muchas décadas. A semejante característica, en su quehacer une la vocación por el trabajo vocal, por la que se le ha visto ser parte de agrupaciones como cuartetos y tríos.
Su más reciente producción fonográfica, de carácter independiente, el CD titulado Tras un agua de coral, resulta un disco atípico en nuestro contexto, pues es un material armado por completo a partir del principio ideoestético de la intertextualidad. En este caso, estamos en presencia de un tributo a José Martí, pero no por medio de musicalizar sus poemas como es lo más común, sino asumiendo textos suyos o fragmentos de ellos, y reescribiéndolos para traerlos al presente.
Desde el prisma musical, los géneros cubanos son los preferidos para llevar adelante esta singular propuesta. Así, incluso se echa mano a formas de hacer música pertenecientes a la época en que vivió el máximo líder del Partido Revolucionario Cubano y de la gesta independentista reiniciada el 24 de febrero de 1895, como sucede en las piezas Patria, con ecos danzoneros, Fiesta Ismaelillo, una clásica habanera, Permanencia, composición que se mueve por los terrenos del canto sacro, y Es Cuba Martí, una típica guajira.
Pero no es solo objetivo de Ana María García trabajar con los géneros y estilos harto conocidos de la música tradicional de nuestro país. Acorde con una concepción ecuménica del hecho musical, en su modo de crear también el pop y el beat se hacen presentes, como ocurre en los casos de Un hombre y El talento, con nítidos guiños a sonoridades foráneas y a décadas anteriores.
Otro llamativo acierto de esta producción es el trabajo de montaje de voces, todas interpretadas por la propia Ana María García, que se desdobla para que determinados temas suenen a manera de coros, cuartetos, dúos…, gracias a las posibilidades que ofrece la técnica hoy, cuando el metainstrumento que es el estudio de grabación multipista, algo a lo que hasta hace muy poco tiempo resultaba un privilegio acceder, en la actualidad se ha incorporado a un metainstrumento mayor: la computadora personal o instrumento total (al decir del investigador Israel V. Márquez), «capaz de albergar en su interior todo tipo de recursos y materiales para la edición y creación musicales, esto es, un verdadero estudio de grabación digital.»
Como afirma Omar Felipe Mauri Sierra en las hermosas palabras escritas por él a manera de nota de presentación del fonograma: «Desde Güines, Ana María canta al mundo. No se deleita en cantar sus propias dichas ni las angustias personales. En ello es también indeclinablemente martiana. Su concepto del talento significa servir para redimir y hacer crecer a los demás. Todo su esfuerzo, en la composición y la interpretación, se declara en la modestia de un manifiesto de gratitud en la última canción del CD. El talento no es la huella del azar/ maravilla de servir a los demás. El talento con decoro es rosa y luz.»
Con letras escritas por Felicia Hernández Lorenzo, Elizabeth Álvarez Hernández, José Luis González Almeida y Elianne Acosta, en todos los casos a partir de la intertextualidad de la obra martiana, este es un álbum que no debería ser ignorado entre nosotros por sus numerosos aciertos musicales y letrísticos, y, en general, lo original de la propuesta, no de fácil comprensión para oídos no entrenados en los procedimientos del arte contemporáneo.