Los que soñamos por la oreja
En una instalación cultural que dispone de un área para servicio de bar y de gastronomía, hace poco fui testigo de cómo al convoyar por el precio de cien pesos (CUP), la venta de un litro de ron, cuatro refrescos y un CD contentivo de una propuesta sonora —yo diría que llamativa—, no pocos de los compradores devolvían el disco pues, pese a su calidad musical, no era del más mínimo interés para ellos. La anécdota me sirve para hacer uno que otro comentario a propósito de algunos de los problemas a los que se enfrenta un fonograma en Cuba.
De entrada, considero necesario dejar por sentado que el hecho de que varias de nuestras producciones discográficas hayan logrado ser distinguidas con premios y nominaciones en certámenes internacionales, no es indicador del estado de salud del disco entre nosotros. En mi modesta opinión, está por hacerse un análisis serio acerca del papel de esferas complementarias de la discografía y, en general, en relación con el producto música cubana.
Cierto que Cubadisco ha hecho tremendo esfuerzo desde su aparición, pero en verdad las nominaciones y los premios de dicho certamen en muchos casos apenas son divulgados. Tampoco es raro que no pocas de tales producciones galardonadas permanezcan durmiendo un largo sueño en almacenes dada su casi nula o baja comercialización.
Una de las carencias fundamentales que daña al disco cubano es la ausencia en nuestro contexto de entidades promotoras de músicos, que busquen nuevos talentos, que puedan seleccionar y luego invertir en ellos a través de campañas que ayuden a posicionarlos en el mercado, porque la solución no está en hacer un disco de determinado artista, sino en lograr ubicar ese producto en el consumo del público.
¿Cuántos de los CD salidos en el transcurso de los últimos años en Cuba han tenido un recorrido meritorio o al menos digno? En realidad, si tuviésemos acceso a las cifras de venta, se comprobaría que son muy pocos los que han logrado en el período en cuestión una aceptable distribución y con ello llegar a realizarse en el mercado.
Y es que el mercado discográfico en nuestro país es inexistente, por lo que las posibilidades de un fonograma para ser comercializado dependen de lo que pase con dicho producto fuera del territorio nacional o en el llamado mercado de fronteras, es decir, el de los turistas. En ese sentido, resulta sencillamente asombroso que todavía entre nosotros no se hagan estudios de mercado en materia de discos, algo que es elemental en cualquier otro punto del planeta.
Por otra parte, el equilibrio en las producciones discográficas sigue sin darse, así la exclusión o escasa presencia de determinadas expresiones musicales dentro de los catálogos de los sellos cubanos continúa evidenciándose. Por ejemplo, entre nosotros no se hacen fonogramas de música lírica, pese a la rica historia de la manifestación en nuestro contexto y al desarrollo que hoy registra la escuela de canto lírico en Cuba.
Igualmente, la independencia de las redes institucionales es un fenómeno que ha continuado en aumento progresivo y sistemático, verificable en el creciente número de producciones independientes que participan en un certamen como Cubadisco. Asimismo, el hecho de que los discos nacionales se comercialicen de manera mayoritaria en divisas, a precios inalcanzables para el ciudadano común, sigue afectando notablemente la circulación y el consumo del fonograma cubano.
A lo anterior hay que añadir que los equipos reproductores de compactos se venden también en moneda convertible, con el agravante de ser a elevadísimos precios, nada proporcionales a su calidad. Con ello queda claro que hasta la actualidad, no se ha conseguido, ni por asomo, satisfacer la demanda musical de la población, la cual se canaliza a través del mercado informal, favorecido por el auge del empleo de los formatos digitales, el acceso a la informática y las redes no oficiales de intercambio de información.
Como ha señalado el cantautor y productor Tony Pinelli, hoy en Cuba las personas que trabajan en torno al disco carecen de un elemental centro de información sobre el mercado musical y que aborde aspectos al corte de: «Precios de concurrencia de la venta de CD en las diferentes áreas geográficas, tanto físico como on-line; saber cuánto cuesta poner nuestros discos en mostradores preferenciales o con afiches y anuncios en los grandes establecimientos, incluidos los postes de audición con audífonos, y cómo conseguir eso; qué estrategia seguir para acceder de forma organizada a plataformas como youtube; cómo estar presentes con nuestros audiovisuales en los canales internacionales de Televisión que promocionan la música; o qué tendencia musical deberíamos estimular para posicionarla lo más posible en el mercado».
Lo anterior demuestra que seguimos produciendo y vendiendo de forma sensorial y no de manera planificada y bajo criterios científicos. De ahí que de ser testigos de los inventarios llevados a cabo en los almacenes de nuestras discográficas, comprobaríamos que los mismos están llenos de discos que, por encima de su calidad musical, no encuentran salida en el mercado. En fin, que el tema da para mucho más.