Los que soñamos por la oreja
Siempre he tenido el convencimiento de que soy un tipo afortunado. He podido dedicarme a lo que me gusta, algo que no ocurre demasiado. Por eso, no me canso de repetir aquellas palabras de la chilena Violeta Parra: «gracias a la vida, que me ha dado tanto». Ese sentimiento de gratitud por lo que me ha deparado mi existencia lo volví a experimentar con creces el pasado sábado, al disfrutar de una intensa jornada a propósito de mi estancia en Toronto.
Entre las muchas cosas buenas que le agradezco a mi trabajo como periodista y académico vinculado al tema de la música, una muy especial es que me ha ofrecido la oportunidad de viajar y así conocer un poco el mundo. Justo pensaba en ello mientras caminaba por uno de los bordes del Niágara, y particularmente al llegar hasta el sitio donde hay una placa para rendir tributo a nuestro José María Heredia.
Es emocionante ser testigo de cómo numerosas personas de diversas nacionalidades se detienen a leer la inscripción registrada en dicha placa, así como el fragmento traducido al inglés de su famoso poema Oda al Niágara.
Pero el sábado no solo me deparó el placer antes apuntado. El día concluiría con una visita nocturna a un club de jazz, ubicado en la zona del barrio portugués de Toronto. El May Café es un pequeño pero muy acogedor local, atendido por personal asiático y que me recordó nuestro club La zorra y el cuervo.
Confieso que llegué al lugar sin demasiadas expectativas, pues no sabía qué artistas estaban programados, y al enterarme de cuál era el cartel de la noche, ello tampoco me dijo nada, ya que se trataba de una agrupación desconocida para mí. Quizá eso fue lo que me hizo sorprenderme aún más con la propuesta escuchada en el sitio y que estuvo a cargo de la banda denominada Ali Brothers.
Tengo que decir que hacía tiempo no disfrutaba tanto de una función jazzística en vivo como la protagonizada por el cuarteto encabezado por el trompetista Brownman Ali, alguien que ha visitado nuestro país y que profesa una sentida admiración por la música cubana, según me comentó al dialogar unos instantes al término de la presentación y que fue toda una clase magistral de improvisación dentro de los códigos del jazz moderno, que mucho le debe a los patrones estilísticos desarrollados por Miles Davis y continuados luego por gentes como Brecker Brothers.
El núcleo central de Ali Brothers lo conforman los hermanos de origen trinitario Brownman y Marcus Ali, que se hacen respaldar por un soporte rítmico de bajo eléctrico de seis cuerdas y batería. Resulta llamativo al oírlos en directo comprobar el modo en que ellos ponen los recursos que hoy ofrece la tecnología en función de sus intereses ideoestéticos. Así, Brownman no solo toca la trompeta tradicional sino que también utiliza la eléctrica, mientras que Marcus, además de tocar el saxo alto, emplea el instrumento conocido como Ewi.
Con semejante andamiaje estructural, cualquier conocedor de esta clase de propuestas sonoras, podrá imaginar que el repertorio de Ali Brothers mezcla sin el menor prejuicio elementos de jazz, rock, metal, funk, hip hop, soul, drum & bass, rhythm and blues y hasta algo cercano a los aires de los ritmos sincopados de la música cubana, en el anhelo de hibridar todo cuanto les sea posible.
El espíritu inquieto de Brownman como compositor se evidencia también en los títulos que él da a sus piezas, que en muchos casos guardan estrecha relación con obras literarias y que son la fuente de inspiración para buena parte de sus composiciones. De tal suerte, el producto final que Ali Brothers nos entrega es una música que no dudo en catalogar como visceral, pero interpretada con un espíritu lúdico que al menos a mí, me transporta a otro peldaño de la realidad.
Como le expresé a Brownman Ali, sería magnífico que la propuesta del cuarteto que él dirige visitase nuestro país e interactuara con jazzistas de por acá. Quienes entre nosotros aman el jazz contemporáneo, de seguro mucho lo agradecerían. Al menos ese ha sido mi caso, al escucharlos en una fría y húmeda noche sabatina en Toronto.