Los que soñamos por la oreja
Decididamente, uno de los fenómenos culturales más excitantes de la segunda mitad del pasado siglo y de lo que va del presente es la música popular. No por gusto culturólogos contemporáneos han dedicado parte de su tiempo al estudio de la misma. Es cierto que su consumo ha sido durante años tan incomprensible como caótico, incluso cuando da la impresión de confirmar las elementales leyes de las modas. Así, predecir la popularidad de una grabación o de un estilo resulta muy difícil.
A estas alturas, nadie puede negar que una porción considerable de la música popular se ha convertido en simple mercancía de consumo y en correspondencia con ello, dependiente de los imperativos de mercado y estrategias de marketing. A la par de lo anterior, siempre nacen corrientes, de inicio fuera de los circuitos comerciales que, desde un accionar propositivo, terminan ganando la aprobación de las audiencias para luego transformarse en algo estándar y de tal suerte, cerrar un ciclo recurrente.
El interés académico por la música popular, no se motiva solo por su valor intrínseco, expresión del placer que produce o por ser un elemento para proporcionar diversión y entretenimiento. También está su capacidad de adaptación y diversificación, en especial en relación con los avances tecnológicos, cuestión que llama la atención de investigadores de todo el orbe.
No debe obviarse que en los últimos 50 años, en muchas ocasiones la música se ha convertido en un medio para la denuncia de problemas y para expresar múltiples inquietudes sociales. Piénsese en el rol desempeñado por el soul y el R&B durante el decenio de los 60 y a inicios de los 70, en la contienda por los derechos civiles de los negros en USA. En este propio sentido, está lo acaecido con el rap, tan vilipendiado como muestra de la idea de matar al mensajero cuando no nos gusta lo que dice, en vez de intentar comprender su mensaje.
Y es que la música, manifestación que aún algunos piensan que solo es un elemento de goce, resulta productora de significado, cultura, valores e imágenes para los receptores. Fenómenos como la transformación social de posguerra tras la derrota del fascismo en 1945, la contracultura de la década de los 60, o la cultura Rave surgida alrededor de 1989, en pleno Thatcherismo y cuando las otroras prósperas regiones industriales del norte de Gran Bretaña sufrían una profunda crisis económica y social, están asociados al hecho musical de manera indisoluble.
Aunque el carácter hedonista de la postmodernidad ha incidido en que en años recientes a nivel global, la música haya puesto énfasis en su costado de ocio y evasión, su potencial capacidad transgresora no se ha extinguido. La actitud propositiva, de indagación en opciones diferentes y desde una esencia dialógica, la cual tiene como punto de partida la tensión entre lo nuevo y lo hegemónico, sigue presente en grupos independientes o artistas individuales, que llevan adelante iniciativas como conciertos e incluso festivales, organizados con un carácter autónomo y a partir de la autogestión.
En la dialéctica entre distribución masiva y crítica de la comercialización, la asimilación no le ha ganado la partida a la contestación respecto a la capacidad reivindicativa y de generación de imaginarios e identidades colectivas, aunque a veces parezca lo contrario. La vulgarización de los aparatos culturales musicales y la preeminencia del show business no han extinguido (ni extinguirán) la dosis de rebelión inherente a parte considerable de la música popular y por ello, de manera cíclica surgen movimientos que recuperan esta capacidad subversiva.
De ahí que nadie tendría por qué sorprenderse ante el hecho de que cada cierto tiempo, aparezcan voces que en representación de un grupo de artistas y creadores reactualicen la crítica a las instituciones, a los funcionarios y a los programas oficiales del entramado burocrático del culturalismo oficial y oficioso, o la construcción de escenas, medios y productos culturales cuyos signos y discursos sean altamente diferenciables a los predominantes en determinado contexto y que resultan los que por lo general son favorecidos para su reproducción y perpetuación, tanto en forma como en fondo.