Los que soñamos por la oreja
El inglés Ozzy Osbourne es todavía un vocalista admirable. Mis viejos amigos de hace ya unos cuantos años, con los que he compartido incontables horas de audiciones de discos, saben que una de mis bandas de cabecera ha sido Black Sabbath, sobre todo en la etapa con Ozzy Osbourne, alguien por el que, en su condición de vocalista, profeso una especial admiración. Ello no implica que a veces he llegado a pensar que lo mejor que él podría hacer es retirarse. Con pena he sido testigo, más de una vez, de cómo determinados artistas no logran tener sentido del límite y así, en ocasiones, se proyectan solo como el bufón de turno. Tal fue la impresión que me dio cuando una de mis amistades, a sabiendas de mi predilección por el cantante, me facilitó unas copias para que disfrutase en casa la serie estilo reality show llamada The Osbournes, transmitida en el 2001 por la cadena MTV y que tuviese como protagonistas al propio Ozzy Osbourne, la esposa de este, Sharon, y sus hijos Kelly y Jack. Era tan burdo y repelente aquel montaje televisivo, que llegué a sentir pena por mi antiguo ídolo juvenil, dispuesto a hacer el ridículo ante millones de personas tan solo por una determinada cifra de dinero.
John Michael Osbourne, alias «Ozzy», nace el 3 de diciembre de 1948, en Birmingham, Inglaterra. En dicha ciudad surge Black Sabbath, decididamente uno de los nombres capitales en el desarrollo del hard rock y el heavy metal. Del grupo habrá que recordar siempre piezas como Paranoid o Iron man, que siguen siendo clásicos del mejor rock de todos los tiempos.
A su salida de Sabbath, el primer álbum que lanza Ozzy, como figura protagónica al frente de su agrupación, fue Blizzard of Ozz, fonograma que contenía temas como Crazy train y Mr. Crowley, que rápidamente alcanzaron notable popularidad entre los amantes del rock fuerte. Vendría después un segundo disco, Diary of a Madman, valorado por la crítica como uno de los más importantes en la carrera del vocalista y en la historia del metal, en buena medida gracias al trabajo compositivo de Bob Daisley y al desempeño guitarrístico de Randy Rhoads.
Luego, durante el resto de la década de los 80, se sucedieron Speak of the Devil (1982), Bark at the Moon (1983), The Ultimate Sin (1986), Tribute (1987) y No rest for the wicked (1989). El último decenio del pasado siglo, Osbourne lo abre en materia discográfica con Just say Ozzy (1990), al que le continúa uno de mis favoritos, el fonograma No more tears (1991), trabajo donde sobresalen la pieza homónima y, sobre todo, la balada Mama I’m coming home. A dicho álbum le siguen Live & Loud (1993), Ozzmosis (1995) y The Ozzman Cometh (1997), una recopilación que, además de temas populares del vocalista, incluía versiones inéditas de canciones de Black Sabbath.
Después de cuatro años de silencio, Ozzy vuelve a la carga y edita en el 2001 Down to Herat, para después publicar una producción en vivo, Live at Budokan, en el 2002, y una compilación de sus principales éxitos, titulada The Essential Ozzy Osbourne (2003). En el 2005, dos trabajos suyos verían la luz: Prince of darkness y Under cover, grabaciones que persiguen mantenerlo en el mercado, pero que no aportan material nuevo como tal.
En el pasado 2007, en mayo aparece el CD Black rain, trabajo que ha sido muy bien acogido por la fanaticada, al punto de que en época de crisis para la industria del disco, este fonograma en poco más de seis meses de circulación ha vendido casi medio millón de copias. No creo que uno pueda afirmar que aquí Osbourne se reinvente, pero mantiene ese saber hacer que le ha caracterizado. En colaboración con su viejo compañero de fórmula, el formidable guitarrista Zack Wilde, y bajo la producción de Kevin Churko, el CD suena contemporáneo, por momentos con aires oscuros, densos y profundos, en sintonía con los tiempos que vivimos.
De las piezas que más me llaman la atención, mencionaría I don’t wanna stop, por su violencia instrumental; Black rain, por el solo de Zakk y el misterio de la melodía de todo el tema; y Silver, por la intensidad del canto. Buen disco sin ser extraordinario, demuestra que Ozzy Osbourne no es el vocalista de antaño, pero continúa siendo efectivo en la comunicación, y eso es bastante.