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De monumentos y manifestaciones

No pocos comentarios e interrogantes suscitó la página de la semana anterior (El embajador Torriente). Hay quien no se explica cómo a Alfredo Zayas, por muy Presidente de la República que fuera, le erigieran un monumento en vida, mientras que otros lectores insistieron en que ofreciera detalles acerca de la Sociedad de Amigos de la República (SAR) y la Liga de las Naciones, temas que abordaré en otra ocasión. No faltan los que solicitan que amplíe el papel que tuvo Julio Antonio Mella en esta historia, que por falta de espacio me vi obligado a sintetizar, parece que demasiado.

Vayamos por partes

Nadie erigió el monumento a Zayas; se lo erigió él mismo, aunque justo es decir que se trata de una obra sufragada por suscripción popular, pese a lo desastroso de su Gobierno sobre todo en la esfera económica. Su costo fue de 102 500 pesos. Zayas lo inauguró de manera solemne el 20 de mayo de 1925, el mismo día en que abandonaba la Presidencia.

Se ubicaba en la manzana enmarcada por las calles Zulueta, Trocadero, Monserrate y Colón, frente a la fachada sur del Palacio Presidencial, en lo que se llamaría el Parque Zayas, espacio que hoy ocupa el Memorial Granma. En una fecha que, por más que la ha buscado, el escribidor no logra encontrar, esa imagen de bulto fue desmontada, al igual que las de don Tomás Estrada Palma y el mayor general José Miguel Gómez, estatuas que el escribidor vio arrumbadas en una de las salas del Museo de la Ciudad. De ellas, la de José Miguel fue repuesta, a sugerencia —me contó una vez Eusebio Leal— del Presidente Fidel Castro.

Obra del escultor italiano Vanetti, la de Zayas era una estatua de 2,50 metros de alto con cuatro gradas y plataforma de mármol de Carrara, con 12 m de lado, una base y elevada columna de mármol Botticino, con relieve y otros adornos de bronce, y con una altura total de 18 m, según datos tomados de Emilio Roig.

En la imagen, Zayas aparecía de pie, en traje de calle, con la cabeza descubierta y en actitud de dirigir la palabra al público. La matizaba la anécdota. Se decía que no era la imagen de Zayas; que deseoso de dejar listo su monumento antes de abandonar el poder, y ya sin tiempo, el mandatario hizo adquirir en Europa una imagen que se le pareciera. Es posible, pero lo que no tiene desperdicio es cómo la gente interpretaba la estatua. Zayas aparecía en ella con la mano izquierda en el bolsillo de su chaqueta, mientras que con la otra señalaba hacia Palacio. De ahí que se comentara que parecía decir: lo que tengo aquí, me lo robé de allí.

A ese monumento subió Julio Antonio Mella y dirigió su denuncia hacia las ventanas y los balcones de Palacio. Tras la ratificación del Tratado Hay-Quesada, que reconoció la soberanía de Cuba sobre la Isla de Pinos, el Gobierno de Zayas organizó un desfile para agradecerle su actitud a Washington. Mella llamó a no asistir a la bochornosa parada porque darle Isla de Pinos a Cuba era un acto natural ya que ese territorio siempre había sido cubano. Nada que agradecer.

Dice un participante

Leonardo Fernández Sánchez, compañero de lucha e íntimo de Mella, que lo acompañaba en la gesta, diría en 1970:

«… Nada tenemos que agradecer porque no se hayan apropiado de lo que es nuestro. Acordamos interferir el desfile. De la Universidad… al Malecón. Pasan Zayas y Machado en auto. Silbamos. Menudean los choques a lo largo de la ruta. La manifestación se rompe por varias partes ante nuestro ataque. Mella es arrestado. Forcejea con varios policías mientras lanza anatemas. Es llevado a una estación en San Lázaro. Lo libertamos. De nuevo cae preso cerca de Prado. Le conducen más de diez policías mientras arenga… Caemos presos.

«Juicio en Cuatro Caminos… El fiscal pide 180 días. Las declaraciones son desafiantes. Condena: 200 pesos de multa. Mella riposta: “¡Con mi dinero no alimento parásitos!”. Tumulto. Se sube a un sillón de limpiabotas de Cuatro Caminos y apostrofa: “Para ti, juececillo venal, y para vosotros, esbirros, solo tengo la frase de Cambronne en Waterloo: M[ierda] sois todos vosotros”. Un grito unánime: ¡A la estatua de Martí!

«Mitin frente a Martí. Hablo: ¡A Palacio! Choque con las reservas policiales una cuadra antes. Rompemos las filas azules. Julio sube sobre el pedestal de la estatua de Zayas y se dirige a los balcones. Más policías, secretas, la guardia de Palacio: disparos y fusta. Cinco policías pugnan por arrancar a Mella del pedestal. De su cabeza mana abundante sangre. Las piedras juveniles llueven. Muchos heridos… Mella va preso resistiendo el enjambre de policías que lo conduce a la fuerza al hospital. Gran mitin universitario en el Aula Magna».

Memorial de un testigo

José Lezama Lima, entonces con 15 años de edad, apostado tras las columnas babilónicas de la cigarrería Bock, frente al Palacio Presidencial, fue testigo excepcional del incidente que recreará luego en su novela Paradiso, en la que fundirá, como si fuese una sola, esa manifestación, que vio, y la del 30 de septiembre de 1930, en la que sí participó. En ambas, en la novela, es Mella quien conduce la marcha, aunque ya para la segunda Mella había sido asesinado.

Recordaba Lezama, en 1970, en la revista Alma Mater:

«Zayas era un malvado, pero tenía su estilo en eso. Y entonces dejó que la manifestación llegara hasta la estatua. La finalidad que perseguía Mella era la de echar abajo la estatua; llegó frente a la estatua y tiró una soga con tan buena puntería que la soga encajó en el cuello broncíneo de Alfredo Zayas. Los estudiantes lo coreaban y daban grandes gritos, pero cuando ya aquel enorme muñeco empezó a dar señales de estremecimiento y angustia por la presión de la soga irrumpió el piquete de la policía dando grandes golpes de palo, pegando reciamente, y entonces hubo una gran corrida y Mella se quedó casi solo. Y al día siguiente apareció Mella en los periódicos de la capital con la cabeza vendada ya que se quedó allí hasta el último momento, la policía le rompió la cabeza…».

No era el único recuerdo que conservaba de Mella el autor de La expresión americana. Sin que fuera uno de los grandes nombres de la oratoria cubana, decía, lo evocaba como un buen orador, «muy exaltado, y silabeaba un poco, era un poco seseante; las palabras las dividía y subdividía, pero con gran fuego comunicante. Y cuando decía esas palabras así, pues inmediatamente el pueblo respondía con grandes alaridos, con un fervor que parecía semejante al que se oía en la emigración revolucionaria cuando se oía a don Manuel Sanguily o a José Martí…».

Lezama no trató personalmente a Mella. Recordaba, sí, haber escuchado su último discurso en la Isla. Lo pronunció en la Sociedad de Torcedores.

«Creo que dos o tres días después se tuvo que ir de Cuba porque si no lo hubieran matado aquí. Y recuerdo esta frase que dijo él: Machado no es otra cosa que el primer estúpido de Cuba, como el Príncipe de Gales no tiene otro mérito que ser el primer elegante del mundo. No se me olvidará jamás esa frase».

Volviendo a la manifestación ante Palacio, decía Lezama:

«… había que ver a Julio Antonio Mella dirigiendo un motín estudiantil. Recordaba las arremetidas de Maceo, cómo se le hinchaba el cuello, los grandes gritos y cómo empujaba a los soldados contra el enemigo, a empujones casi, es decir, Mella comunicaba ese ardor, esa fiebre que lo devoraba dirigiendo los motines como si fuesen movimientos estratégicos.

«Dirigía aquello como si fuera una tropa. Tenía el sentido de la algarada que se convierte en motín, la insurrección que se alza a revolución y que quema y modifica a los pueblos. A través de las conmociones y los motines estudiantiles, Mella hubiera podido ir casi a la Revolución». Concluía: «Todavía los ecos de esos hechos nos nutren, todavía nos acompañan. Todavía parece que nos dan fuerza, que nos fortalecen en el oscuro camino».

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