Lecturas
No pocas personas me abordaron, de diferentes maneras, en estos días para comentarme la página del 31 de marzo pasado (¿Ha visto usted al Valbanera?). El ingeniero Orestes Frías Rodríguez, constructor naval, me dice que él no ve el misterio que yo vi en los resultados de la búsqueda del barco hundido en septiembre de 1919. El periodista e historiador Nicasio Vázquez, por su parte, me remite copia de una entrevista que hizo a uno de los pasajeros del Valbanera en su último viaje y que, para fortuna suya, desembarcó en Santiago de Cuba a fin de llegar, por ferrocarril, hasta la zona central de la Isla, donde tenía a su padre y a otros parientes, y luego formaría su familia cubana en la Sierra Morena y fallecería sin volver a España. Me hacen llegar asimismo un manojo de las décimas que se escribieron en los días del siniestro.
Dice una de ellas:
No entró el vapor en La Habana / porque en su fatal destino / fue devuelto en torbellino / a las costas floridanas. / No pudo la fuerza humana / detenerlo en su carrera, / todo parece que fuera / que el destino lo llevara / donde al parecer quedara / la tumba del Valbanera.
Recordemos los hechos.
El 9 de septiembre llegaba el Valbanera frente a puerto de La Habana, el mismo día en que un ciclón (luego llamado ciclón del Valbanera), tras barrer la costa norte de la Isla, provocara un ras de mar a la altura de la capital. Frente al castillo del Morro su sirena desesperada llamó pidiendo práctico e hizo, con una lámpara, insistentes señales en Morse. También en Morse le contestaron que, a causa del tiempo, era imposible ayudarlo. Ramón Martín Cordero, el capitán de la nave, determinó entonces capear el temporal mar afuera. Después, silencio hasta que el día 19, cuando un cazasubmarinos que llevaba días en su búsqueda advirtió dos palos que emergían de las aguas en los bajos de Rebeca, a 72 kilómetros al oeste de Cayo Hueso. Entonces un buzo encontró la masa negra del pecio encajada en la arena. El Valbanera estaba escorado 50 grados a babor y a 12 metros de profundidad. El hecho de que todos los botes salvavidas estuvieran en su lugar y no apareciera rastro alguno de las 488 personas que iban a bordo, han convertido al mayor naufragio de la marina mercante española en un misterio sobre el que, más de cien años después del suceso, quedan todavía muchas preguntas sin responder.
Y es esto de lo que discrepa el ingeniero Frías Rodríguez. A su entender no hay misterio alguno. Los botes salvavidas estaban todos en su lugar porque, dado el ciclón, de habérseles echado al agua, la fuerza del viento los hubiera destrozado contra el casco de acero de la embarcación. Hubiera sido un empeño inútil.
Tampoco ve Frías Rodríguez misterio en cuanto a que no se encontraran los cuerpos de pasajeros y tripulantes ahogados. El agua y el viento los obligaron a resguardarse en sus camarotes, las bodegas y otros espacios, y en ellos los sorprendió la muerte.
Tenía el Valbanera el casco desgarrado por estribor y un boquete enorme en la proa. Cerca apareció un velero americano con la proa destrozada, lo que hace especular que ambos buques colisionaran en medio del huracán. Se dice además que como el viento empujaba el barco hacia la costa, el capitán intentó poner rumbo al noroeste para atenuar el castigo de las olas y beneficiar a los mareados pasajeros. Era una maniobra complicada para un barco de 122 metros de eslora y fue un caos. En algún momento lo cubrió una ola gigantesca luego de embarrancar en la arena y sus casi 500 ocupantes fallecieron, atrapados en el casco, en cuestión de minutos. De cualquier manera, el hecho de que no se acometiera una investigación oficial y que las autoridades callaran la información de que disponían, en su momento, acerca del suceso, ha dado pie a una gran producción literaria tratando de esclarecerlo.
Hay que decir que Ramón Martín Cordero, capitán del Valbanera, de 34 años de edad, era un marino experimentado y de buena reputación. Dos años antes del naufragio fue capaz de atracar, con éxito, en el puerto de Nueva York, en medio del peor temporal de viento y nieve que se recordaba en décadas.
Pero el Valbanera tenía mala sombra. En su travesía precedente a la del hundimiento, la gripe hizo estragos en la nave, hubo muertos y los cadáveres debieron ser arrojados al mar. Un viaje que generó una gran polémica por las duras condiciones que debieron padecer los pasajeros. Lo ocupaban en esa ocasión 1 600 personas cuando la capacidad del barco era de 1 142 pasajeros y 88 tripulantes.
Muy mal comenzó el viaje final. No más salir el barco del puerto de Santa Cruz de la Palma, se rompió la cadena y se perdió el ancla; algo considerado de mal augurio. Otro más, el nombre de la embarcación. El presidente de la naviera propietaria del buque era devoto de la Virgen de Valvanera (con dos «v») que se adora en La Rioja, y en cuyo honor se bautizó el buque. No se sabe si por un error del escribiente o del constructor, se escribió Valbanera. Error que la hija del propietario atribuyó al ingeniero jefe de los astilleros de Glasgow, en Escocia, que, según ella odiaba a los católicos, lo que lo llevó, con mala intención, a escribir mal el nombre de la virgen, dando paso a una maldición marinera.
Otro misterio es por qué 742 pasajeros desembarcaron en Santiago de Cuba cuando la mayoría de ellos tenía pasaje para La Habana. Entre ellos
figuraba Julián Zamora Valeriano, natural de la isla canaria de La Gomera, quien muchos años después diría al periodista e historiador Nicasio Vázquez que algo «lo alumbró» para desembarcar en Santiago, y, poco amigo del mar como era, le bastó haber llegado a Cuba, que era su objetivo, para seguir por tren hasta Corralillo, en la región central de la Isla.
Disponía el Valbanera de camarotes de primera, segunda y tercera clases; sus precios oscilaban entre 1 250 y 2 000 pesetas. Pero era sobre todo un barco de emigrantes que abonaban 75 pesetas por su pasaje. Hacían una sola comida al día, en cubierta, y dormían en los entrepuentes de las bodegas, en largas filas de literas metálicas, con poca ventilación, mala higiene y ninguna privacidad. Venían a Cuba buscando vida, y entre ellos llegó Zamora Valeriano, que ganó aquí el apelativo de Valbanera que arrastró hasta su muerte. La independencia de la Isla no puso freno a la llegada de inmigrantes españoles. Al contrario. La guerra por la independencia devastó al país, y la República, instaurada en 1902, encontró una nación con su agricultura en ruinas. Se necesitaba mano de obra.
Hasta 1931, expresan registros oficiales cubanos, la Isla recibió 1 279 063 inmigrantes, y de ellos, 774 123 eran españoles. En esos años, Cuba fue, junto a Argentina, el principal destino de cerca de cuatro millones de españoles que emigraron durante los primeros 30 años del siglo XX.
Vinieron también mujeres que, huyendo de la miseria imperante en España, viajaban a Cuba a fin de emplearse como domésticas o dedicarse a la prostitución. Se dice que un grupo grande de ellas venía en el Valbanera. Es un rumor que dio pie a que los restos de esa embarcación sean conocidos como el pecio de las putas.
El viaje final del Valbanera, iniciado en Barcelona, transcurrió sin inconvenientes, salvo algunas broncas que no llegaron a nada, como la que tuvieron un peninsular y un canario por sus vinos respectivos. Cuáles eran mejores, ¿los de la península o los de las islas?
Había tranquilidad a bordo, pero el tiempo se deterioraba. A las 7:50 de la mañana del 9 de septiembre, el capitán Martín Cordero preguntó por telegrama al observatorio meteorológico del Colegio de Belén qué había de la perturbación, porque a la altura de Matanzas el tiempo soplaba duro del noroeste. «Digan qué hay». Le respondieron que se hallaba en el ojo del huracán. Y era de categoría 4.
Horas después no pudo entrar al puerto de La Habana. Llamó pidiendo práctico, pero, dado el estado del tiempo, fue imposible prestarle ayuda, y el capitán optó por capear el temporal mar afuera.