Lecturas
Así como múltiples invenciones que forman parte de la cotidianeidad de los seres humanos —tan disímiles como el parabrisas, el caucho, los edulcorantes, la radiactividad y la insulina—, el horario de verano debe su origen a circunstancias en la que se conjugaron lo fortuito y lo pragmático. No son pocos los que atribuyen al editor, diplomático y humanista Benjamin Franklin (1706-1790) —en un trabajo periodístico de marcadas intenciones satíricas, publicado en el Journal de París en 1784—, la idea anticipatoria de modificar los ritmos de la actividad humana durante los meses estivales para optimizar la luz solar. Puesta en práctica durante las últimas décadas por más de un centenar de Estados, la aplicación del horario veraniego genera amplios debates en el ámbito público por su impacto energético, antropológico y medioambiental.
Un siglo después de la presencia de Franklin en la escena cultural y política de su tiempo, el entomólogo neozelandés George Vernon Hudson propuso de manera explícita la modificación del horario para aprovechar el mayor intervalo de la iluminación solar durante los meses veraniegos. La propuesta original de Hudson fue presentada en 1895 ante la Sociedad Filosófica de Wellington, y concebía la modificación de dos horas en los meses que correspondían a los cambios de estaciones.
Famosos por la profesionalidad de sus relojeros, los alemanes fueron los primeros en Europa en aplicar el cambio de horario durante la I Guerra Mundial. Foto: National Geographic
Gracias a la capacidad visionaria del empresario del sector inmobiliario William Willet (1856-1915), el Parlamento británico debatió en 1909 el principio de racionalidad lumínica anticipado por Franklin y Hudson para la vida laboral y doméstica. Para evaluar los beneficios económicos del Horario de Verano (en inglés Daylinght Saving Time, DST), fue creada una comisión parlamentaria en Londres que contó con el visto bueno de notables asambleístas, entre ellos el bisoño Winston Churchill. Para este período del desarrollo civilizatorio ya estaba a punto de ser aplicado el Tiempo Universal Coordinado (UCT) que integraba las zonas industriales, las redes ferroviarias y las conexiones portuarias ubicadas en diversas zonas horarias.
La propuesta de Willet —fallecido en 1915 a causa de la malaria—, tardó pocos años en cobrar vida entre las naciones europeas beligerantes de la I Guerra Mundial. En el transcurso de los primeros meses de 1916, Alemania (30 de abril), Reino Unido (21 de mayo) y Francia (14 de junio) pusieron en práctica el DST como paliativo del esfuerzo de guerra que implicaba el aumento de la producción armamentista y el empleo intensivo de la mano de obra industrial. En la segunda posguerra mundial el impacto de la destrucción belicista fue tan acentuado en los territorios alemanes que entre 1947 y 1949 rigió un Sommerzeit que comprendía la modificación excepcional de dos horas entre el 11 de mayo y el 29 de junio.
Los británicos cada año honran la memoria de William Willet, a cuya iniciativa se debe el horario de verano. Foto: Wikimedia
Luego de la acogida espontánea del horario veraniego en Irlanda e Italia durante 1966, a partir de la década de 1970 se incrementaron las naciones que verificaron las ventajas socioeconómicas del DST ante la crisis de los precios del petróleo. Motivados por las evidencias aportadas por las agencias especializadas de las Naciones Unidas en materia medioambiental sobre los efectos letales de la expulsión a la atmósfera de los gases contaminantes, los países europeos asumieron integralmente los beneficios del horario de verano. Según una directiva del Parlamento Europeo de 2001, la aplicación del cambio de hora veraniega se coordinó de manera homogénea para que rigiese desde el primer domingo de marzo hasta la última medianoche sabatina del mes de octubre.
Los beneficios netos de la disminución del consumo energético propiciada por el horario veraniego han sido puestos en evidencia por la Agencia Francesa para la Transición Ecológica, que registró para la primera década del siglo XXI un ahorro de 440 GWh anuales —traducido en 44 000 toneladas de CO2 no emitidas a la atmósfera—, el equivalente al consumo energético de 12 meses de la ciudad de Marsella. Un estudio similar en Reino Unido calculó un ahorro doméstico de 400 libras esterlinas mensuales para las familias británicas durante el período del cambio de horario. En términos generales los índices de ahorro energético para las economías nacionales pueden estimarse entre 0.5 y 2.5 por ciento de disminución del consumo industrial y doméstico.
Aunque determinados adelantos tecnológicos vinculados con la eficiencia energética apuntan a un impacto menor del DST, su impacto ambiental y económico probablemente perdurará durante los próximos años.
No obstante, en varias sociedades industrializadas está despuntando una matriz de opinión dirigida a mitigar o incluso cuestionar los efectos positivos del horario veraniego al exponer argumentos en apariencia irrefutables: aumento de los accidentes de ruta, incremento del consumo de los equipos de climatización, problemas de insomnio y de crisis cardiacas, y modificación de los hábitos alimentarios durante el período de adaptación al cambio de horario.
La iniciativa de supresión del cambio de horario cobró fuerza con un proyecto impulsado por la Comisión Europea en 2019, sustentado en una encuesta en la que el 84 por ciento de los casi cinco millones de interrogados afirmó estar en desacuerdo con la implementación del DST en sus respectivas naciones. No obstante en 2021 la fecha que se previó para la supresión del horario de verano no tuvo efecto legal, ante el desacuerdo de los
Estados miembros sobre el horario futuro: si el denominado invernal (como prefieren en Finlandia, Dinamarca y los Países Bajos) o el horario veraniego permanente por el que han clamado portugueses, polacos y chipriotas. También resultó adversa la situación geopolítica del Viejo Continente durante el período de gestión de la pandemia de la COVID-19 y las penurias energéticas con el cese del suministro de los hidrocarburos provenientes de Rusia.
En la actualidad alrededor de 70 Estados —la mayoría del hemisferio norte— llevan a cabo el cambio de horario con el despunte de la temporada primaveral. Entre las naciones que asumieron esa práctica en fechas recientes pero que optaron por un «DST permanente» se encuentran Namibia, Senegal, Kazajstán, Türkiye, Georgia y Argentina; opción que les ha permitido compartir un uso horario similar con las naciones limítrofes y sus principales socios comerciales. Es importante mencionar a países dada su profusa extensión territorial, donde el cambio de horario se aplica parcialmente, como en Australia, Canadá, México y Estados Unidos. No es ocioso precisar que en los territorios australes como Chile, Paraguay y Nueva Zelanda, el horario veraniego comienza en los meses de septiembre-octubre, dada las estaciones «invertidas» que rigen la mitad sur del planeta.
Más allá de su contribución material y su efecto decisivo en la dinámica socioeconómica de las naciones, el horario de verano es una manifestación apreciable de cómo el ingenio humano ha procurado en diversas latitudes la búsqueda de la prosperidad y el sosiego.