Lecturas
La enfermedad que se le diagnosticó en momentos en que no había medios adecuados para combatirla —solo el arsénico— lo derrotó finalmente. El campeón, que solía repetir «El boxeo soy yo», y que ganó una fortuna con sus peleas, terminó como entrenador y en la pobreza.
Una tarde compartía con un grupo de admiradores y amigos en la barra de la bodega de San Rafael y Hospital, contaba el cronista Elio Menéndez. Rememoraba Eligio Sardiñas, Kid Chocolate, las grandes bolsas que le reportaron no pocas de sus peleas, y uno de los presentes se aventuró a decirle: «Caramba, campeón, si hubiera ahorrado algo, hoy no estaría en la miseria». Fue como si le clavaran un gancho en el hígado. Miró de arriba abajo a su interlocutor, lo agarró por el hombro y le preguntó: «¿De dónde sacas tú que yo estoy en la miseria?».
Confundido, el hombre trató de disculparse, pero el Kid no le dio tiempo. Expresó: «Apréndete bien esto y que no se te olvide jamás. Muchos de los que se llaman ricos hicieron su fortuna a costa del dolor y del llanto ajenos. Yo, que no amasé fortunas con el sufrimiento de nadie, sino con mi esfuerzo y mi sudor, me sentí dichoso proporcionando felicidad a los demás».
Chocolate apuró su trago y volvió a la carga. «Ahí tienes tú la diferencia entre un rico pobre y un pobre rico. Los que juegan en la primera novena, toman pastillas para dormir. Yo, que con mi dinero repartí alegrías, me siento millonario y duermo a pierna suelta porque todavía disfruto del más grande de todos los tesoros: el calor de mi gente».
El hombre intentó disculparse de nuevo, pero el Kid no lo dejó hablar: «A quien te diga que Chocolate vive en la miseria, dile que es mentira. Que aun sin un centavo, Chocolate sigue siendo rico».
Mi viejo amigo y vecino Diego Acevedo Campos me pide que escriba sobre ese grande del deporte. Aunque lo hice otras veces en esta página, lo complaceré ahora.
Fue el más grande de los boxeadores cubanos. El más popular. El de mejores récords. El que más dinero ganó. Eligio Sardiñas, Kid Chocolate, está considerado entre los diez grandes peso pluma de todos los tiempos. Un artista del ring. Un boxeador de velocidad extraordinaria y habilidad fantástica.
Nació en La Habana el 28 de octubre de 1910 y murió en la misma ciudad el 8 de agosto de 1988. De niño, fue vendedor de periódicos. Se inició en el boxeo con 12 años. Ganó entonces el campeonato auspiciado por el periódico La Noche. Como amateur intervino en cien peleas y las ganó todas; 86 de ellas por KO. Como semiprofesional, derrotó al campeón metropolitano de Nueva York y enseguida pasó al profesionalismo. Por su primera pelea como profesional devengó 32 pesos, y 40 por el primer combate que sostuvo en EE. UU.
Siete meses después recibía 17 500 dólares por su enfrentamiento a Bushy Graham y, en junio de 1929, justo al año de su debut en Norteamérica, su presencia barría récord de taquilla en el Polo Ground. Más de 66 000 personas fueron a verlo pelear. Pagaron por las entradas 215 624 dólares, de los que correspondieron al cubano 50 000, la mayor cantidad de dinero pagada a un peso pluma en toda la historia del boxeo hasta entonces.
En sus días de esplendor, Chocolate libró 297 peleas y perdió solo diez. En sus diez apariciones en el Madison Square Garden llevó más de un millón de dólares a las taquillas. En 13 peleas hizo una bolsa de 243 800 dólares. Fue el cubano más taquillero. Alcanzó los honores máximos del boxeo y estableció el récord de ganar 169 peleas en sucesión.
Logró meter en la cama a no pocas luminarias de Hollywood y del cine europeo y pudo alternar con muchas celebridades, como Carlos Gardel, con quien compartió en París y en Nueva York. Tras cobrar su primera gran bolsa, Chocolate y Pincho Gutiérrez, su mánager, se aficionaron a los juguetes caros. El campeón adquirió un Cadillac 1930 de 16 cilindros. Lo cogió de uso en 1931 y pagó por él algo más de 18 000 dólares. Años más tarde le ofrecieron 42 000 pero el púgil dijo no transarse por menos de 60 000. Al final, tendría que deshacerse del vehículo por muy poco dinero.
Hizo un desastroso viaje a Europa y fue noqueado por primera vez en noviembre de 1933 cuando se enfrentaba a Tony Canzoneri, la piedra en su zapato. Chocolate sostuvo siempre que en el primer combate venció al italoamericano. Fue un combate cerrado que dejó una estela de inconformidad cuando declararon ganador a Canzoneri. A partir de entonces volver a medirse con Canzoneri fue casi una obsesión para Chocolate. Y en el segundo encuentro, Canzoneri, que era un púgil de solo cinco pies con cuatro pulgadas de estatura, lo mandó a la lona con su pegada descomunal a los pocos minutos de iniciado el combate.
Enfermo y debilitado por la sífilis ya no sería nunca más el que fue. Aun así, propició una recaudación de 10 000 pesos en el estadio de La Tropical, de La Habana, cuando, en 1938, derrotó a Fillo Echevarría. El 17 de diciembre del propio año, luego de su pobre actuación frente a Nicky Jerone, Pincho Gutiérrez lo obligó a retirarse.
Sobre la última pelea de Kid Chocolate, Jess Losada, su entrenador entonces y con los años un importante comentarista deportivo, ofreció, en 1971, en la revista Réplica, de Miami,un recuento pormenorizado. Por encargo de Pincho Gutiérrez asumió la tarea de dirigir el entrenamiento previo al tope y tutorar al púgil, el día en cuestión, desde la esquina del cuadrilátero.
Pincho insistió en que Chocolate se retirara luego de su enfrentamiento con Fillo Echevarría, el 10 de marzo de 1938. Esa vez el Kid salió al ring con un coraje sicológico que apenas halló respaldo en su ya abatida anatomía. Aun así, pidió a Pincho que no lo retirara: debía dinero. Prometió a su mentor que se cuidaría como nunca antes. Pincho accedió. Encerró al boxeador en un campamento deportivo que le propició el jabonero Ramón Crusellas y se dedicó a buscarle un contrario con nombre, pero acabado, Nicky Jerone.
Llegó el día del encuentro. Chocolate fue saludado con una ovación que destilaba admiración y cariño. Cuando al final, Cuco Conde, que oficiaba de árbitro, levantó el brazo a cada uno de los boxeadores en señal de empate, aquella multitud que había acudido al coliseo a ver ganar a Chocolate guardó un largo y angustioso silencio. La pelea resultó una confrontación patética entre un pobre Jerone, que pretendió dar el máximo sin tener con qué hacerlo, y un gran estilista que rendía su postrer esfuerzo pidiéndole al cuerpo lo imposible.
Recordaba Losada en Réplica que, al finalizar el séptimo round, Chocolate llegó exhausto a la esquina. Trató de ayudarlo a sentarse. No pudo porque se lo impidió la rigidez de las articulaciones de las rodillas del campeón.
Losada se aterrorizó. Preguntó a su pupilo si podía proseguir el combate y le manifestó su decisión de suspenderlo. Faltaban tres asaltos para que finalizara la pelea. Chocolate respondió que Jerone estaba peor y que lo dejara continuar y acabar. Se mantuvo de pie, en la esquina, durante los descansos correspondientes al séptimo, octavo y noveno asaltos. «Aquel cuerpo elástico y armonioso que, en sus buenos tiempos, revoloteaba sin parar en torno a su adversario, escribía Losada, se había convertido en una gimnasia angustiosa de espasmos musculares dirigida por el esfuerzo mental de un genio del boxeo».
Llegaba el momento culminante de la noche del 17 de diciembre de 1938. Cuco Conde, en señal de empate, levantó el brazo a los dos contendientes. Ni vencedor ni vencido. El público enmudeció de asombro, pero no demoró en comprender, con indulgencia y agradecimiento, que fue una decisión justa y humana. El rostro de Chocolate traslucía una expresión sombría: era su adiós al deporte que le había dado notoriedad mundial. Aquella noche imborrable Pincho Gutiérrez y Jess Losada siguieron al Kid hasta el camerino. Chocolate sudaba a mares. Pincho abrazó al boxeador y le dijo casi en un susurro.
—Esta fue tu última pelea.
Momentos después, Eligio Sardiñas, Kid Chocolate, abandonaba el coliseo.
Iba llorando.