Lecturas
Dicen que todas las noches un pájaro negro sobrevolaba el castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua. Cuando se cansaba de hacerlo se posaba en cualquier sitio y recorría los patios, los salones y los pasadizos de la fortaleza. Hacía ese recorrido no ya como pájaro, sino como una hermosa mujer vestida siempre de azul. La guarnición evadía su encuentro; la visión llegó a atemorizar tanto a los soldados que ninguno deseaba hacerse cargo de la ronda nocturna.
Pero una noche uno de los guardias se prestó a hacerla. Dijo no creer en fantasmas ni aparecidos, ni en pájaros ni en mujeres que no retrocediesen ante la punta de su espada. A la mañana siguiente lo encontraron tendido en el suelo, rodeado de pedazos de tela azul, sin que pudiese articular una sola palabra. Jamás volvería a hacerlo. Había perdido la razón y nadie supo nunca qué sucedió realmente aquella noche.
¿Era aquel pájaro negro la bella dama esposa de Juan Castilla Cabeza de Vaca, primer alcaide de la fortaleza de Jagua? Los cienfuegueros, al menos algunos de ellos, lo creen. La señora falleció en el castillo y está enterrada —¿enterrada?— bajo el piso de la capilla.
Otras leyendas llenan el imaginario local. Muy cerca del Palacio de Valle y detrás del hotel Jagua hubo un pequeño fortín. En la zona se asentaba el granadino José Díaz, quien se unió maritalmente a la india Anagueía. Tuvieron muchos hijos…
Anagueía se acercó al catolicismo, mientras que José iba siendo ganado por las creencias aborígenes. Quería ver cerca de sus lares una construcción que le recordara las de su Granada natal, y como no podía edificarla ni nadie lo hacía, la hizo posible gracias a invocaciones y conjuros; apareció una casa de estilo árabe justo en el sitio donde después se alzaría el Palacio de Valle, de estilo morisco.
Uno de los hijos de José, temeroso del Santo Oficio, deshizo el encantamiento. La casa desapareció y de ella solo quedaron los cimientos: Valle los aprovecharía para su palacio.
Dice Benny Moré, el Bárbaro del ritmo, en uno de sus temas más populares: «Cuando a Cienfuegos llegué / esa ciudad quise verla / ya que le llaman la Perla / y ahora les diré por qué…».
Se trata de una de nuestras ciudades que conjugan como pocas su pasado colonial con las características de una urbe moderna altiva. Dicen que es de las más lindas localidades de Cuba y es cierto. No en balde la llaman la Perla del Sur. Sus calles, muy rectas, armonizan con su arquitectura. Está abierta al mar y su luminosa bahía resulta una presencia insoslayable, en tanto que su entorno de bosque y montaña acusa una belleza fenomenal.
Su origen es relativamente reciente si la fecha de su fundación se compara con la de otras ciudades cubanas. Fue fundada el 22 de abril de 1819 por Louis D´Clouet y 45 colonos originarios de Burdeos. Aunque de origen francés, D´Clouet era súbdito español por haber nacido en Nueva Orleans, perteneciente entonces a la Corona española. Se le dio el nombre de Fernandina de Jagua, en honor a Fernando VII, el rey felón, y se mantuvo el nombre original que dieron los aborígenes a la zona. En la mitología cienfueguera, Jagua es la madre de todas las mujeres.
En 1829, Cienfuegos comenzó a ser Cienfuegos y esa vez con el nombre se rindió pleitesía al capitán general José Cienfuegos. La villa atraía ya la atención de muchos emigrantes de Baltimore, Nueva Orleans, el Caribe… que se asentaron en ella.
Para entonces la región acumulaba una larga historia que comenzó en 1498 con el paso de Cristóbal Colón, en su segundo viaje, y diez años después Sebastián de Ocampo recorrió detenidamente la bahía como parte de su periplo alrededor de la Isla. La crónica apunta la presencia de los corsarios Henry Morgan y Francis Drake, entre otros, desde fecha tan temprana como 1540. La amenaza de ataques exteriores y el intenso comercio de contrabando de los residentes con barcos extranjeros obligaron a las autoridades coloniales a construir, entre 1732 y 1742, la fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua.
En Cienfuegos surgió, hace unos 80 años, la popularísima orquesta Aragón, y también Los Naranjos, conjunto que ha hecho del son su razón de existir a lo largo de nueve décadas. Es la tierra de Juan David, el genial caricaturista.
También del agudo pensador y político Carlos Rafael Rodríguez, una de las mentes más lúcidas que dio la República, de quien la derecha decía: Qué inteligente es Carlos Rafael Rodríguez… qué lástima que sea comunista. «Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí…», cantaba Benny Moré, nacido en Santa Isabel de las Lajas. En Cienfuegos, el 5 de septiembre de 1957, militantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y elementos de la Marina de Guerra desafectos a la dictadura, protagonizaron el alzamiento de la ciudad, que mantuvieron bajo su control durante todo un día.
En el cementerio de Reina (1839) se halla la imagen de bulto conocida como La Bella Durmiente sobre la tumba de María Josefa Álvarez Miró. Representa a una mujer recostada a una cruz, con amapolas y un reptil en las manos. La muchacha se suicidó en 1907, a los 24 años de edad, a causa de un amor desgraciado, y la escultura es la obra cumbre del arte funerario cubano.
En Cienfuegos se aprecia asimismo el único arco de triunfo que existe en la Isla. Se construyó en 1902 con motivo de la instauración de la República. Los vitrales de la catedral de la ciudad, que representan a los Doce Apóstoles, son, sin discusión, los más bellos de Cuba. En el teatro Terry, construido en 1890 y todavía en uso, se presentaron Enrico Caruso y Anna Pavlova, entre otras celebridades. En la Perla del Sur radica, además, el único museo de historia naval que existe en el país.
Mención aparte merece su Jardín Botánico. Se inauguró en 1901 y es de los más importantes del mundo. En eso coinciden todos los entendidos. Ocupa 94 hectáreas y crecen allí más de 2 000 variedades de plantas tropicales y subtropicales de varios continentes, entre estas, 23 especies exclusivas de mariposas, flor nacional de Cuba, y la mayor colección de palmas que existe en el país. También 89 tipos diferentes de ficus, 23 de bambúes, 69 de leguminosas, 241 de plantas medicinales, 248 de árboles maderables, 69 de orquídeas y 400 de cactus.
En el territorio, en la cueva de Martín Infierno, se localiza, con sus 67 metros de altura, la estalagmita mayor de América Latina, y en los fondos marinos de la región se halla el coral de columna de ocho metros de alto cuya forma caprichosa, dicen los que lo han visto, recuerda la catedral de Notre Dame, de la que tomó su nombre.
Digno de elogio es el Palacio de Valle. Edificado entre 1912 y 1917 es fruto de la imaginación de un español delirante que quiso realizar arquitectura arábiga en Cuba y trajo para ello a 30 artesanos marroquíes. La mafia lo arrendó a fines de los años 50 para, por su cercanía al hotel Jagua, en construcción entonces, emplazar allí el casino de juego de la instalación hotelera.
Cienfuegos tiene malecón, bulevar y Paseo del Prado, y se singulariza por la paella local que sustituye la cerveza por el vino blanco y admite el tipo de arroz que se tenga a mano. El poeta Federico García Lorca visitó la ciudad en dos oportunidades en la primavera de 1930, y allí, al reparar en la belleza de las mujeres de la Isla, dijo que la mulata cubana tenía piel de magnolia seca.
La ciudad se ubica a 256 kilómetros al sudeste de La Habana. Es un importante puerto y acusa un pujante desarrollo industrial. Está dotada de confortables hoteles y se destaca en su red extrahotelera el bodegón El Palatino, construido en 1842.
Esta es, a vuelo de pájaro, la ciudad donde se celebró el aniversario 69 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Bien merece otra visita y otras páginas.