Lecturas
Oficios ha sido, tradicionalmente, una de las calles más importantes de La Habana, y de las más antiguas también. Cuando en 1584 la ciudad contaba con cuatro calles, Oficios era la principal porque desde el centro de la villa, en lo que con el tiempo sería la Plaza de Armas, llevaba al punto de desembarco de los bajeles. José María de la Torre, en su libro La Habana antigua y moderna; Lo que fuimos y lo que somos (1857) asegura que debe su nombre a los muchos menestrales —artesanos u operarios— que en ella abrían sus negocios hasta la Plaza de San Francisco, pero Emilio Roig, en sus Apuntes históricos (1963) recoge la opinión de los que califica como «investigadores muy autorizados» que afirman que el nombre se debió a los numerosos oficios de escribanos y de funcionarios que estaban establecidos en ella, y esta opinión, dice Roig, «parece más justificada».
Esta calle, en un momento, se llamó De la Concepción. Son unas 12 cuadras que corren desde la Plaza de Armas hasta la Alameda de Paula. Pasa por la atractiva Plaza de San Francisco, el edificio de lo que fue el convento de ese nombre, la casa del Marqués de San Felipe y Santiago, construida a fines del siglo XVIII, que es hoy un hotel, y deja atrás, en la calle Churruca, el coche Mambí, utilizado por presidentes de la República de Cuba, y el Salón de la Ciudad.
Piensa el escribidor que hay hasta el momento dos calles de los Oficios. Una, a la que la restauración devolvió su esplendor o, mejor, dio el esplendor que no tuvo antes, un tramo que se enriquece ya con nuevos proyectos, y otro tramo, a partir del convento, menos turístico, más de andar por casa, donde falta mucho por hacer.
De cualquier manera es una calle turística y cultural, por añadidura. A comienzos de la vía, la imagen en bronce del Caballero de París, obra del escultor José Villa Soberón, recibe y despide al caminante y es un punto de atracción para cubanos y extranjeros, al igual que la imagen de Federico Chopin, frente al hotel del Marqués de San Felipe y Santiago, que invita a sentarse y fotografiarse junto a él.
El convento, que se construyó a partir de 1579 y fue consagrado casi dos siglos después, bien merece la visita. Un templo que por su magnificencia fue el preferido de la sociedad habanera y que es hoy una espléndida sala de conciertos, alberga el Museo de Arte Sacro y acoge una sala de teatro para niños en lo que fue el espacio de su Orden Tercera.
Hay en Oficios tarjas que perpetúan el recuerdo de Ricardo Alegría, el puertorriqueño, muy amigo de Eusebio Leal, que «inventó» el viejo San Juan. Del italiano Giovanni Francesco Gemelli Careri, que estuvo en la ciudad entre 1697 y 1698 como parte de su vuelta al mundo y que fue el autor del primer best seller de que se tiene noticias. Del pintor canario César Manrique y del poeta cubano Pablo Armando Fernández. De Leonardo Ekman, explorador sueco con una brillante hoja de servicio a la botánica cubana, y del científico español Santiago Ramón y Cajal, esta en la fachada de un centro de rehabilitación geriátrica que funciona en la calle.
En el edificio La Mina, en la esquina de Oficios con Obispo, se hallan los estudios de los reconocidos pintores Roberto Fabelo, Zaida del Río, Ernesto Rancaño, Pedro Pablo Oliva, Ángel Ramírez y Carlos Guzmán. Más adelante, en el número 166, tiene el pintor Nelson Domínguez su taller y sala de exhibición en la galería Los Oficios, y antes, en el número 162, se halla la galería de la pintora venezolana Carmen Montilla, codiciado espacio expositivo. Otra galería de arte se encuentra en el número 362, nada menos en lo que fue la morada del tenebroso Conde Barreto.
Dos personajes ilustres fueron vecinos ocasionales de esta calle. La escritora y dibujante sueca Fredrika Bremer, en Oficios entre Obispo y Obrapía, y el barón Alejandro de Humboldt, el llamado segundo descubridor de la Isla de Cuba, en la esquina de Oficios con Muralla.
La Bremer estuvo en La Habana en 1851 y en las cartas que dirigió a su hermana y con sus dibujos dejó un testimonio impresionante de la sociedad colonial cubana de su tiempo. Paisajes exóticos, animales, plantas, ciudades, junto a hombres y mujeres de diferentes estratos sociales fueron recreados por ella con mirada incisiva y especialmente crítica de la esclavitud, calzadas a veces, como nítidas pincelas, con sus dibujos.
Humboldt, en la dirección apuntada, llevó a cabo valiosas investigaciones cuyos resultados desplegaría en su Ensayo sobre la Isla de Cuba.
Calle curiosa esta. Muy sonado fue el comercio que funcionaba frente al convento de San Francisco, en tiempos en que allí se hallaba la Dirección General de Correos, y que, lógicamente, se llamaba bar-café Correos. Se hallaba en el espacio que ocupa la galería Los Oficios. Por allí, tiempo ha, se emplazó, en un establecimiento que llevó el nombre de El León de Oro, la primera ruleta con que contó La Habana. En Oficios y Teniente Rey estuvo el cabaré Kurssal, instalación de pésima reputación, donde el parroquiano encontraba «puntos» para satisfacerse fuesen cuales fuesen sus inclinaciones y apetitos sexuales, y que fue visitado por García Lorca durante sus días habaneros en el verano de 1930. Y existió también —presume el escribidor que en parte de lo que hoy es la galería de Carmen Montilla— para reafirmar lo «avanzada» que estaba La Habana de los años 50, El Colonial, un cabaré de travestis —transformistas se les llamaba entonces— donde no faltaban la estrella del bolero, la bailarina española y la bailarina exótica que, dice el ensayista Leonardo Acosta, interpretaba generalmente Caravan, ese clásico de Juan Tizol y Duke Ellington. La Taberna San Román, en Oficios y San Pedro, fuera de los circuitos turísticos, gozaba, con sus productos españoles, de una amplia y estable clientela cubana.
Abundaban en Oficios hasta 1959 las oficinas de centrales azucareros, casas comisionistas y empresas importadoras y exportadoras de los más disímiles productos. Tal era el caso de la compañía del español Álvaro González Gordon establecido en un edificio hoy en ruinas marcado con el número 418 de la calle; una compañía que obraba como filial en Cuba de la matriz española de González Byass, productora de los coñacs Tres Copas, Soberano e Insuperable y de vinos como Tío Pepe y Solera 847, entre otros, y que era propietario además de La Mía, una cadena de almacenes de víveres, presidente de la Compañía de Fomento del Túnel de La Habana y administrador de la Zona General de Influencia del Túnel. Un personaje que Ernest Hemingway hace aparecer en su novela Islas en el golfo como uno de los parroquianos del bar Floridita, con el nombre de Ignacio Natera Revello, con quien el novelista parece no simpatizar.
Sin duda, los negociantes más conspicuos de la calle eran los que se vinculaban a la Sucesión de Laureano Falla Gutiérrez, esto es, sus hijos Isabel, María Teresa y Eutimio Falla Bonet —a quien Antonio Guiteras secuestró en 1934—, Viriato Gutiérrez, viudo de Adelaida, otra de las hijas de Laureano, y Agustín Batista, casado con María Teresa, y que son los abuelos de la Gran Duquesa de Luxemburgo.
Falla, nacido en la ciudad española de Santander, perteneció al odiado Cuerpo de Voluntarios y fue socio y amigo del dictador Gerardo Machado, a quien ayudó a subir al poder, en 1925, mediante la «donación» de cinco millones de pesos que hizo a favor del presidente Alfredo Zayas. Como otros tantos españoles, llegó a Cuba con una mano detrás y otra delante, en 1874, y encontró empleo como dependiente de una tienda mixta en Santa Isabel de las Lajas. Veinte años más tarde era ya un importante colono azucarero, propietario de un ingenio y presidente del Casino Español de La Habana. Su sociedad con su compatriota Nicolás Castaño, radicado también en Cienfuegos, de quien empezó siendo empleado, le permitió multiplicar su fortuna y cuando falleció en 1929 era el hombre más rico de Cuba.
En ese mismo año se constituyó la Sucesión que contaba, en 1958, con un capital de 75 millones de pesos. Era el segundo grupo más significativo de hacendados cubanos en cuanto al número de centrales azucareros, y tenía bajo su égida el banco más importante de la nación, con depósitos por más de 230 millones de pesos, The Trust Company of Cuba, entidad cubana a pesar de su nombre. Poseían además empresas en el giro de los electrodomésticos, la segunda mayor destilería de alcohol, la Inmobiliaria Payret, la Papelera Nacional, empresas vinculadas a la pesca y la navegación, y al henequén y sus derivados, entre otros negocios.
La Sucesión tenía su sede en el edificio de oficinas marcado con el número 110 de la calle, el mismo que ahora se transforma para dar asiento al hotel Marqués de Cárdenas y Monte Hermoso.
Otro edificio de oficinas, marcado con el número 154, es alistado para instalar el hotel que llevará por nombre Palacio de los Corredores, y una inmobiliaria quedará emplazada en el inmueble que lleva el número 104. De manera que habrá tiempo para una segunda caminata por la calle de los Oficios.