Lecturas
NUEVA DELHI.— Los choferes presionan el claxon de manera descontrolada para pedir vía y continuar… Los niños en harapos y con miradas penetrantes extienden sus manecitas y muestran globos, flores, collares, dulces… Algunas mujeres están sentadas en la acera, con sus cabezas tapadas con telas coloridas y sus rostros desencajados… ¡Cuidado!, pienso y me agarro del asiento. El tráfico es enloquecedor, y los peatones se abren paso entre los vehículos sin esperar su turno. Bueno, nadie sabe bien cuándo es el suyo.
Perros grandes desandan las calles, algunas vacas en la vía provocan esperas, unos pocos monos trepan los muros y saltan por encima de los techos de los autos, y los vendedores ocupan los espacios. La gente apenas puede caminar, abriéndose paso entre el que vende frutas o flores, el señor que calienta los granos de maní en el piso, aquella que teje sobre una manta, el niño que recoge lo que sea… Bajo los puentes, familias enteras encienden fogatas para amortiguar el frío, y no pocas tiendas rústicas de campaña se ubican en algunos rincones de las aceras, entre los puestos de venta.
Desde un tuk tuk o rickshaw, esa especie de motocicleta con carrocería pintada de verde y amarillo que inunda la ciudad, la realidad se ve diferente a la que se conoce en las revistas o en las películas de Bollywood. Depende de la zona donde se circule, posiblemente, pero esas imágenes de mi primer recorrido por la capital de la República de la India son difíciles de olvidar y nada tuvieron que ver con el misticismo que se publicita en Occidente.
La pobreza, el polvo y la suciedad caracterizan esta urbe, en la que pocas veces al año llueve y fue designada la ciudad más contaminada del mundo por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Incluso, en zonas con edificaciones modernas y grandes tiendas, te abruma ese olor raro, resultado de la comida que se elabora en la calle, los gases de los vehículos, la yerba seca…
Me desconcertaron las miradas clavadas de cuanta gente te nota diferente en este contexto, así como la súplica reiterada de quienes quieren tomarse un selfie (autofoto) con una extranjera. También me impactó la convivencia desmedida y sin escrúpulos con los animales, que son cuidados y alimentados incluso por los pobres, en virtud del respeto que se les tiene; pero lo que no impide el contagio de determinadas enfermedades.
Todo lo que leí o escuché de la India se me trastoca ahora, y pienso en los grandes desafíos de esta nación, hoy la quinta economía a nivel mundial.
Días atrás, el presidente Pranab Mukherjee ofreció una videoconferencia a estudiantes de diferentes instituciones universitarias, entre ellas el Indian Institute of Mass Communication, en cuyas aulas curso estudios ahora. Su tema central versó sobre la necesidad de construir entre todos una sociedad feliz, cada vez más desarrollada e inclusiva. Objetivo noble y necesario, pero ¿posible?
La tierra de Mahatma Ghandi, a quien se le homenajeó el pasado 30 de enero en recordación a su fallecimiento, ha crecido económicamente de manera vertiginosa. Estimaciones de expertos la ubican en una posición privilegiada, por encima de China en los próximos años; pero el desenfrenado crecimiento poblacional y las desigualdades sociales y económicas existentes constituyen grandes retos, sobre todo porque las tradiciones culturales de este país aún matizan cualquier realidad, incluso cuando algunas de ellas están fuera de la legalidad establecida por la Constitución.
¿Qué sabemos o qué vemos de la India? Las disímiles corrientes religiosas que convergen en esta tierra, las prácticas milenarias del yoga y la meditación, los típicos saris de seda, los blusones largos y las argollas en las narices de las mujeres, quienes además llevan su bindi (punto rojo en la frente) en señal de estatus matrimonial o por moda. Sabemos de los encantadores de serpientes, los hombres con turbantes y bigotes, las danzas interminables al compás de los cascabeles en los tobillos y los grandes conjuntos arquitectónicos y patrimoniales como el Thaj Mahal, los palacios de Jaipur, el Qutab Minar y las mezquitas, entre otros atractivos.
Hay una «Increíble India» que se publicita, rodeada de esencias aromáticas, extraordinaria música y bellas mujeres. Centenares de turistas llegan a sus ciudades para entender los caminos de Shiva, degustar la comida picante inigualable, conectarse con el estilo de vida hindú y saciar así su curiosidad. Todo ello puede encontrarse, pero no siempre se está preparado para lo demás.
¿Qué hay detrás del conocido Namasté, ese saludo tradicional y común para el que las personas juntan sus manos bajo la barbilla y se inclinan hacia delante? ¿Qué puede sorprendernos de un país cuya producción de películas es la más elevada en el mundo y donde la industria biotecnológica da pasos agigantados?
India es un país, casi un continente, de más de 1 300 millones de habitantes. Confluyen numerosas lenguas y dialectos, religiones y costumbres culturales. La sociedad se organiza aún bajo un sistema de castas que, aunque no reconocidas desde el punto de vista político, sí lo son en el ámbito social.
Siguiendo la tradición y considerando la parte del cuerpo del dios Brahma a partir de la cual fueron creadas las personas, será la casta a la que estas se adscriben y que determina su posición social: los brahmanes (sacerdotes y maestros), los chatrías (políticos y militares), los vaishias (comerciantes, artesanos y campesinos), los shudrás (esclavos y obreros) y los dalit, los más pobres en esta categoría.
La casta es reconocida por el apellido y decide la profesión, el estudio, las posibilidades socioeconómicas y hasta el matrimonio. Todavía en la actualidad abundan los casamientos arreglados a partir de la correcta elección de la persona, según su casta y la compatibilidad mostrada por las cartas astrales de los novios. Después la familia de la novia arregla la dote, tradición prohibida por ley desde la década de los 60, pero que se mantiene. Tal vez en ciertas ciudades algunos circuitos sociales no otorguen tanta importancia a este asunto, pero forma parte de la realidad global del país, arraigado en estas creencias.
Las advertencias que recibí antes de llegar fueron muchas, entre ellas, además de las relativas a los hábitos higiénicos tan distintos a los nuestros, las más insistentes se relacionaban con mi condición de vulnerabilidad. Aunque las nuevas generaciones en los sectores más avanzados de la sociedad pretendan olvidar ciertos cánones, ser mujer en India no es nada fácil.
No solo se da el hecho de que la mayoría de las mujeres permanezca en casa en funciones domésticas y algunas pocas trabajen o vivan en las calles. Lo que más impacta son los infanticidios femeninos y abortos selectivos en el país.
Por lo general, las familias desean hijos varones, pues cumplir con una dote encarece la vida de la mujer. Los varones pueden comenzar a trabajar más temprano, mientras la mujer, desde niña, está confinada a labores hogareñas, y no pocas de las que logran estudiar por vivir en el seno de una familia privilegiada, luego abandonan el ejercicio de su carrera para mantener la tradición.
Desde 1994, el Gobierno indio aprobó una ley que les prohíbe a los médicos ofrecer información a la embarazada y su familia relacionada con el sexo del bebé, para evitar el asesinato de las recién nacidas o la realización de abortos, incluso en condiciones ilegales, que se registran anualmente.
Otras leyes reconocen la igualdad de derechos de ambos sexos, condenan los actos de violencia, aprueban incluso el divorcio y la Constitución reniega de manifestaciones de discriminación de género; pero lo escrito en el papel no se respeta cabalmente.
Al visitante, pese a todo ello, puede asombrarle que a cada paso en la calle se ofrezca comida, no siempre elaborada bajo normas higiénicas elementales, y si no lo sabía de antemano, le sorprenderá ver que se come con la mano, especialmente la derecha, aunque se esté en lugares refinados o exclusivos.
Resulta llamativo que a los niños, desde muy pequeños, se les pinten los ojos, sea hembra o varón, para evitar el mal de ojo, y que cada dos o tres cuadras aparezcan zapatos en medio de la acera pues ahí, a la entrada del templo, deben dejarse antes de entrar. Y no es un templo, sino muchos, grandes o estrechos, porque la religiosidad marca la vida en India y se practica con vehemencia.
Aprendes a negociar el precio de todo y a no dejarte timar por los que quieren aprovecharse de tu ingenuidad y, sobre todo, te alegras de encontrar hospitalidad y buen trato ante tantas conductas huidizas a tu alrededor.
India es multilingüística, multirreligiosa, multicultural y en su vasto territorio encierra misterios y retos. No es fácil echar adelante una nación tan signada por prejuicios y estereotipos sociales. Cuatro meses, muy probablemente, no me resulten suficientes para conocer una buena parte de este país y de su cultura.
Asombra a cada paso encontrar venta de comida en disímiles maneras, aunque no siempre en adecuadas condiciones higiénicas. Foto: Ana María Domínguez Cruz