Lecturas
Hace ya más de 40 años, Bola de Nieve dijo a quien esto escribe que la televisión era para gente bonita, alegre, joven y despreocupada. La aseveración me vino a la mente mientras veía los espacios que conformaron la edición más reciente de Sonando en Cuba. Emisiones espectaculares, con escenografías, luces, ropas, lentejuelas y maquillajes poco frecuentes en la TV cubana y mucho rostro joven señoreando la escena. Fue un éxito de público y, cosa extraña, puso de acuerdo a la crítica por mucho que algunos le buscaran similitudes con programas del exterior. Opiniones discordantes aparte, que fueron pocas, justo es decir que la televisión cubana y el público de la Isla se merecían algo como esto. Fue un espacio competitivo que se propuso el rescate y revalorización de la música cubana, y logró una acogida insospechada, con familias completas, jóvenes incluidos, ancladas en la noche del domingo frente al televisor. Algo similar sucede al parecer con las emisiones de Bailando en Cuba, que el escribidor, poco amante de la TV y mucho menos del baile, no ha podido seguir.
El éxito alcanzado por Sonando en Cuba hizo que el cronista trajera a colación programas que en su momento se propusieron cazar talentos y fichar lo que se llamó estrellas nacientes. La Corte Suprema del Arte, transmitida por CMQ-Radio, tuvo, a fines de los años 30, una acogida fenomenal, y al igual que sucedió, con menos resonancia, con El Programa de José Antonio Alonso, por CMQ-TV, a fines de los años 50, descubrió valores que llenaron y aún llenan la escena cubana.
Claro, ninguno de esos dos programas, como tampoco Todo el mundo canta, tuvo la coherencia que animó a Sonando en Cuba en cuanto a su concepción y trascendencia. Con 24 concursantes, Sonando… logró un alcance verdaderamente nacional y puso por delante el rescate del patrimonio musical cubano.
La Corte Suprema del Arte fue uno de los programas más populares y polémicos de la radio cubana. Surgió en momentos en que se necesitaba fortalecer y renovar el cuadro lírico en ese medio.
Es decir, lanzar al ruedo a nuevas figuras, las llamadas «estrellas nacientes», a fin de ir buscando relevo a los veteranos, que, por otra parte, devengaban honorarios altos. Todos los que se presentaban en ese espacio eran aficionados, y el aplauso del público decidía cuál resultaba triunfador.
No fue, en su momento, un acontecimiento del todo novedoso. Antes, en un espacio que se llamó precisamente Programa de aficionados, que salía al aire por la radioemisora CMW, René Cañizares intentó un experimento muy parecido, cuando un jurado conformado por artistas profesionales seleccionaba las mejores actuaciones de aquellos que querían iniciarse en el mundo artístico. Pero Programa de aficionados, copiado de un modelo norteamericano, no progresó por falta de iniciativas.
Cuando Miguel Gabriel y Ángel Cambó, propietarios entonces de la CMQ, quisieron darles mayor estructura a sus programas de música y de variedades, se encontraron con una dificultad: las pocas figuras líricas de las que disponían cobraban honorarios demasiado altos para la época y las posibilidades reales de la emisora. Fue entonces que Gabriel y Cambó idearon la fórmula de dar entrada espectacular a todos los aficionados que pudieran convertirse en estrellas de la radio.
De ahí surgió la frase, que todavía se usa, de «le tocaron la campana», para indicar que alguien se ve imposibilitado de llegar a su meta porque otro se lo impide. Porque en La Corte Suprema del Arte se tocaba ciertamente la campana a aquel intérprete, cantante o recitador, que fuese notoriamente malo.
Esa campana —que desde la cabina de control y fuera de la vista del público y del mismo intérprete, hacía sonar Miguel Gabriel, uno de los propietarios de la CMQ de entonces— dio atractivo inicial al programa, que comenzó a salir al aire el 1ro. de diciembre de 1937, desde los estudios que esa emisora tenía en Monte, casi esquina a Cárdenas, en La Habana, y a los que se alude, de manera invariable y por comodidad, como ubicados en Monte y Prado.
Pronto los premios y los regalos que se llevaban los triunfadores atrajeron a una cantidad enorme de aspirantes. Y José Antonio Alonso, conocido hasta entonces como declamador y comentarista, lo consolidó con su conducción original.
Alonso tenía estilo propio y cultura, sabía improvisar y sus comentarios eran siempre atinados. Hizo famosa una frase que marcaba el comienzo de la prueba. «¿A quién se lo va a dedicar?», preguntaba al aspirante. Respondía este, y enseguida Alonso, dirigiéndose al director de la orquesta, añadía: «¡Música, maestro!».
Surgió así toda una pléyade de valores jóvenes lanzados por CMQ. Con su patrocinio, estaban en fiestas y ceremonias, no solo en la capital, también en ciudades del interior de la Isla, y muchos de ellos no demoraron en consolidarse y capitalizar las simpatías del público.
Todo el proceso de La Corte Suprema del Arte es polémico, afirma Oscar Luis López en su libro La radio en Cuba. Se inició contra el alto costo de los consagrados y derivó en un impulso potente de renovación. Cayó más tarde en excesos, asevera el propio Oscar Luis, y hubo, mezclado con el triunfo legítimo de algunos buenos aficionados, malos manejos, explotación, intrigas y ciertas intimidades que dieron motivo a serias críticas.
Fue además expresión de la fiera competencia comercial que en esos años comenzaba a hacerse sentir en la radio. La Corte Suprema del Arte la patrocinó en sus inicios Competidora Gaditana, «el cigarro inigualable», tal como rezaba su eslogan. Al obtener el programa un éxito sensacional, Miguel Gabriel, en una de sus jugadas de audacia, elevó de manera inusitada la cifra que debía pagar el anunciante, y obligó así a Competidora a dejar el campo libre a una empresa rival, la de los cigarros Regalías el Cuño, que previamente se había comprometido a abonar 12 000 pesos mensuales por el espacio. Era una cifra descomunal en aquellos momentos, la que marcó el primer paso hacia los altos presupuestos de inversión en la radio.
Al margen de todo, sin embargo, La Corte Suprema del Arte reveló e impulsó a muchos valores perdurables. Ahí están los nombres de Rosa Fornés, Raquel Revuelta, Elena Burke, Ramón Veloz, Obdulia Breijo, el dúo Hermanas Martí, Natalia Herrera y Armando Bianchi.
También están Alba Marina, Merceditas Valdés, Aurora Lincheta, Radeunda Lima, Xiomara Fernández, Anolan Díaz, la madre de Rubén Blades…, aunque se dice que allí a Benny Moré le tocaron la campana.
Rosa Fornés tenía 15 años de edad y estudiaba comercio, inglés y mecanografía cuando La Corte Suprema del Arte comenzó a hacer furor en Cuba. No tenía conocimiento musical alguno, pero sabía de memoria muchísimas canciones y pasaba las horas cantando o escuchando discos en la gramola. Tras mucho esfuerzo, logró convencer a sus padres para que la dejaran participar. Cuando al fin obtuvo el permiso, el padre le recomendó que no concursara con uno de esos temas fáciles que cualquiera podría cantar, sino que compitiera con una canción folclórica, algo difícil que valiera la pena. Esa misma tarde Rosa tomó su decisión. Competiría con La hija de Juan Simón, una milonga muy en boga entonces.
Dijo Rosa Fornés en la larga entrevista que concedió a Evelio R. Mora, en 2001, que cuando sonaba la campana, el concursante quedaba descalificado automáticamente. Algo duro y hasta humillante, no obstante, muchos de los que se inscribían sabían de antemano que pasarían por aquello; pero aun así participaban para llevarse los regalos de las firmas patrocinadoras.
Llegó el turno a Rosa. José Antonio Alonso la presentó, y ella comenzó a cantar. Sintió cierta tensión, cierto nerviosismo, pero había ensayado tanto y había soñado tanto con ese momento que empezó a sentirse la dueña del estudio. Nada podía afectarla. Precisó la artista en la entrevista citada: «Desde que el maestro Tirado comenzó a rasguear las cuerdas de su guitarra, el mundo se encerró en esa canción. Canté con mucha seguridad y terminé llevándome el primer premio. Era el 12 de septiembre de 1938. Esa noche nació Rosita Fornés».
La Corte Suprema del Arte no fue el único intento de la CMQ por revelar estrellas nacientes. Luego de una temporada en Radio Mambí, José Antonio Alonso superaba sus desavenencias con Goar Mestre y retornaba a CMQ para conducir, esta vez en la TV, un espacio que no tendría la trascendencia del esfuerzo anterior, pero que dio a conocer algunos valores. Por El Programa de José Antonio Alonso, que así se llamó, pasaron y ganaron Pablo Milanés y Frank Fernández, Aurora Basnuevo (cantante) y Mario Limonta (declamador), y Alden Knight, también declamador. Allí obtuvo premio Yolanda Brito, una cantante de impactante belleza, tal como la recuerda el cronista, que fue fundadora del cuarteto Los Modernistas y que no demoró en debutar en solitario en la producción de Madame Pa’ Ca, del cabaré Caribe del hotel Habana Libre. Fueron una carrera y una vida fugaz las suyas, que terminaron con el suicidio de la artista. Mención obligada en esta relación de triunfadores es Bertha Dupuy, que llegaría a ser elegida la revelación de 1958 y la cancionera de 1959. Sobre ella escribía en 2001 Cristóbal Díaz Ayala, musicógrafo cubano establecido en Puerto Rico: «Un caso intrigante es el de Bertha Dupuy, una bella chica con voz tremendamente sensual, que a fines de los 50 se convirtió rápidamente en estrella que competía de tú a tú con Blanca Rosa Gil y Olga Guillot; se domicilió en los 60 en el oeste de los Estados Unidos y no se ha sabido más de ella».
El Programa de José Antonio Alonso, dijo al cronista el tenor Pedro Alfonso, triunfador asimismo en el espacio y que trabajó luego en la preparación de las emisiones, comenzó a transmitirse en 1956 y salió del aire en noviembre de 1959. Aparecía de lunes a viernes, entre las seis y las siete de la tarde. Los ensayos se hacían en la noche anterior a la presentación de los concursantes. Los contendientes eran acompañados en el piano por Isolina Carrillo, la autora de Dos gardenias. La campana había sido sustituida por un timbre de sonido estridente. Los triunfadores, convertidos ya en estrellas nacientes, eran invitados a presentarse, fuera de concurso, en el espacio. Recibían cinco pesos por actuación.
Pasó el tiempo. Los programas que buscan y fichan talentos han gozado siempre de enorme popularidad en Cuba. La tuvieron en su momento Para bailar y, con posterioridad, Todo el mundo canta. No basta, sin embargo, con descubrir una estrella; se impone luego hacerla. Los Hermanos Santos, triunfadores en Para bailar, hicieron al parecer carrera en el exterior, aunque de tarde en tarde aparecían en espectáculos y programas producidos en la Isla, en tanto que los ganadores de las diferentes ediciones de Todo el mundo canta, sin un aparato que los catapultara, quedaron enterrados en provincia o no lograron superar una discreta medianía mediática. Ninguna de las composiciones musicales ganadoras en el Guzmán se convirtió en hit, a menos que recuerde el cronista.
No parece que sucederá así con los ganadores de Sonando en Cuba. Muchas posibilidades parecen abrirse para ellos dentro y fuera de la Isla. Que así sea.