Lecturas
Dos pedazos entrañables de Cuba guarda en sus muros el club San Carlos, de Cayo Hueso, luego de que se reedificara en 1924: Una piedra de las murallas de La Habana, donada por el presidente Alfredo Zayas, y otra piedra, llevada de las ruinas gloriosas del ingenio La Demajagua y que donó el hijo del Padre de la Patria para que sobre ella se asentara la reconstrucción de ese edificio donde José Martí pronunció algunos de sus discursos más elocuentes. En esa fecha la propiedad del inmueble se traspasó a la República de Cuba. Fue una venta simbólica. Cuba pagó un dólar por el edificio. Hay en Cayo Hueso un monumento a José Martí y una avenida que lleva el nombre del Apóstolde nuestra Independencia. Donde menos se lo espera, se topa el viajero con una bandera cubana o una imagen de bulto de la virgen de la Caridad del Cobre.
Restaurantes de comida criolla, expendios de tabaco, café y ron «cubanos», aunque falsos, y tiendas de recuerdos vinculados con la Mayor de las Antillas. Cuando Cuba tenía solo seis provincias, Cayo Hueso se enorgullecía de ser la séptima. Es la tierra norteamericana más cercana a Cuba y Cuba ha sido una influencia grande en la cultura de ese islote. Es el punto más al sur de los Estados Unidos continentales. Allí comienzan o terminan las célebres 90 millas que separan a un país del otro, desde o hasta Punta Francés, en la península de Hicacos.
Cayo Hueso vive desde hace años del turismo y la pesca. Es, después de Miami y los parques de Orlando, uno de los destinos principales de la Florida. Recibe a más de dos millones de turistas al año, que se alojan en hoteles por lo menos durante una noche. En 1982 los habitantes del Cayo consideraron que ciertas disposiciones del Gobierno floridano, como un bloqueo de patrullas policiales al territorio, los perjudicaban seriamente y ponían en riesgo el sector turístico. Fue entonces que se organizó por primera vez una protesta a favor de la separación de los cayos de la Florida. Nacía así, el 23 de abril de ese año, la República de la Concha. Aunque la Conch Republic, por su nombre en inglés, no es ni fue un movimiento separatista y se le considera como un propósito poco serio, son muchos los conchos —patronímico de los oriundos del Cayo— que siguen identificándose con los motivos que originaron la protesta del 82 y que se ha repetido por lo menos en tres ocasiones.
Mucho ofrece Cayo Hueso al visitante. Hay sin embargo dos sitios obligados. La plaza de Mallory, junto al muelle de ese nombre, y el Sloppy Joe’s, uno de los bares más famosos del mundo. En Mallory Square, el Sol es el protagonista del espectáculo. Una hora antes de su puesta, la gente empieza a concentrarse en ese espacio y mientras disfruta de las actuaciones de artistas callejeros espera a que el Sol tropical se hunda en la línea del horizonte para despedirlo con aplausos. Un momento que no alcanza la palabra para describirlo en uno de los últimos reductos hippie del territorio norteamericano. El Sloppy Joe’s merece punto y aparte.
Este escribidor no llegó a saber durante su estancia en Cayo Hueso cuándo abría y cerraba este establecimiento. Lo vio abierto a cualquier hora, con todas las mesas ocupadas y un desfile de bandas que en su pequeño escenario interpretaban clásicos del country y del rock norteamericanos.
Se dice que este bar fue idea de Joe Russell, el mismo que aficionó a Ernest Hemingway a la pesca de agujas en la corriente del golfo y que en los comienzos le prestaba su lancha para las pesquerías. Juntos llevaron, de contrabando, impresionantes cargamentos de alcohol a Cayo Hueso en tiempos de la Ley Seca. Pero ya no se sabe bien si este bar de la esquina de las calles Duval y Greene fue el que frecuentó durante su residencia en Cayo Hueso el autor de Adiós a las armas, que escribió precisamente en ese islote. Porque el Sloppy Joe’s no abrió sus puertas en 1933 en ese sitio, sino en otro local situado muy cerca de allí, donde estuvo hasta 1937 y que ocupó después la cantina del Captain Tony, donde las mujeres suelen despojarse del ajustador para dejarlo colgado en tendederas dispuestas para ello. Espíritu único el de esta ciudad a la que muchos arriban, desde muy lejos, a bordo de legendarias motos Harley Davidson.
No es el Sloppy de Cayo Hueso el único bar del mundo que aviva su promoción con el recuerdo del gran escritor. Una impresionante colección de fotos de Hemingway se exhibe en sus paredes; entre esas la muy célebre que lo captó en compañía de Fidel Castro durante uno de los torneos de la pesca de la aguja en La Habana. Todos los años, el 22 de julio, se organiza allí un certamen que busca encontrar, entre los clientes de la jornada, al hombre que más se parezca físicamente al narrador de Tener o no tener.
Hubo tiempo en que Cayo Hueso vivió del tabaco. Los tabaqueros cubanos contribuyeron a hacerla la ciudad más rica de la Florida y la décima de todo el país. Funcionaron en la localidad, se dice, más de cien tabaquerías que producían unas 300 marcas. Solo una de esas fábricas, la de Eduardo Hidalgo Gato, daba empleo a no menos de 700 tabaqueros. Si los cubanos de Tampa regalaron a José Martí, en 1891, una pluma y un tintero de lujo, los tabaqueros de Hidalgo Gato le obsequiarán, poco después, un ánfora de plata y las obreras de la fábrica, una cruz hecha con conchas de mar.
La crisis de 1893 batió duro contra esas tabaquerías y el año siguiente nació para ellas bajo signos ominosos. Al reabrirse en el Cayo las manufacturas de tabaco, numerosos obreros cubanos se vieron suplantados por españoles traídos de la Isla. Los cubanos entonces se declararon en huelga. Amenazaron algunos propietarios con trasladar sus industrias a Tampa, y las «clases vivas» y las autoridades municipales, para conjurar ese peligro, resolvieron seguir contratando en La Habana a más obreros españoles.
El problema laboral adquiría matices políticos. Quisieron los cubanos resucitar la vieja sociedad de La Tranca, cuyos miembros armados con estacas esperaban en el muelle a los «patones» que osaran pisar el Cayo. Pero esta vez los rompehuelgas son traídos a boca de fusil y los cubanos que osan protestar son reducidos a prisión. El club San Carlos propone el éxodo total de la colonia cubana, y Martí, desde Nueva York, con el apoyo del abogado norteamericano Horacio Rubens, hace cuanto está a su alcance en defensa de los cubanos atropellados.
Cayo Hueso conmueve a Martí en ocasión de su primera visita, en 1891. Un niño abanderado sobre un caballo negro escolta el coche en que el Apóstol recorre las tabaquerías más importantes. La de Hidalgo Gato se engalana para recibirle. En la de Soria, 18 cañonazos y una larga clarinada anuncian su llegada, y en La Rosa Española, el encargado del negocio, un peninsular, no vacila en estrecharlo entre sus brazos…
Impresionará también a Fidel en 1955. Dice: «En Cayo Hueso nos encontramos un patriotismo formidable. A los tres días de estancia habíamos logrado reunir 40 activistas, gente firme y entusiasta».
El viernes 2 de diciembre de 1955 arriba Fidel a Cayo Hueso para poner punto final a su recorrido por el sur de la Florida. Su estancia en Estados Unidos había comenzado el 20 de octubre anterior con su entrada al país por San Antonio, Texas, desde donde se dirigió a Filadelfia. En Nueva York los cubanos le tributaron un recibimiento apoteósico y organizó el Club Patriótico 26 de Julio. Bridgeport (Connecticut), Union City (New Jersey) y Miami y Tampa, en la Florida, son escalas de ese viaje. Un periplo agotador, con intensas jornadas de trabajo a fin de unir a la emigración cubana con vistas a la próxima contienda libertaria.
El motel Siboney, donde se alojó Fidel durante su estancia en el Cayo, ya no existe. En la esquina de las calles Truman y Elizabeth hay un terreno que sirve de parqueo a un hotel o pensión que lleva el nombre de Chelsea House, donde debió estar ubicado, pero ya allí nadie puede confirmar el sitio exacto donde estuvo ni decir si el Chelsea es el mismo Siboney que cambió de nombre. Nada pudieron decirnos tampoco en el establecimiento hotelero —Conch House— que ocupa el otro lado de la esquina.
Varios emigrados cubanos acuden al motel a fin de conocer al «gran capitán del Moncada». Tarde en la noche, Fidel decide visitar a Julio Cabañas Pazos, figura prominente de la colonia cubana en Cayo Hueso y presidente del club San Carlos. Su familia conoció a Martí en ocasión de sus estancias en el islote. Cabañas vive junto con su esposa Emilia y sus hijos en el número 809 de la calle White Head, muy cerca del Siboney, a unas cuatro cuadras apenas.
Fidel propone a Cabañas que asuma la presidencia del Club Patriótico 26 de Julio en la localidad. Pero Cabañas es de otra opinión. Cree que será más útil al 26 de Julio si queda fuera de la directiva del Club Patriótico.
Un asunto importante resta por abordar. Al igual que en las otras localidades que ha visitado en su peregrinar por Estados Unidos, Fidel hablará en Cayo Hueso. ¿Cuándo? El 7 de diciembre. ¿Dónde? Quiere hacerlo en el San Carlos. No es posible. Su reglamento prohíbe que se utilice para asuntos políticos y religiosos. El líder revolucionario no debe preocuparse por el tema. Cabañas se compromete a buscar el local para el acto. Y Cabañas es hombre de palabra. Antes de despedirse, Fidel le dedica un ejemplar de la edición neoyorquina de La historia me absolverá.
Conseguir el local para el acto es sin embargo más difícil de lo que se piensa. Nada se concreta porque lo impide Bienvenido Pérez, jefe de la policía, compinche de René Morales, el cónsul de Batista en la ciudad y batistiano él mismo. Logra al fin Julio Cabañas burlar el acoso policial. Y a las 8:30 de la noche del 7 de diciembre de 1955, tal como se había acordado desde la llegada de Fidel al Cayo, los cubanos, con autorización del comisionado municipal y del sheriff, se reúnen en el parqueo del cinódromo Kennel Club, en Stock Island, fuera de la jurisdicción de Bienvenido Pérez. A la luz de los faros de los automóviles los congregados escuchan a los oradores. Fidel destaca el papel de los tabaqueros cubanos emigrados en la Guerra de los Diez Años y la ayuda que brindaron a Martí. Alude a Maceo, que tuvo también la oportunidad de visitar el Cayo. Evoca el asalto al Moncada. Proclama que la lucha armada es el camino para derrocar a la dictadura y recaba la ayuda de la emigración para la causa.
Ya Fidel no regresará a Cayo Hueso. Juan Manuel Márquez, que lo acompaña en su periplo norteamericano y que justo un año más tarde será el segundo jefe de la expedición del Granma, lo convence de la conveniencia de salir directamente para Miami y evadir así problemas con el jefe de la policía. Al día siguiente un periódico local publica una nota sobre las palabras de Fidel y acusa de comunistas a los organizadores del acto.
Julio Cabañas Pazos presidió el club San Carlos hasta 1961. En esa fecha, sus simpatías por la Revolución Cubana lo obligaron a abandonar el territorio norteamericano. Junto con su familia, residió en México y luego en La Habana.