Látigo y cascabel
En un extremo de la sala de mi casa, amparados por las paredes de un viejo multimueble, permanece, cual apreciable reliquia, buena parte de la historia musical de esta Isla, y hasta de allende los mares, en forma de discos de vinilo de diversas revoluciones.
Nunca los he contado, pero puedo asegurar que allí, enfermas de humedad, exceden el centenar aquellas ruedas negras, de pasta, que, junto a los siempre poderosos medios de difusión, acabaron de convertir en ídolos a la Aragón, Van Van, Pablo, Silvio, Amaury, Merceditas Valdés, Celina González, Rosita Fornés, Beatriz Márquez, Iraquere, Fernando Álvarez, Son 14..., además de a Barbra Streisand, Joan Manuel Serrat, Mocedades, Willy Colón y Rubén Blades...
Bien lejos de la llegada a Cuba del disco compacto (aunque ya existían en los 80) y mucho más del arribo a esta tierra del MP3, invento que sin dudas «revolucionó» la música, entonces era muy común que en nuestros hogares el tocadiscos estuviera, junto al televisor Kpym 218 y la Aurika, entre los aparatos más preciados.
No me atrevería a asegurar que por aquel tiempo hubiese, en términos económicos, un mercado del disco, pero sí que era totalmente asequible ese bien, cuya aparición resultó ser el acontecimiento de mayor repercusión en la vida musical del siglo XX. Tal vez porque éramos «más isla», la buena música cubana se mantuvo en los primeros lugares de preferencia; un cuadro que empezó a desdibujarse en la década del 90.
Por eso es tan importante que en 1997 naciera la Feria Internacional Cubadisco, que hoy puede enorgullecerse al mostrar producciones fonográficas que abarcan un amplio diapasón de géneros, concebidas con elevada calidad, visible tanto en la propuesta artística, como en su empaque.
Sin embargo, el impacto social de Cubadisco sigue siendo insuficiente, cuando su fuerza se concentra esencialmente en la presentación de una programación artística de lujo, anclada, sobre todo, en la capital. Pero, más allá de contribuir a salvaguardar el rico patrimonio sonoro cubano, ¿una feria de este tipo no debería conducir a que el consumo de la música grabada conlleve a una ganancia tanto económica como cultural?
Aplaudo que se entreguen los codiciados premios Cubadisco, que validan la obra de extraordinarios artistas. Mas, después que cierran las cortinas del evento, ¿qué sucede con ella? ¿De qué manera se difunde? Reconozco los mayores esfuerzos para poner a la venta producciones en moneda nacional, pero no cubren la demanda. Y, ¿quién puede destinar divisas para adquirir un CD, cuando hay necesidades cruciales que satisfacer?
No estoy ajeno a la situación financiera que sacude a Cuba y al mundo. Y en la industria musical, los costos ligados a la grabación de un disco pueden ser muy altos —no así los de fabricación de las copias, cuando se cuenta con una planta de impresión, que no es nuestro caso—. Pero creo que habrá que pensar seriamente en ello, porque no podemos perder de vista que la música constituye una de las formas fundamentales de expresión del ser humano.
En medio de la globalización de la cual no escapamos, el mercado discográfico (que no ha podido desatender el fenómeno Internet) mantiene su decisivo papel en la determinación del gusto musical colectivo, mientras las nuevas tecnologías facilitan una difusión masiva que no pocas veces «desprestigia» lo valioso, lo verdaderamente auténtico.
Habrá entonces que lograr que nuestra vanguardia musical consiga provocar y encontrar el camino de la comunicación con el público, sobre todo juvenil, que se apodera con rapidez y de forma acrítica de una música (también entre los instrumentos más eficaces para la coacción ideológica), con frecuencia sinónimo de producto industrial que no persigue intenciones artísticas, sino la satisfacción de la demanda de un mercado. Un producto que no se interesa por siglos de tradición cultural, musical e instrumental. Todo un ejemplo fehaciente de colonización cultural.
Tendremos entonces que conseguir que las canciones que defienden nuestras producciones discográficas sean tomadas también como bandera por las nuevas generaciones.