Látigo y cascabel
No pude menos que recordar una de las tantas y sabias intervenciones que escuché durante la asamblea de balance de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en la provincia de Las Tunas en 2011, mientras miraba una escena de Con palabras propias, la nueva serie que ha estrenado la Televisión Cubana en su espacio de la telenovela criolla.
Aparecían en pantalla los jóvenes protagonistas participando en una fiesta, donde, de repente, la música que invitaba al baile (y a las muestras de desencanto que aparentemente provoca lo «cheo», lo viejo) era un chachachá.
Bastaba con observar la mencionada escena para percatarse enseguida de que, tristemente, ni los personajes, ni los actores encargados de representarlos se identificaban (ni pensar en que lo bailaran correctamente) con el afamado ritmo originario de Cuba, que creara el notable compositor y violinista habanero Enrique Jorrín.
Es la «suerte» ingrata que ha corrido la mayoría de los bailes típicos en nuestra tierra: desde el danzón hasta el mambo y el chachachá, mientras en no pocos territorios del mundo estos permanecen vivos y, junto a otros muy nacionales también, como la rumba y la conga (claro, bastante estilizados) siguen despertando el furor de los danzantes en los llamados ballroom dance (bailes de salón), al lado del tango, el vals, el merengue, el fox trot, el swing..., convocando apasionadas competiciones internacionales.
Candil de la calle y oscuridad de la casa, pensarán los lectores y les asiste la razón, cuando existen en nuestro país —considerado con justicia una potencia musical—, las condiciones para que, en ese sentido, la luz fuera enceguecedora. Era la inquietud fundamental del artista que, en el pleno tunero de la UNEAC, propusiera que se extiendan por doquier clubes de danzón, preocupado porque manifestaciones culturales tan estrechamente vinculadas a nuestra identidad estén a punto de desaparecer.
Me niego a creer que las nuevas generaciones no le hagan swing a esas creaciones que nos representan y distinguen en el mundo, porque estén, digamos, fuera de moda. Porque entonces, ¿cómo se explica que Juan Luis Guerra haya puesto a disfrutar a tantos jóvenes con La llave de mi corazón, como mismo lo consiguiera Lou Bega con Mambo number five, o José Luis Cortés, en casa, con su Murakami mambo?
Me lo explico, en primer lugar, porque estos extraordinarios músicos han tenido la audacia de beber de la fuente para luego devolvernos un surtidor de sonidos contemporáneos que, sin embargo, no pierden autenticidad ni su probada riqueza rítmica y cultural. Son propuestas tan atractivas que no pasan inadvertidas.
Luego está el tema de los medios y la difusión, entre los grandes problemas a resolver. Porque, en honor a la verdad, no ha sido El Tosco el único que ha traído a estos tiempos esos ritmos de tan profundo contenido y arraigo culturales.
Lo han hecho Juan Formell y Adalberto Álvarez; Elito Revé, Pedro Luis Ferrer y Buena Fe con el changüí; Orlando Valle, «Maraca», con su espectacular Danzón siglo XXI, Habana Abierta e Interactivo... y otros tantos que completarían una lista interminable (no perdamos de vista que si en Cuba el reguetón aturde con tanta «buena salud» es porque se ha alimentado de nuestras raíces musicales), cuyas composiciones, sin embargo, «envejecen» en discos que no se comercializan, o apenas encuentran eco en las emisoras radiales, y mucho menos se difunden en lugares públicos.
Mucho hicieron en su momento a favor de los bailes tradicionales cubanos espacios televisivos como Para bailar y Aprendiendo a bailar, con altos índices de audiencia que luego no pudieron conseguir otros intentos posteriores. En medio de esas ausencias, en las que se extrañan textos al estilo de Bailes populares cubanos, de María Antonia Fernández (recoge pasos y coreografías), los instructores de arte serían una de las fuerzas principales para despertar esas motivaciones en los jóvenes, por aquello que sin dudas nos divierte y hace singulares.
Todavía estamos a tiempo. De lo contrario no puedo imaginar qué música y bailes identificarán a nuestros nietos. ¿Será esa que parece tan resistente como el marabú pero que suena incansablemente, plagada de mal gusto, alejada de todo valor cultural y espiritual? Ahí espera, por que lo rescatemos para siempre, ese legado que es orgullosa expresión de nuestra idiosincrasia.