Látigo y cascabel
Estaba consciente de que no necesitaría un «brujo» para llegar a una respuesta que de seguro me abofetearía la cara, mientras preparaba una investigación para JR sobre las causas que mostraran las razones por las cuales algunos jóvenes artistas decidían abandonar lo «seguro», el calor de su tierra, de su hogar, para salir en busca de la capital y de sus sueños.
Lo triste es que incluso donde existen espacios que mantienen una cartelera variada, atractiva, de calidad, y se dan el «lujo» de invitar a figuras y agrupaciones de primerísimo nivel, hallas experiencias que ponen de manifiesto un fenómeno tan usual como poco saludable.
Son testimonios que sacan a la luz una cuestión que poco favorece a una cultura tan robusta como la cubana: la necesaria promoción del arte y la literatura, tema que convocó a la reflexión en el más reciente Consejo Nacional de la UNEAC, de enero pasado.
Tal parece que algunos no acaban de entender lo que significa el acertado planteamiento de Fidel de que solo nos salvará la cultura. Es evidente. Si no, ¿por qué sigue siendo tan ínfimo, sobre todo, el contacto y el intercambio de nuestros más destacados intelectuales y artistas con quienes habitan en los municipios que no son cabecera y, más, en las comunidades, barrios, zonas periféricas? ¿Para qué nos sirve tanta acumulación de talento y conocimientos en cada una de las provincias del país, si apenas los aprovechamos? ¿Por qué hay que esperar a que aparezca el verano para que la gente disfrute de una actividad cultural que mínimamente valga la pena?
Después, el tema de la jerarquización. Llegas a un espacio público, cuyas paredes felizmente se han transformado en galerías «alternativas», por ejemplo, y, sin embargo, notas que en ellas los protagonistas no son, a veces, los más representativos artistas de la plástica del lugar, sino los «sociables» pseudoartistas.
Ya a nadie extraña que el «vidrio» —por mencionar lo que más se sigue— dé cabida a quienes menos tienen qué decir desde la cultura, y nos bombardee en ocasiones con productos banales, o que escasamente algo aportan, mientras a veces no considera hechos verdaderamente artísticos, máxime si estos tienen lugar lejos de La Habana añorada.
Si bien se aprecian avances en muchos de estos asuntos, también lo es que aún existen interpretaciones de una política cultural que debe ser única y funcionarios de escasa preparación en cargos determinantes, quienes en no pocas oportunidades desechan el diálogo con los creadores, sin importarles que están tirando por la borda lo que debería convertirse en su desvelo cotidiano: como diría en el mencionado Consejo Omar Valiño, vicepresidente de la UNEAC: el diálogo coherente y útil con los jóvenes del sector artístico y cultural.
Cada día se hace más urgente el apoyo a las experiencias más valiosas; a que se revisen o ajusten las instituciones ya anquilosadas, y, si se requiere, se conciban otras más eficaces. Por supuesto, todavía es insuficiente (lo cual nos toca de cerca) la imprescindible orientación, el impostergable análisis crítico del hecho artístico, para que entre todos podamos crear el público ciertamente culto que exige una sociedad como la nuestra.