Látigo y cascabel
El grupo musical RBD publicó recientemente su disco de despedida —para beneficio del buen gusto. Como en su momento lo fueron el grupo puertorriqueño Menudo, el español Parchís o el también mexicano Timbiriche, RBD solo constituye una fórmula del laboratorio del disco-negocio para apoderarse del público juvenil.
Todo ello opera a partir de un condicionamiento previo de sus gustos a un tipo de melodía basada en la ligereza de los textos, la laxitud del discurso temático-sonoro y la fanfarria escenográfica como telón de fondo.
Su disolución, sin embargo, provocó verdadero dolor en la fanaticada juvenil iberoamericana. Esto es comprensible pues, como señalan algunos críticos musicales, aunque el tiempo develará el nulo valor estético de grupos como este, no por ello dejan de convertirse en parte de la vida y el desarrollo de una generación —mercadotecnia mediante, desde luego.
Y nada tiene que ver el fenómeno con pasiones latinas o tercermundismo regional: las juntas directivas de los emporios discográficos siempre han tenido varios grupos o solistas que sirvan de bocadillo al ávido —y en ocasiones estéticamente desprotegido— mercado juvenil.
A esa acartonada, insípida y vacua estrellita que es Britney Spears le regalaron los galardones principales de la 25 edición de los premios MTV, en Estados Unidos: mejores video del año, video interpretado por una mujer, y video pop, los tres gracias al insufrible tema Peace of me.
En tanto, el premio al mejor baile en un video fue a las Pussycat Dolls por su canción When I Grow Up. Huelga aludir, para quienes las han visto en nuestros Colorama o Piso 6, a los niveles de humillación a los cuales puede rebajarse la música con estas Pussycats.
Como nunca antes, el mercado musical ha llegado a un punto de involución ostensible en lo estético. Cada semana puedo consultar las listas de éxitos mundiales: las de Europa clonan a las de Estados Unidos, sus excepciones locales hechas. Y las de Latinoamérica, son casi exactas entre uno y otro país.
Sin integrar ese mercado discográfico, Cuba observa, no obstante, patrones similares a la hora en que algunos de los espacios de sus medios de comunicación elaboran listas de éxitos.
La bastardía de algo como Inalcanzable, de RBD y semejantes, lideró el hit parade por meses en Cuba; mientras que una pieza tan bella como Los ojos de Aitana, del cubano Nassiry Lugo, apenas se puso en televisión —y estos son solo dos ejemplos entre centenares.
Si quienes delimitan jerarquías y promueven gustos en estos espacios continúan legitimando los ídolos de cartón y las estrellitas de barro que aúpan las transnacionales, seguirá siendo muy duro el camino de las audiencias nacionales para el joven trovador que desanda trechos con una guitarrita, aunque trine como un sinsonte. De hecho, hasta grandes figuras de la música cubana siguen necesitadas de un mayor tiempo en pantalla, tan copadas como están de Britneys, Pussycats, RBD y compañía.