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Eran unos doscientos, y muchos arribaron en sus jets privados a uno de los más lujosos hoteles resorts de California. Para asegurarles una estancia tranquila, los ayudantes del sheriff del condado, uniformados al mejor estilo robocop mantuvieron a raya a más de mil manifestantes en cuyos carteles de protesta sobresalía la frase Dirty Money (dinero sucio). Ocurrió el fin de semana recién concluido, en el Rancho Las Palmas Resort de Palm Springs, donde se dieron cita para coordinar estrategias políticas y reunir fondos.
Al encuentro bianual, como desde hace décadas, fueron convocados por los hermanos David y Charles Koch, dueños de la mayor compañía privada de Estados Unidos, un emporio de refinerías petroleras de 100 000 millones de dólares, la Koch Industries. Ellos son protagonistas principales de este manejo callado o taimado de la agenda política estadounidense, mediante un movimiento ciudadano, supuestamente espontáneo, conocido como Tea Party y unos instrumentos como Liberty Central y Citizens United, grupos de presión en el Capitolio de Washington o en la Corte Suprema.
Pero en la cita no estaban los «líderes» de base del Tea Party, los obreros desempleados, las señoras amas de casa de pueblitos sureños, temerosas del infierno, de la situación económica mandada como prueba celestial por los muchos pecados de esta tierra, dispuestos a defender la vida no nata con el mismo empuje que la reducción de los impuestos y contrarios a cualquier regulación del Estado, porque eso suena a totalitarismo, comunismo, socialismo… y listos a impedir que la América se contamine con los inmigrantes del sur.
Los asistentes eran millonarios como los Koch y otros influyentes de la ultraderecha. Y aunque no se conoció la lista de esta reunión secreta, sí han trascendido los de citas anteriores: celebridades mediáticas como Glenn Beck y Rush Limbaugh; los gobernadores de Louisiana y Mississippi, Bobby Jindal y Haley Barbour, respectivamente; los jueces de la Corte Suprema Antonin Scalia y Clarence Thomas, junto a gente de Wall Street, de las poderosas industrias, de los consorcios energéticos, junto a ejecutivos de los negocios más gananciosos, buena parte de los 400 más poderosos de la famosa lista Forbes.
En el discurso de agitación de todo ese conglomerado de la ultraderecha, el término «libertad» es la sombrilla para que se siga concentrando riqueza y poder en Estados Unidos por sobre la masa fervorosa que usan como pedestal. Según el profesor de la Universidad de California en Santa Cruz, G. William Domhoff, «el ingreso promedio de los 400 estadounidenses más ricos —muchos de los cuales estuvieron presentes en el cónclave de los Koch—, se triplicó durante la administración Clinton, se duplicó durante los siete primeros años de Bush», y ahora ese 0.01 por ciento de los más ricos en EE.UU. reciben el seis por ciento de todo el ingreso del país imperial. De ahí llegaron los asistentes al encuentro Koch.
Los que tienen su propia lista de prioridades: la eliminación de los gravámenes fiscales para los millonarios, ponerle fin a una Internet abierta y a los límites de la contaminación tóxica, entre otras intenciones. Por ejemplo, apoyan a los grupos que refutan las evidencias científicas sobre el cambio climático.
Así que la invitación a Palm Springs no era precisamente para dorarse al sol. Se trataba de, en el mayor de los secretos, formular el próximo plan de ataque con vistas a las elecciones generales de 2012, y el poder y la influencia de su dinero ya se vio el pasado noviembre, cuando los candidatos del Tea Party dentro del Partido Republicano les arrebataron a los demócratas el control de la Cámara de Representantes y la mayoría absoluta en el Senado. Dejaron a Obama desplumado, sin sus dos alas legislativas; y sigue en la mirilla porque desean «líderes electos responsables en sus decisiones».
¿Qué acordaron en el Rancho Las Palmas, cuánto dinero recaudaron en esta primera pasada del cepillo? Ya se sabrá en algún momento, pero el domingo ya habían sido detenidos 25 de los manifestantes, como antesala de la «libertad y la democracia» al estilo Koch que permite en Estados Unidos, al amparo de esos dos términos concentrar riqueza y poder para los «elegidos» en la sociedad de las corporaciones.