Inter-nos
Pues sí, no todo es coser y cantar en la Casa Blanca. Como buena sede imperial, las intrigas palaciegas se apoderan de salones y pasadizos. Al menos es lo que sacan a la luz nuevos libros que revelan niveles de disenso en las entrañas del monstruo.
Al «arquitecto» Rove y sus elefantes republicanos se les cae la casa encima según esta caricatura en The Economist. En uno de ellos, Dead Certain: the presidency of George Bush (Muerte segura: la presidencia de George Bush) del periodista texano Robert Draper, se dicen algunos de esos chismes cortesanos: Karl Rove, el buen amigo y consejero de larga data del W. que recientemente y bajo presión tuvo que renunciar a su cargo, no había escogido a Dick Cheney como compañero del ticket presidencial en las elecciones del año 2000, punto que enfría a cualquiera porque Rove fue el cerebro que lo llevó a sentarse en el Despacho Oval.
De Cheney, quien había sido el gurú de la política exterior de Bush, el padre, se dijo: «Era peor que un escogido seguro —se le necesitaba». Sin embargo —según reportó The Washington Post hace unos días— Bush, el hijo, se sentía confortable con el señor Cheney y no veía ningún daño en darle la mitad de la boleta para que aspirara a la vicepresidencia.
Como de Cheney siempre se ha dicho que es el poder detrás del trono, y a Rove se le conocía como «el cerebro» o «el arquitecto», es fácil deducir que los celos, malditos celos, y las ansias de poder estarían en el entramado.
Otra de las historietillas tiene que ver con Donald Rumsfeld, el duro que estuvo al frente de las guerras como Secretario de Defensa, y que terminó siendo prácticamente despedido del gabinete luego de la derrota republicana en las elecciones de medio tiempo de noviembre de 2006. El cuento está en cómo lo echaron.
Todo comenzó unos cuantos meses antes del retiro... En abril de 2006, el W. hizo una encuesta informal entre sus más importantes consejeros y siete votaron por deshacerse de Rumsfeld y solo tres levantaron la mano a su favor. Entre los que estuvieron por dejarlo sin trabajo destacó la señorita Condoleezza Rice; entre los pocos que lo querían estaban Karl Rove y el consejero de Seguridad Nacional, Stephen Hadley.
Bush tampoco quería echarlo a la basura, pero alguien tenía que cargar con las culpas de una guerra imposible de ganar, y era mucho el peso de las críticas.
Rove mismo no se salva en las revelaciones. Cuando Draper construía su libro entrevistó a la primera dama, la señora Laura Bush, quien ni corta ni perezosa le adjudicó un sobrenombre: «Pigpen», el personaje de la famosísima historieta estadounidense de los Peanuts. El problema es que Pigpen se caracteriza por su proceder perpetuamente sucio, y cuando a Draper le preguntaron en un programa de televisión qué quiso decir Laura Bush, fue especialmente claro: «Bueno, yo pienso que ella reconoce que Karl Rove fue un malo necesario» que se tomaba más crédito de las cosas de lo que realmente se merecía. Ya por ahí cuentan que a la Bush no le gustaba en absoluto que se dijera que Karl Rove era «el cerebro» de su marido y solía decir a menudo esta frase: «Deja ver qué tiene que decir sobre esto el niño genio».
A primera vista, y por lo que se dicen en estas habladurías cortesanas, parece que ser malo y necesario era y es requisito para entrar en el equipo bushiano, donde se aplica aquello de que «entre pillos anda el juego».