Acuse de recibo
Karina González Domínguez (Calle 17, No. 259, entre J e I, Vedado, La Habana) volvió sumamente decepcionada del pésimo servicio que recibió en una estancia que reservó para el disfrute de su familia del 14 al 17 de octubre en la otrora emblemática y pionera base de campismo Los Cocos, en el litoral norte de la provincia de Mayabeque.
Cuenta que esos días se hospedó junto a su esposo y su hijo en la cabaña 7 de dicha instalación. Y aunque no está ajena a la situación económica tan compleja que vive el país, encontró un rosario de insuficiencias que responden más a problemas subjetivos, organizativos, de exigencia, control y de comunicación.
La instalación ofrecía un gran descuido. Las áreas verdes sin chapear, carencia de iluminación en las áreas exteriores, la piscina fuera de servicio y las áreas infantiles de juego muy deterioradas.
En la cabaña que le correspondió, el mobiliario en crisis: una silla sin fondo y una butaca desvencijada. Para colmo, faltaba la luz en el baño y en el portal.
No había disponibilidad de agua para beber, cuando antaño, hasta en los campismos de menor categoría, siempre se disponía de cajas de agua fría. Ahora hay que tomarla de la pila, luego de que se asentara, porque estaba totalmente sucia.
Otro asunto grave, la falta de comunicación con los huéspedes. Llegaron cerca de las cuatro de la tarde, y la carpeta estaba cerrada. Y nadie les explicó
los problemas de la instalación y las posibles alternativas para hacer más agradable la estancia de los reducidos campistas. La llave se la entregó el custodio, bastante amable, por cierto, pero sin toda la información.
Como si fuera poco, carencia de ofertas gastronómicas y paradójicamente precios elevados con respecto a la pobre oferta. Y sufrieron más: ninguna propuesta recreativa, ni siquiera música para ambientar, aunque la piscina no estuviera funcionando.
Sí, observaron desmotivación en los trabajadores de la base, en ese lenguaje silencioso que revelan los rostros y en la forma de hablar y de comportarse. Los escasos empleados que se toparon mostraban una evidente apatía, desidia y desinterés.
«Yo lamento haber visto la que fuera una de las mejores instalaciones del campismo en el país en estas condiciones, afirma. Y aunque sé que esta no es la temporada de verano, otras veces hemos venido en fecha similar y no hemos encontrado semejante desastre.
«Tal vez los problemas que señalo se cuestionen, se justifiquen o nunca se resuelvan, pero me siento con la obligación de no callarme. Y con dolor, adoptar la decisión de no volver a elegir el campismo, que siempre fue la opción más asequible para el pueblo trabajador. Es una pena que mi hijo no pueda tener buenos recuerdos de su estancia en Los Cocos, como los que yo tuve por muchos años. Espero que mi opinión sea de alguna utilidad», concluye.
Y este redactor pregunta cómo es posible que una instalación en esas condiciones se comercialice.
A Orlando Olano Guevara el cielo se le unió con la tierra cuando Tamilka Izquierdo, trabajadora del policlínico Piti Fajardo de la ciudad de Las Tunas lo contactó telefónicamente para informarle que asistían allí a su hijo, presa de un ataque epiléptico.
El padre se precipitó por las calles de la ciudad y llegó de inmediato muy angustiado, casi al borde de un infarto. Llegó a tiempo, para desde su sobresalto, observar «la suprema atención, que con esmero y dedicación estaba recibiendo, y en la que participaban, además del Doctor Kadir, el personal de enfermería de ese prestigioso policlínico.
«Altamente agradecido y complacido me retiré, cuando mi hijo recuperó su estado normal de salud. Encomiable atención, que merece contrastar con otras muestras de maltrato que se publican en este espacio periodístico.
«Debe reprocharse lo malhecho, pero también enaltecerse las muestras de lo bueno que todavía identifica a los servidores públicos. Gracias, muchas gracias a Kadir y al personal auxiliar del policlínico Piti Fajardo», afirma desde su domicilio, en la calle René Ramos Latour, No. 58, en la ciudad de Las Tunas.