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La sorda y tozuda hiperdecibelia

Con una mezcla de asombro y dolor, Rafael López Arafet ha leído las tres últimas quejas publicadas en esta columna sobre la impune hiperdecibelia que reina en centros nocturnos y discotecas, tanto estatales como particulares, para tormento de los vecinos cercanos.

Rafael, quien reside en Calle 14, No. 34, en el reparto La Guernica, de la ciudad de Camagüey, manifiesta que tales quejas han abundado en los medios de prensa desde hace muchos años. Y a pesar de ello, la impunidad persiste ante los oídos sordos de instituciones y organismos diversos, como la Policía Nacional Revolucionaria, los Gobiernos municipales y provinciales, Higiene y Epidemiología, el Citma y la Fiscalía.

Con una mezcla de asombro y dolor, Rafael López Arafet ha leído las tres últimas quejas publicadas en esta columna sobre la impune hiperdecibelia que reina en centros nocturnos y discotecas, tanto estatales como particulares, para tormento de los vecinos cercanos.

Rafael, quien reside en Calle 14, No. 34, en el reparto La Guernica, de la ciudad de Camagüey, manifiesta que tales quejas han abundado en los medios de prensa desde hace muchos años. Y a pesar de ello, la impunidad persiste ante los oídos sordos de instituciones y organismos diversos, como la Policía Nacional Revolucionaria, los Gobiernos municipales y provinciales, Higiene y Epidemiología, el Citma y la Fiscalía.

«¿Cómo es posible que perdure hace tantos años dicha impunidad ante los ojos de los que tienen la autoridad de detener inmediatamente esta hiperdecibelia, que causa daños a la salud humana?, cuestiona. Y las leyes y decretos existen hace muchísimos años. Entonces, ¿por qué no se cumplen? ¿Por qué se deja a la población a merced de los indisciplinados y no se adoptan medidas radicales y ejemplarizantes?»

Refiere que la población tiene derecho a una vida sana, pero la contaminación acústica, la música altísima hasta altas horas de noche y madrugada, daña la salud auditiva, física y mental de las personas. No las dejan dormir, generan daños sicológicos, dolor de cabeza, pérdida de la audición, angustia, entre otras consecuencias.

Y ante las denuncias sobre tal contaminación acústica reflejadas sucesivamente en esta columna, pregunta: «¿Por qué hay que estar escribiendo a la prensa varias veces y tocar la puerta de organismos e instituciones que al final no hacen nada y todo sigue igual?»

Para Rafael es bochornoso y doloroso que las personas afectadas estén desprotegidas. Y que corran ríos de tinta bajo los puentes de las rotativas de los periódicos sin oídos receptivos, con la cantidad de artículos que se han escrito y analizado, sin ningún resultado positivo.

«Quisiera creer que en lo adelante se adoptarán las medidas que hagan desaparecer la hiperdecibelia; y que las personas no tengan que estar escribiendo y quejándose de este mal porque confían en nuestro Estado socialista», concluye.

Desde junio ni una gota de agua

Jorge Vidal Sánchez, desde el edificio sito en calle M No. 107, entre 13 y 15, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución, refiere con desconsuelo, y como antecedente, que hace muchos años Aguas de La Habana les quitó a los residentes en ese inmueble la entrada de agua que tenían por gravedad por la calle Línea, para favorecer las oficinas de Palmares, colindantes con ellos pared con pared.

Y desde junio del presente año no les entra ni una gota de agua, al tiempo que ven desbordarse el vital líquido al lado. Señala que han recurrido a todos los canales sin ningún resultado: delegado de la circunscripción, Aguas de La Habana, Partido y varios etcéteras…

«El hecho es que vivimos en un edificio fantasma, haciendo una maestría de gorgojos», ironiza Jorge. Aquí solo vino una muchacha llamada Kenia, a quien en el momento de la crisis de agua le soltaron  la papa caliente.

«Ella mucho que se interesó, y hasta nos ayudó con alguna que otra pipa. Después fue sustituida», refiere Jorge, quien imagina que fue porque se interesaba por las personas y quería resolver problemas.

«Perdóneme el tono al hablar, pero me he quedado sin recursos sicológicos para envolver con hipocresía lo que siento. Yo debo ir a mi hospital a trabajar cada día, y después tengo que cargar agua, bañarme y lavar mi ropa en casa de amigos que sí tienen agua. Lo más triste es que esto sucede por mal trabajo, desinterés y falta de responsabilidad de las autoridades competentes», concluye.

 

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