Acuse de recibo
Hace mucho tiempo que la economía subterránea o sumergida de los revendedores anda a flote impúdica e impunemente, gravando aún más los bolsillos del ciudadano, sin que haya siempre un enfrentamiento sistemático de las autoridades correspondientes.
Maribel Cuadra Rivera (Compostela no. 815, entre Paula y Merced, La Habana Vieja) cuenta que, en trajines de mandados, se topó en la calle Picota de ese municipio capitalino una mesita improvisada con la venta de jabones de baño, de lavar y pasta dental, al doble del precio en que el Estado los vende a la población en CUP. Se puso en la cola de esa venta furtiva y ni alcanzó.
Claro, en momentos en que se hacen ingentes esfuerzos para consolidar una oferta aún insuficiente en el mercado, quienes trabajan día a día y sostienen este país con múltiples dificultades, no alcanzan muchos productos vitales que están en manos de los acaparadores revendedores.
Maribel relata que está en labores de construcción, y lleva tres meses sin acceder a muchos materiales; sin embargo, hay rastros particulares, con precios exorbitantes, para la arena, la gravilla, las cabillas y otros elementos.
Y abundando en la queja de Maribel, lo mismo sucede con los alimentos y cualquier producto al que le puedan sacar ganancias sin ningún esfuerzo, adquiriendo en cantidades «industriales» y desmedidas todo lo que esté a su alcance. Es una capa de especuladores furtivos que no tiene compasión y está controlando buena parte de los productos que el Estado vende a precios fijos, con topes.
Es cierto que las dificultades económicas recientes han contraído la oferta de muchos bienes en el mercado, y que cuando aquella no satisface la demanda, se crean condiciones para el fomento del mercado negro.
Pero se dispuso que las administraciones del comercio minorista deben velar rigurosamente por que no se les facilite a los acaparadores la adquisición masiva de productos. Eso, si de verdad se va a pensar como país, y no en salir rápido de la mercancía, en el mejor de los casos. ¿Qué sucede entonces cuando esos especuladores, mientras usted está en su centro de trabajo, arrasan con cajas y cajas de un mismo producto hasta vaciar los anaqueles? ¿Quién les está facilitando la reventa que clava aún más los tensos bolsillos?
Raúl Perdomo Acosta (calle D no. 454, apto. 2, entre 19 y 21, Vedado, La Habana) tiene 83 años y padece de varias enfermedades, entre ellas una bradicardia que le están estudiando en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de esta ciudad.
Cuenta que el 1ro. de agosto pasado le bajó mucho el ritmo cardíaco y apenas podía moverse ni hablar. Y la ambulancia solicitada llegó. El carro 038. Los paramédicos Leticia Casanova y Carlos Leonardo Rodríguez comenzaron a investigarle y atenderle el ritmo cardíaco, la presión arterial, la glucosa en sangre.
Y para suministrarle el oxígeno, tuvieron que adaptar una manguerita de suero al baloncito, pues las que tenían se habían acabado. Ellos estaban concluyendo su jornada laboral cuando se dispusieron a auxiliarlo.
«Así estuvieron atendiéndome, afirma, hasta que me reanimaron, y me pude sentar, hablar y sentirme mejor, sin importarles el cansancio, el agotamiento, el calor y el deseo de estar en sus casas. Pusieron de manifiesto su profesionalidad, su entrega y amor por lo que hacen; porque, además, el tratamiento hacia mi persona fue de cariño, amabilidad, comprensión y respeto.
«Por lo general, las personas le escriben a usted para denunciar lo mal hecho, que no lo encuentro desacertado, pero en pocas ocasiones se cuentan historias como esta, que constituyen un ejemplo a seguir, de trabajadores que muchas veces pasan inadvertidos. Gracias, muchas gracias, Leticia y Carlos, por ser ejemplo y fieles servidores de la salud en nuestro país», concluye Raúl.